En el mercado automotor argentino se repite una paradoja que expone con crudeza nuestras prioridades como sociedad. El consumidor promedio valora más una pantalla panorámica, unas llantas de 18 pulgadas o un diseño deportivo que un conjunto completo de sistemas de seguridad. Y las automotrices, que no son ingenuas, leen ese mensaje con claridad y producen lo que se vende, aunque eso implique resignar tecnología que en otros países ya es un estándar irrenunciable.
Es la vieja historia del huevo y la gallina. ¿Las terminales no ofrecen más seguridad porque el público no la demanda, o el público no la exige porque el mercado nunca la priorizó? Lo cierto es que ambos factores se retroalimentan, generando un círculo vicioso en el que lo estético, lo aspiracional y lo tecnológico entendido como entretenimiento terminan desplazando lo verdaderamente importante, como lo es la prevención de muertes y lesiones graves.
En Europa y Estados Unidos, los vehículos incorporan de manera obligatoria una serie de tecnologías de seguridad activa y pasiva que en Argentina todavía aparecen como “opcionales” o se reservan para versiones premium. Hablamos de airbags múltiples (frontales, laterales, de cortina, de rodilla y hasta para peatones), frenos ABS, control de estabilidad, frenado autónomo de emergencia que detecta obstáculos y peatones, mantenimiento de carril, detector de ángulo muerto, sistemas de detección de fatiga, caja negra de eventos, alcoholímetro anti-arranque, eCall con llamada automática de emergencia tras un siniestro, control de crucero adaptativo, anclajes ISOFIX en todas las plazas, entre otros.
Muchos de estos elementos no son lujos, son herramientas que salvan vidas. Sin embargo, en la Argentina todavía se venden vehículos 0 kilómetro con un nivel de seguridad básica que en otros mercados sería considerado inaceptable. A esos se suman los auxilios temporales. Y no es solo una cuestión de regulaciones laxas, también responde a una lógica de mercado que prioriza lo que el cliente pide. El problema es que el cliente, muchas veces, pide lo que ve, lo que desea, lo que lo hace sentir “más moderno” o “más premium”, pero que no lo protege.
Las campañas publicitarias también tienen su responsabilidad. La mayoría de los anuncios de autos se enfocan en la experiencia sonora del equipo de audio, en la conectividad, en el tamaño de la pantalla, en el diseño de las ópticas LED o en la estética de la carrocería. La seguridad, cuando aparece, suele ocupar apenas un segundo plano, mencionada casi de manera técnica, sin una verdadera pedagogía sobre su importancia.
Esto no solo pone en riesgo al conductor y a sus acompañantes. Afecta a toda la sociedad. Un vehículo sin sistemas avanzados de frenado, sin alertas de colisión o sin asistencia de mantenimiento de carril tiene más chances de protagonizar siniestros viales, comprometiendo a peatones, ciclistas y otros conductores. La seguridad vehicular no es un tema individual, es una cuestión de salud pública.
Y aquí aparece otra dimensión del problema. Argentina tiene una de las tasas más altas de siniestralidad vial en la región. Miles de muertos por año, decenas de miles de heridos, costos millonarios para el sistema de salud y un impacto social devastador. Aun así, la discusión sobre la obligatoriedad de estos sistemas no ocupa el centro de la agenda, ni política ni pública.
"Se necesita un cambio cultural"
Revertir esta situación exige un cambio cultural y regulatorio. Por un lado, el Estado debe actualizar las normativas y exigir estándares más altos en todos los vehículos nuevos, sin excepciones. Por otro, es necesario un trabajo de concientización para que el consumidor entienda que una pantalla más grande no lo va a salvar en un choque frontal, pero un sistema de frenado autónomo sí puede hacerlo.
Porque al final, el auto no es solo un objeto decorativo ni un símbolo de estatus. Es una máquina que circula a alta velocidad en espacios compartidos. Y en ese contexto, priorizar el lujo y lo deportivo por encima de la seguridad no es solo una elección individual, representa un riesgo colectivo que Argentina ya no puede seguir aceptando como normal.
Tal vez con el ingreso casi irrestricto de otros mercados de vehículos con todos los sistemas de seguridad, obligue a las terminales locales a tomar otra postura y a los clientes a demandar este equipamiento, aunque resulte un precio muy costoso para la industria nacional.