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Cuando se descuida al sistema, el crimen organizado desplaza al Estado

Domingo, 28 de diciembre de 2025 00:00
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Primero se corta una lucecita del barrio, una ordenanza que no se cumple, un patrullero que no llega, un expediente que se duerme. Nadie toca el timbre de alarma porque hay cosas más urgentes, porque "siempre fue así". Entonces el virus aprovecha, se cuela por la rendija de la indiferencia, duplica su carga, se organiza. Reparte "seguridad" donde el Estado titubea, "crédito" donde la banca no entra, "empleo" donde el mercado no llega. Y cuando volvemos a mirar, ya sustituyó a la justicia por el miedo y a las empresas por redes que liquidan barato lo que mañana costará carísimo, la libertad de decidir.

Cuidar la democracia no es solo evitar sistemas que aplastan derechos y oportunidades; es cerrar la puerta a esa zona oscura que no busca tomar el poder del Estado, busca controlar zonas. Si aflojamos el tejido democrático, el virus encuentra huésped.

De "decorado" a democracia viva

A menudo culpamos a "la democracia" de males que no provienen de una democracia saludable, sino de su vaciamiento. Medimos su calidad con cuatro pilares de confianza (elecciones, justicia, representación e instituciones intermedias). Argentina viene mostrando una democracia débil en confianza, 2,3 a 2,5 sobre una escala de 5, formas presentes, poca fe en que funcionen. En ese contexto, el rechazo del Senado a Ficha Limpia no fue "una votación más", fue una señal de que la ética puede esperar. Y cuando la confianza se afloja, no queda un vacío neutro, por esa grieta entra el virus de la zona oscura, las economías ilegales que ocupan el lugar donde el Estado y la ley llegan tarde.

El rito vacío

Hipérbole, marketing y espectáculo arrabalero en el recinto. Lo vimos en la jura de los legisladores electos el 26 de octubre, cuando asumieron en el Congreso, la degradación no ocurre solo en los márgenes, también se ve en el centro del poder. Un juramento parlamentario es un rito republicano pensado para recordar que nadie está por encima de la ley. Convertirlo en escenario de eslóganes, gestos para la tribuna o chicanas de marketing es seguir en campaña dentro de la República. Ahí se abre la grieta democrática, se pierde respeto por la institución y por los representados; la forma cede ante el grotesco arrabalero; la calidad, profesional, técnica y humana, se diluye. ¿Cómo prospera el diálogo en un recinto que premia el eslogan y castiga la escucha? Si el Parlamento se vuelve "reality", la esfera pública se vuelve rumor; y sin conversación no hay legitimidad que resista. Es otra puerta entreabierta por donde entra la sombra.

La política del espectáculo erosiona el respeto; sin respeto no hay diálogo; sin diálogo no hay reglas comunes; sin reglas gobierna la sombra. Cuidar la democracia es volver a la forma, porque educa, subir los estándares profesionales y humanos de quienes nos representan y poner el foco en lo medible, contenedores de riesgo que sí se abren, contratos que sí se auditan, escuelas que sí sostienen trayectorias.

Si la República deja de actuar y solo actúa (en el sentido teatral), el virus entra. La salida no es un eslogan más fuerte; es tener instituciones que cumplen y representantes que honran el juramento, con dos palabras suficientes, para que el resto de las palabras, las nuestras, vuelvan a valer.

La erosión de la plaza pública

Jürgen Habermas advirtió que las democracias se sostienen en una esfera pública donde deliberamos y legitimamos el poder.

Esa plaza se erosiona cuando los sistemas (mercado, burocracias, seguridad… y también el espectáculo político) colonizan el mundo de la vida, y lo que debía servir a las personas termina marcándoles el compás.

La inseguridad no es solo delito; es desconfianza que reconfigura la conversación. Y cuando la conversación se quiebra, la legitimidad se vacía.

Trasladado a la Unión Europea, "inseguridad" es también ansiedad estratégica, capitales ilícitos, puertos hiperconectados, tensiones en Schengen, dependencia energética, guerras de influencia.

En ese tablero aparece el clúster oscuro, economías paralelas (narcotráfico, contrabando, trata, minería y madera ilegales) que no buscan tomar el poder del Estado, pero sí controlar zonas, corredores y mercados. Ese poder local cogobierna: arbitra, financia, "da trabajo" y compra silencios.

Narco como virus: anatomía de la sustitución

Entra por lo pequeño, la esquina sin luz, el trámite que nunca llega, la escuela que pierde horas, la ruta donde el contenedor sospechoso jamás se abre. Ahí encuentra su puerta.

Se adhiere a lo que ya existe, familia, barrio, oficio, club. Ofrece lo que escasea, pertenencia, liquidez, reconocimiento, y se vuelve cercano, cotidiano.

Luego replica funciones del Estado, reparte "seguridad", da "crédito", arbitra conflictos, organiza logística. Al principio parece ayuda; al poco tiempo es sustitución.

Cuando prospera, muta, deja de ser delito ocasional y se vuelve economía dominante del territorio, con precios, reglas y castigos propios. Ya no compite: administra.

