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Eva, la histórica militante norteña que eligió Tartagal

Eva Garnica guarda recuerdos que son la viva imagen de un pedazo de la historia en los años oscuros de la Argentina.
Lunes, 30 de enero de 2023 02:25

Estaba concentrada en sus pensamientos mientras, a unos pocos metros, un grupo de obreros cargaba un camión con chatarras desde un depósito. Estaba en Campamento Vespucio porque ese era su principal o único medio de vida: la venta de chatarras desde la exestatal YPF, un negocio que conocía a la perfección.

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Estaba concentrada en sus pensamientos mientras, a unos pocos metros, un grupo de obreros cargaba un camión con chatarras desde un depósito. Estaba en Campamento Vespucio porque ese era su principal o único medio de vida: la venta de chatarras desde la exestatal YPF, un negocio que conocía a la perfección.

En eso, vio el auto que se acercaba y del cual descendían dos hombres con ropa militar. "¿Señora Eva Garnica?", le preguntó uno. "Sí, soy yo". Una sensación de alerta le recorrió el cuerpo, pero no dijo ni dio a entender nada. '"Mucho gusto, doña Eva", le respondió el más joven, vestido de fajina y con una pulcritud, una actitud que lo hacía diferente a los muchachos del pueblo. El tono del oficial la tranquilizó porque nadie que viniera con otra intención podría ser tan amable, pensó. "Doña Eva, me manda el teniente coronel porque quiere hablar con usted, por favor si puede acompañarme...". La invitación - tan firme que casi sonaba a orden- la hizo sentir de vuelta ese cosquilleo inquieto en el estómago pero disimuló y preguntó: "¿Para qué?". "No sabría decirle pero yo la llevo y la traigo", le dijo levantando su mirada de ojos azules hacia el camión cargado de chatarras. Eva subió al vehículo y recorrió el tramo entre Vespucio y el Regimiento 28 de Infantería en silencio. Ingresaron hasta la oficina que ocupaba el teniente coronel Juan Marcial Canedis, jefe de la unidad militar con asiento en Tartagal. Canedis salió a recibirla y extendiéndole la mano le dijo "cómo le va, un gusto conocerla". Eva respondió sin tanta ceremonia y como apurando el trámite dijo: "Igualmente; usted dirá".

"Doña Eva, quiero pedirle un favor; quiero que recorramos los pabellones donde tenemos a los soldados. Mire la hora -dijo mirando su propio reloj pulsera-. Ni mis hombres ni los soldados han desayunado porque no tenemos un centavo, ¿puede creer? Y me dijeron que usted puede comprarme algunas chatarras que tenemos hasta que nos llegue el dinero del alto mando". El militar hablaba y le explicaba la situación; Eva se relajó, se quedó mirándolo pero a pesar que lo escuchaba, con sus pensamientos comenzaba a recorrer sus épocas de niñera en la Standard Oil Company, donde siendo niña había vivido con su mamá y donde ambas trabajaban en el servicio doméstico. Recordó sus caminatas por el predio de la Standard -exactamente el mismo que años más tarde ocuparía el Regimiento 28 donde en la actualidad se encontraba- y de pronto le vino a la memoria un lugar. "Usted quiere venderme chatarras, pero usted tiene una minita de oro aquí, ¿sabía?".

"Lléveme a la parte de atrás de la lavandería", le dijo con un tono de entusiasmo al teniente coronel Canedis que no entendía a lo que Eva se refería; pero de todos modos, a bordo de un jeep, recorrieron el tramo que separaba el despacho del jefe militar de ese otro sector del regimiento.

Eva ingresó, y allí estaba como cuando ella era niña. La vieja caldera construida de hierro pero con todas sus cañerías de cobre y cuyo valor triplicaba al de cualquier otra chatarra. Terminó haciendo un buen negocio con el teniente coronel Canedis, pero lo más importante, aunque ella todavía ni siquiera lo imaginaba, salvando su propia vida como ella misma concluía volviendo una y otra vez en sus recuerdos.

39 meses de cautiverio

La madrugada del 24 de marzo de 1976, un Unimog estacionó en la primera cuadra de la calle 20 de Febrero, del que descendieron una decena de hombres armados y rodearon la casa de Eva Garnica. "Montonera, guerrillera, subversiva", esos eran los cargos, no solo de los uniformados que la privaban de su libertad, sino de muchos "compañeros" de militancia que la mandaron a perder y con lo más preciado de un ser humano, después de la vida misma.

La militancia de Eva dentro del peronismo había nacido en su adolescencia de tanto ver y escuchar esas interminables reuniones entre su patrón -y exintendente de Tartagal-, don Leandro Luis Vespa, con el dirigente político Tomás Ryan -cuyo nombre está inmortalizado en un populoso y humilde barrio tartagalense- y tantos otros hombres de la época.

