La economía es simple; la complica la política

Poco antes de las elecciones de 1992, George Bush era considerado imbatible por la mayoría de los analistas políticos, por "su éxito" en política exterior tras el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo. Su popularidad había llegado al 90% de aceptación; un récord histórico.

En esas circunstancias, James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, puntualizó que la campaña debía enfocarse sobre las preocupaciones inmediatas de la vida cotidiana de los ciudadanos. A veces lo obvio escapa a la vista de los autopercibidos clarividentes. Con el fin de mantener la campaña enfocada en un mensaje consistente y único, Carville pegó un cartel en la oficina central de campaña con tres puntos escritos:

1) Cambio vs. más de lo mismo.

2) La economía, estúpido.

3) No olvidar el sistema de salud.

La frase se convirtió en el eslogan no oficial de la campaña de Bill Clinton y resultó decisiva para derrotar a Bush. Quizás nos venga bien una lista casi idéntica donde se agregue "No olvidar la educación" para que alguno de nuestros candidatos la haga propia. Claro, alguno debería entenderla primero.

Un país escalofriante

El último informe sobre la pobreza y la desigualdad emitido por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) muestra una radiografía escalofriante: "Todos empeoraron, pero los sectores medios no profesionales se empobrecieron más: desde 2010 casi se triplicaron las personas de este segmento social que cayeron por debajo de la línea de pobreza", dice Agustín Salvia, su director. En 2010 la tasa de pobreza en los sectores medios no profesionales que era del 7,1% asciende hoy al 18,2%, lo que representa 1,8 millones de nuevos pobres. En esa franja se mueven, incluso, jubilados que nunca conocieron la pobreza. A nivel general, la pobreza golpea al 43,1% de la población; más de 20 millones de personas. Y la indigencia llega al 8,1%; casi 4 millones de personas. "Los nuevos pobres son clases trabajadoras de sectores medios y populares, vulnerables a las crisis, a la falta de trabajo y a la inflación. Mientras tanto, los pobres estructurales logran protegerse recurriendo una economía informal de subsistencia, que no los saca de la pobreza, pero al menos la alivia". La informalidad alcanza al 40% de la población; cuatro de cada diez argentinos han precarizado su trabajo y sus derechos.

El informe consigna que, de no existir la asistencia social que otorga el Estado, la pobreza afectaría a más del 50% de la población y la indigencia llegaría al 20%. Uno de cada cinco argentinos sería indigente y uno de cada dos, pobre. Las crisis provocan inevitablemente una expansión del gasto público en programas de asistencia social. Es inevitable y, sobre todo, es justo.

Para terminar esta brutal radiografía, dos de cada tres niños de todo el país son pobres, y la mitad de ellos viven en el conurbano bonaerense; la provincia que supo ser la más rica del país. La misma provincia que registra, hoy, uno de los guarismos más altos de pobreza concentrada del país, tanto en su población adulta como en su población infantil; superando en algunas zonas cifras de Haití, uno de los países más pobres del planeta.

Asumámoslo de una vez: nuestro sistema social está quebrado; roto. Nuestro sistema económico no funciona y es ineficiente, inestable y, sobre todo, injusto. El sistema político ha caído en manos de intereses económicos espurios y se concentra en cada vez menos manos de capitales nacionales expertos en mercados regulados mientras los capitales extranjeros siguen en retirada.

Creo que, sin temor a exagerar, se puede afirmar que somos una sociedad rota y disfuncional. Y que es hora de poner fin al voluntarismo falaz que nos aqueja que sostiene que "con una buena cosecha, Vaca Muerta y el litio nos salvamos"; velándonos los ojos. Nos guste o no, por un guarismo u otro, Argentina, "el granero del mundo", "la novena potencia mundial"; hoy queda mezclada con Jamaica, Irán, Haití, Burundi, Uganda, Líbano, Venezuela, Siria y Sudán, entre otros países.

Argentina es un país que vive de crisis en crisis -cada vez más cercanas una de otra-; que carece de ahorros anticíclicos; que aleja la inversión extranjera directa; que ahoga a sus PyMEs; y que se ha quedado sin chance alguna de seguir contrayendo deuda en los mercados internacionales por su nula credibilidad. "La economía, estúpido" es algo acuciante. Pero, con una segunda derivada; ¿para qué sirve la economía? Porque, si no es para crecer y para que todos vivamos mejor; ¿para qué sirve? La economía no se puede agotar en el corto plazo que impone la necesidad de bajar estos niveles demenciales de inflación; debe servir para mucho más que eso.