Lo vimos en Colombia (FARC mutadas a economías de guerra hasta la "seguridad democrática" y la negociación); se advierte en Venezuela (enclaves criminales tolerados y cogobernados), en Nicaragua (aparato estatal capturado que convive con redes ilícitas y asfixia la esfera pública), en Perú (corredores mineros y amazónicos bajo control de economías paralelas) y, con otras lógicas, en Bolivia (amortiguada por su tejido comunitario).

En Europa asoman espejos., Italia con territorios donde la 'Ndrangheta impone reglas y tributos por fuera del Estado; Países Bajos–Bélgica con puertos (Rotterdam/Amberes) usados por el narco para logística y captura local, la lista continúa.

Argentina no está ahí, pero no es inmune, cada brecha entre ley escrita y ley cumplida es una puerta entreabierta. Cerrarlas a tiempo es salud pública democrática.

Inseguridad. No es solo delito, es desconfianza que encoge la plaza pública. El WhatsApp hace de comisaría, las persianas bajan antes, las calles se quedan sin testigos. Sin confianza horizontal (entre vecinos) ni vertical (en las instituciones), la democracia pierde anticuerpos.

Economía. Cuando la rentabilidad ilícita le gana al crédito formal, la ilegalidad se vuelve opción racional. Se tuercen precios, se falsea la competencia, se espanta la inversión; el lavado va desde los comercios grises hasta los contratos públicos opacos.

Educación. El frente silencioso. Si el aula no compite con el "salario" de la ilegalidad y la escuela pierde horas, recluta la zona oscura. La república promete a futuro; el virus paga en efectivo.

Europa y América Latina

En Europa, la "inseguridad de la UE" mezcla crimen organizado transnacional, dependencia de nodos críticos (energía, chips, puertos) y fatiga democrática en segmentos sociales que perciben que "la política no resuelve".

En América Latina, la inseguridad suma desigualdad y estados faltantes. Sin embargo, el patrón se repite, allí donde Estado, mercado y comunidad no producen sentido compartido y reglas claras, el clúster oscuro ofrece soluciones rápidas con costos altísimos.

Uniformar la respuesta no sirve. Habermas sugiere otra dirección, solidaridad postnacional, cooperación que respete identidades, y legalidad comunicativa, decisiones justificadas ante los ciudadanos, con razones y datos. Traducido, cooperación entre la Unión Europea y América Latina en inteligencia financiera, control de insumos, trazabilidad (minerales, granos, madera), estándares portuarios y educación. Menos cumbres, más equipos mixtos con metas medibles.

Qué hacer

No se trata de inventar un súper plan, sino de cerrar las puertas por donde entra la sombra.

En seguridad, que las rutas y los puertos dejen de ser agujeros negros, controles con IA para saber qué contenedor abrir, extinción de dominio que vaya detrás del dinero y no solo de los "kilos"; y policía y justicia cerca del barrio, con nombre y cara, para recomponer confianza.

En economía, ponerle DNI a lo que se mueve (minerales, madera, granos), ofrecer crédito limpio donde hoy manda la plata sucia y usar algoritmos para cazar sobreprecios y contratos truchos.

En educación, que la escuela compita en serio con el "sueldo" de la ilegalidad, tutorías con IA, contraturno con clubes y oficios, y carreras cortas que conecten rápido con el primer empleo.

Y, sobre todo, una esfera pública con datos abiertos, ciudadanos sorteados que opinen informados y periodistas protegidos. Sin prensa libre y sin control social, el resto son luces prendidas en un cuarto con las ventanas tapiadas.

Dos advertencias

Primera: seguridad sin ciudadanía es tentacióny fracasoseguro. Si el Estado "garantiza orden" pero silencia la crítica, habrá sistema sin legitimidad.

Segunda: tecnología sin reglas crea monstruos mansos, herramientas eficientes al servicio de cualquier mano.

Entonces no nos engañemos; seguridad sin ciudadanía es la antesala del abuso, y tecnología sin reglas es un ejército de máquinas obedientes al servicio del primero que las capture.

No necesitamos un Leviatán digital ni caudillos providenciales; necesitamos algo más difícil y menos espectacular: un Estado que mire a los ojos, instituciones que rindan cuentas y comunidades que no se suelten la mano.

La democracia no es una gárgola de mármol, es un organismo vivo. Cuando bajamos las defensas (ética, controles, educación, transparencia),entonces el virus entra, se instala y gobierna en nuestro nombre. Pero no está escrito que tenga que ser así. Podemos poner a la IA del lado de la plaza y no de la sombra, abrir el contenedor más riesgoso antes que el más fácil, sostener al que está por dejar la escuela, darle a la pyme un camino limpio para competir.

No prometamos milagros, midamos, prioricemos, cumplamos. Si lo hacemos, la puerta se cierra, la luz se enciende y el mapa del poder vuelve a dibujarse a la vista de todos. Porque el verdadero antídoto contra el poder oscuro no es el miedo, sino una democracia que respira, conversay cumple.

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