Eva fue una militante aguerrida y no andaba con medias tintas, tanto que en los años duros de la Argentina, aun antes del golpe del 76, el frente de su casa voló en pedazos por una bomba que manos anónimas le colocaron para amedrentarla.

Ese 24 de marzo de 1976 Eva lloraba sin consuelo su destino como el de tantos argentinos. La llevaron dejando a uno de sus hijos de pocos años en esa casa en la que viviría por siempre. Su primer lugar de detención fue la cárcel de Villa Las Rosas, donde permaneció alojada más de un año. Durante su cautiverio dio a luz una niña a la que llamó María Eva, como para que no quedasen dudas de sus convicciones políticas, pero, como tantas presas políticas, la bebé fue separada de su madre. En Villa Las Rosas compartió con aquel puñado de mujeres que una noche trágica fueron ultimadas junto a otro grupo de jóvenes en la tristemente recordada "Masacre de Palomitas". A los pocos meses de dar a luz, fue trasladada a otra cárcel en la provincia de Buenos Aires. Pero recuperó la libertad y regresó a Tartagal en busca de su destino, para recuperar su vida y su militancia dentro del peronismo.

Recuerdos imborrables

"Estoy viva por ese favor que le hice al teniente coronel Canedis, cuando le hice vender esa chatarra de cobre. Cuando pasaron 3 años y 3 meses de estar presa un día vino un guardiacárcel y me dijo 'váyase, está libre'", recordaba Eva Garnica en una charla con El Tribuno hace algunos años.

Ya de regreso en Tartagal, cuando la Argentina vivía el entusiasmo del inminente regreso de la democracia, Eva recordaba que una tarde "golpearon la puerta y salí a atender. Era don Roberto Romero, el dueño del diario El Tribuno . Me saludó muy amable y solo atiné a decirle 'Señor Romero, ¿qué hace visitando a una subversiva?', porque ese era la calificación que pesaba sobre mí. Don Roberto entró a mi casa que siempre fue humilde, charlamos un rato largo, lloré con los recuerdos y me dijo aferrándome la mano: '¿Querés ser diputada por el departamento San Martín? yo soy candidato a gobernador y voy a ganar'. No podía creer lo que me estaba ofreciendo y, por supuesto, acepté porque siempre supe que la política sirve para hacer el bien". Tan simple como eso, Eva fue diputada provincial con el advenimiento de la democracia en 1983.

"No les conté que cuando volví de la cárcel, mi hija que nació mientras estuve detenida no estaba bautizada, entonces le pedí a Roberto Romero que sea padrino de María Eva; él aceptó gustoso porque era generoso en todo sentido. Mi compadre siempre le enseñaba a los jóvenes militantes que para recibir, primero hay que dar, sin mirar a quién", recordó doña Eva Garnica.

Fue diputada provincial pero nunca dejó de militar; la política, la participación ciudadana. A bordo de su jeep recorría los barrios, se la veía en cada protesta social -algo que en el norte es tan frecuente-, opinaba en los medios de comunicación locales siempre que se la convocaba.

La historia del alud

El 9 de febrero de 2009 Eva vivió otra situación de total angustia y temor cuando la casa que junto a sus padres construyó con tanto esfuerzo a pocos metros del cauce del río Tartagal, quedó cubierta de lodo cuando un aluvión se abatió sobre gran parte de la ciudad. Fue ayudada por sus vecinos para salir del lugar, pero perdió prácticamente todo, aunque las paredes de su modesta casa soportaron la furia del alud. "Aquí viví y aquí me voy a morir porque esta casa está llena de recuerdos. Por suerte pudimos salvar el cuadro de la Eva y el General", decía resignada en referencia a ese cuadro que adornaba el comedor de su humilde vivienda.

  Eva es rescatada por vecinos durante el alud que se abatió en Tartagal en 2009

Eva Garnica, la militante, la dirigente que como muchas mujeres vivieron en carne propia el horror de los años más oscuros de la Argentina, seguramente ni en sus años de militancia ni ahora, ni todos y todas coincidirán con ella, con su forma de entender la política, pero con sus años de cárcel, con su lucha permanente, contribuyó en gran manera a la recuperación de la democracia, motivo más que suficiente para que alguna vez reciba un reconocimiento del pueblo en el que siempre vivió y al que volvió a elegir al recuperar su preciada libertad.

"Váyase, está libre"

Eva fue detenida en la madrugada del 24 de marzo de 1976, justo el día del golpe militar. La llevaron dejando a uno de sus hijos de pocos años en la casa en la que vivió desde siempre. Su primer lugar de detención fue Villa Las Rosas donde permaneció alojada más de un año. Luego fue trasladada a Buenos Aries y cumplió 39 meses en prisión hasta que un día el guardiacárcel le dijo: "Váyase, está libre".

(Corresponsalía Tartagal)

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