Un pequeño marco teórico

Para empezar, la economía es sencilla. Lo primero que hay que erradicar es la idea de que se trata de una ciencia compleja reservada a eruditos. Si se la despojara de toda la jerga de la que se la rodea -a propósito-, queda la frase del economista surcoreano Ha-Joon Chang quien sostiene que "el 95% de la economía es sentido común". Pocas cosas son más ciertas. En su libro " Economía para el 99% de la población" afirma, además: "Se necesita aprender economía para poder reconocer los diferentes tipos de argumentos económicos y desarrollar la facultad crítica de juzgar cuál de ellos tiene más sentido en una circunstancia económica dada y en función de una serie de valores morales y metas políticas (nótese que no he dicho «cuál de ellos es correcto»)".

La economía es, entonces, una herramienta ideológica y política, en ese orden. Los valores los fija la sociedad; tanto como lo hace la ausencia de valores. Las metas políticas se fijan basados en esos valores -o por falta de valores-; y también todo siempre según circunstancias cambiantes. O sea que toda política económica debe ser ajustada de manera casi permanente para que quede alineada con los cambios positivos o negativos de las circunstancias y según las metas políticas que se hayan fijado.

Pero, lo más importante de todo es que, tanto la política como la economía -también en ese orden-, se construyen desde la realidad social y desde los valores que la sociedad impone, y que -ambas- están al servicio de la sociedad; nunca al revés. Todos los políticos y economistas quieren olvidar esta regla sencilla del más estricto sentido común.

Escuelas y escuelitas

Aún sin jerga, existen infinidad de autores que se alinearán, más o menos a las siguientes "escuelas": clásica; keynesiana; marxista; liberal; austríaca; desarrollista; schumpeteriana; institucionalista y conductista; o a todas las escuelitas que le anteponen el sufijo "neo" a la escuela de las que provienen. Lo notable es que, sin importar la escuela o las ambigüedades y matices del caso, todas ellas reconocen que el ámbito más importante de la economía es la producción (con excepción de los neoclásicos y los keynesianos puros quienes dirán que el ámbito más importante de la economía son el comercio y el consumo).

Ha-Joon dice: "Los cambios en la esfera de la producción han sido casi siempre las fuentes más poderosas de cambio social. Nuestro mundo moderno es el resultado de una serie de cambios ocurridos desde la revolución industrial en las tecnologías e instituciones relacionadas con la esfera de la producción". Y, los cambios en la esfera de producción se miden por el crecimiento del PBI.

El Producto Bruto Interno (PBI) es un indicador económico que refleja el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un período dado; por lo general en un año. El objetivo del PBI es medir la "riqueza" que generó ese país en ese año. Objetable y cuestionado, no deja de ser la forma vigente de medir y comparar las diferentes performances económicas de los países.

Tampoco se puede caer en la torpeza intelectual de creer que sólo aumentando el PBI -el tamaño de la torta a repartir-, esto se traducirá en mayor bienestar para la población. Esta es la falacia que proclama la teoría del derrame, a esta altura probada equivocada. Crecimiento no es desarrollo. Sin políticas públicas acordes, sostenidas y bien intencionadas; no hay derrame per-se. El inicio de otra discusión: Estado útil, activo y presente donde debe estar versus el Estado atrofiado y perverso que tenemos.

Y, así como no hay desarrollo sólo porque haya crecimiento; no habrá crecimiento si no hay trabajo. Y no habrá trabajo sin educación. Y no habrá trabajo ni educación sin inversiones productivas. Y no habrá inversiones sin un marco legal y jurídico estable en el tiempo; no habrá seguridad jurídica sin instituciones fuertes; no habrá instituciones fuertes sin una democracia fuerte; y nada de todo esto existirá sin una sociedad con valores que ponga al individuo por delante de todo y no el carro delante de los caballos como hacemos hoy.

"El éxito de una economía únicamente puede evaluarse examinando lo que ocurre con el nivel de vida -en sentido amplio- de la mayoría de los ciudadanos durante un largo periodo", afirma Joseph Stiglitz en "El precio de la desigualdad".

Si la política y la economía no sirven para sacar del lugar de marginación estructural a los dos chicos pobres de cada tres; a los cuatro trabajadores informales de cada diez; a los casi cuatro millones de indigentes o a los más de veinte millones de personas que están por debajo de la línea de pobreza del país; si no buscan eso; entonces me pregunto qué buscan y para qué sirven.

 

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