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Auge de la derecha radical y la inseguridad global

En un mundo más fragmentado, la promesa de orden gana atractivo.
Domingo, 28 de diciembre de 2025 00:00
El muro entre Estados Unidos y México.
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Por Franco Galeano *

El año 2025 se consolidó como un punto de quiebre en la política internacional. No por un hecho aislado, sino por la acumulación de procesos que vienen tensionando al sistema global desde hace años y que hoy confluyen en una misma sensación: el mundo es más inseguro, más fragmentado y menos gobernable. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca terminó de confirmar el debilitamiento del multilateralismo y la crisis del orden liberal internacional, en un escenario donde las reglas comunes pesan cada vez menos y el conflicto vuelve a ocupar el centro.

A este contexto se suman guerras activas, treguas frágiles, crisis migratorias persistentes, tensiones económicas y una aceleración tecnológica que desborda a los Estados.

La inteligencia artificial promete eficiencia y crecimiento, pero también genera miedo al reemplazo laboral, a la vigilancia y a la pérdida de soberanía. La inseguridad ya no es solo territorial o económica: es social, cultural y tecnológica. Y cuando la incertidumbre se vuelve estructural, la política cambia de signo.

En ese marco se explica el avance de la extrema derecha en distintas regiones del mundo. No se trata solo de una disputa ideológica, sino de una respuesta política a múltiples inseguridades acumuladas.

Discursos de orden, control, fronteras cerradas y liderazgos fuertes ganan terreno en sociedades cansadas de promesas incumplidas. La novedad, como señala Pablo Stefanoni, es que la rebeldía y el desafío al statu quo se volvió de derecha.

Durante décadas, la ruptura estuvo asociada a proyectos progresistas. Hoy, la impugnación se dirige contra la política tradicional, las élites institucionales, el progresismo cultural y las democracias liberales tal como funcionaron hasta ahora. No se cuestiona al mercado, sino a la política; no al poder económico, sino al Estado y a sus mediaciones. En un mundo percibido como caótico, la promesa de orden se vuelve atractiva, incluso cuando implica recortar derechos o debilitar controles democráticos.

El retorno de Trump expresa esta lógica a escala global. Estados Unidos profundizó una política exterior más unilateral, menos comprometida con los organismos internacionales y más orientada al uso del poder duro.

Ese repliegue del liderazgo tradicional no fue reemplazado por mayor cooperación, sino por una competencia abierta entre potencias. China, Rusia y otros actores avanzan en un escenario donde las reglas son más flexibles y la fuerza vuelve a ser un lenguaje legítimo.

Las consecuencias se sienten con especial intensidad en las regiones periféricas. En América Latina, la inseguridad no es una abstracción: se manifiesta en violencia urbana, narcotráfico, crimen transnacional y Estados con capacidades limitadas.

Norte argentino

En provincias del norte argentino, donde la frontera es parte de la vida cotidiana, estos fenómenos se viven de manera directa. Contrabando, economías ilegales, circulación de drogas y personas, y una persistente sensación de ausencia estatal alimentan demandas urgentes de orden y control.

Aquí aparece un punto clave: el avance de las nuevas derechas no puede entenderse sin el desgaste previo de las democracias tradicionales. La erosión democrática no comienza con los outsiders, sino cuando la democracia deja de ofrecer respuestas creíbles. Estados que no garantizan seguridad, economías que no generan movilidad social y dirigencias desconectadas de la vida real van vaciando de sentido al sistema político. En ese vacío, cualquier ruptura parece preferible a la continuidad.

El surgimiento de Milei

Argentina es un caso elocuente. El surgimiento de Javier Milei no nace de la nada, sino del fracaso acumulado de distintos modelos. Años de alta inflación, crisis recurrentes, promesas incumplidas y deterioro institucional instalaron una idea tan potente como peligrosa: "no había otra alternativa". Cuando la política tradicional pierde legitimidad, el voto se vuelve más un gesto de castigo que una apuesta de construcción.

En el norte del país, esta lógica se expresa con crudeza. Las discusiones globales sobre seguridad, migración o rol del Estado se traducen en preocupaciones concretas: empleo informal, economías regionales asfixiadas, falta de oportunidades para los jóvenes y presencia intermitente del Estado. En ese contexto, los discursos de mano dura y orden encuentran eco no tanto por convicción ideológica, sino por cansancio y hartazgo.

El problema, entonces, no es solo el auge de la derecha radical, sino la dificultad de sostener posiciones intermedias. En un clima dominado por extremos, la moderación aparece como debilidad cuando, en realidad, es una de las tareas políticas más complejas. Dialogar, ceder y construir acuerdos no genera aplausos inmediatos, pero sigue siendo la base de cualquier convivencia democrática duradera.

Si la rebeldía se volvió de derecha es porque el sistema tradicional se quedó sin respuestas ante la intemperie de los ciudadanos. El regreso de Trump y la consolidación del fenómeno Milei no son anomalías; son el grito de sociedades que prefieren el riesgo del salto al vacío antes que la agonía de una parálisis que no les resuelve la vida.

El nuevo año

Pero el orden que se construye exclusivamente sobre el miedo suele ser tan frágil como las instituciones que desprecia. En 2026, el gesto más contracultural no será romper todo, sino demostrar que la democracia todavía puede ser eficaz. Porque si la libertad no garantiza seguridad, el próximo paso del péndulo podría ser un autoritarismo que ya no necesite pedir permiso.

Llegamos a 2026 con una lección aprendida a golpes: cuando la incertidumbre se vuelve estructural, la moderación se percibe como debilidad. Sin embargo, la historia nos advierte que las soluciones extremas rara vez son duraderas. Argentina y especialmente el Norte Grande no pueden permitirse ser solo el decorado de una batalla entre potencias o el laboratorio de experimentos de mano dura. Defender la democracia hoy exige más coraje que gritar desde un atril (o desde una red social); exige la templanza de quien sabe que, sin instituciones, lo único que queda es la ley de la selva. Al final del día, el desafío es simple pero brutal: evitar que el hambre de orden nos termine devorando la libertad.

(* Licenciado y magíster en Ciencia Política por la Universidad Torcuato Di Tella. Actualmente cursa una maestría en Data Science en la London School of Economics (LSE) con una beca Chevening. Se especializa en política comparada, estudios electorales y análisis de datos aplicados a procesos políticos. Fue presidente del Centro Empresario de Tartagal y participa en programas internacionales de liderazgo y cooperación). 

 

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