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Entre la guerra, el poder y la tecnología: el mundo que se redefine

Domingo, 28 de diciembre de 2025 00:00
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El mundo atraviesa un tiempo de tensiones simultáneas, persistentes y superpuestas. No se trata de una crisis aislada ni de un conflicto puntual, sino de un proceso profundo de reconfiguración del poder global. Especialistas en geopolítica, economía y relaciones internacionales coinciden en que el escenario actual combina guerras abiertas, disputas comerciales, confrontaciones tecnológicas y una aceleración histórica de los cambios que redefine el modo en que los Estados ejercen influencia, control y liderazgo.

En ese tablero inestable, la disputa estructural entre Estados Unidos y China aparece como el eje ordenador del nuevo orden mundial. No es una guerra convencional, sino una competencia estratégica que se expresa en aranceles, cadenas de suministro, control de tecnologías críticas, inteligencia artificial, datos, energía y comercio. Esta rivalidad atraviesa decisiones políticas, condiciona economías nacionales y proyecta sus efectos sobre todos los continentes.

El año estuvo marcado, además, por el regreso de Donald Trump como un actor central de la política global. Sus decisiones y redefiniciones estratégicas volvieron a impactar en Europa, América latina, Medio Oriente y Asia. Trump reinstaló una lógica de poder basada en zonas de influencia, relativizó alianzas históricas y tensionó el sistema multilateral surgido tras la Segunda Guerra Mundial, marcando la agenda internacional en casi todos los continentes.

Uno de los conflictos que mejor expresa esta etapa de turbulencias es la guerra entre Rusia y Ucrania. Iniciada hace casi cuatro años, la invasión ordenada por Vladimir Putin no ofrece señales de una resolución cercana ni de un acuerdo de paz sostenible. El costo humano y material ha sido devastador para Ucrania, pero el impacto trasciende sus fronteras y funciona como una advertencia directa para Europa.

Putin ha dejado en claro su objetivo de restaurar la gravitación del antiguo imperio ruso y proyectar a su país como una potencia euroasiática. Esa ambición se traduce en una política de presión permanente sobre los países donde existen comunidades rusas, lo que explica el temor creciente en Finlandia, Polonia, los Estados bálticos y otras naciones del flanco oriental europeo.

La guerra en Ucrania expuso también la vulnerabilidad estratégica de la Unión Europea y su dependencia de la alianza militar con Estados Unidos a través de la OTAN, preocupada porque el próximo objetivo sea en Europa. La decisión de Trump de reducir el compromiso directo de Washington con la defensa ucraniana dejó a los europeos ante un desafío para el cual no cuentan, al menos en el corto plazo, con los recursos necesarios. El acuerdo de paz propuesto por Trump a Moscú resulta difícil de aceptar para Kiev y, de concretarse, podría dejar a un país derrotado y resentido. La experiencia histórica de Alemania tras el Tratado de Versalles en 1918 funciona como una advertencia elocuente.

Pero Rusia no es la única amenaza que enfrenta el viejo continente. El avance de fuerzas reaccionarias, las dificultades para integrar grandes contingentes de inmigrantes con identidades culturales diversas y la erosión del contrato social han desplazado a partidos tradicionales de la democracia social. Ese vacío es aprovechado por liderazgos autoritarios que, en muchos casos, terminan siendo funcionales a los intereses de Moscú y al debilitamiento del proyecto europeo.

En paralelo, la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, anunciada el 5 de diciembre, dejó una definición contundente: para Donald Trump, América constituye el "hemisferio occidental" y el área natural de influencia de su país. En línea con esa visión, el presidente norteamericano reeditó de manera explícita la Doctrina Monroe bajo el lema "América para los americanos", anticipando una política exterior más dura y directa hacia América latina.

En ese marco, Trump volvió a colocar a Venezuela en el centro de su agenda regional, al definirla públicamente como un "narcoestado terrorista", y justificar así una presión política, diplomática y militar creciente sobre el régimen de Nicolás Maduro. El despliegue de la flota norteamericana en la región fue presentado como una estrategia para impedir el ingreso de drogas a Estados Unidos, aunque el trasfondo geopolítico excede la cuestión del narcotráfico y también es en pos de buscar un gobierno transparente.

América latina continúa siendo la región más violenta del mundo, no por amenazas externas sino por la expansión del crimen organizado, favorecida por profundas desigualdades económicas, la pérdida de control estatal sobre vastos territorios y la infiltración de las organizaciones criminales en estructuras políticas y de seguridad. Ese fenómeno estructural, advierten los especialistas, no se resuelve con portaviones ni con despliegues militares unilaterales.

Mientras tanto, China consolida su rol como la gran potencia que compite con Estados Unidos tanto en el comercio como en el liderazgo del desarrollo tecnológico. A diferencia de Washington, Beijing se mantiene equidistante de los conflictos bélicos y despliega una estrategia de penetración basada en inversiones estratégicas, infraestructura, financiamiento y tecnología. En América latina, esa presencia contrasta con la ausencia relativa de proyectos equivalentes por parte de Estados Unidos, lo que plantea dilemas crecientes para los gobiernos de la región.

En este ajedrez planetario, Europa y la cultura occidental parecen perder centralidad. El epicentro del poder global se desplaza hacia el océano Pacífico y el Índico, y el viejo continente se ve forzado a reacomodarse, muchas veces subordinado a decisiones tomadas fuera de sus fronteras.

En Medio Oriente, el conflicto entre Israel y Hamás alcanzó una paz frágil y latente tras dos años de enfrentamientos. Israel logró infligir golpes severos a Hamás, apoyado por Irán y Hezbollah, pero la crisis humanitaria en Gaza conmovió al mundo. A la vez, sigue presente el horror provocado por la masacre y el secuestro de civiles perpetrados por Hamás en octubre de 2023. Es un conflicto histórico, de raíces profundas, sin indicios claros de una solución estable.

Todo este escenario se desarrolla en paralelo a una revolución tecnológica sin precedentes. La inteligencia artificial emerge como un eje transversal que atraviesa la economía, la seguridad, la información y el poder. No es solo una herramienta productiva: es un factor geopolítico que redefine ventajas competitivas, capacidades militares y formas de control social.

El orden mundial que comenzó a diseñarse en 1945 se modifica aceleradamente. Las organizaciones internacionales, encabezadas por la ONU, muestran signos de desgaste y dificultades para responder a un escenario que ya no se rige por las reglas del siglo XX. Aunque los expertos consideran poco probable una conflagración mundial, la paz seguirá siendo frágil en numerosas regiones.

El reacomodamiento de las relaciones de poder en el planeta no será sencillo para ningún país. Tampoco para el nuestro. Comprender este contexto, analizarlo con mirada crítica y anticipar sus impactos es una tarea indispensable en un tiempo en el que el mundo, una vez más, vuelve a redefinirse bajo presión.

 

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