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David Slodky presenta hoy "Si la muerte pisa mi huerto...", será a las 20, en el salón auditorio del Colegio de Escribanos, Mitre 374. La novela, que se gestó durante 24 años, es un profundo viaje de autoficción que entrelaza la memoria, el duelo y las complejidades de las relaciones humanas.
En conversación con El Tribuno, el escritor y psicólogo compartió los orígenes del proyecto. El título, revela, es un "robo" a la canción de Joan Manuel Serrat. De ella extrae la metáfora que recorre la obra: la muerte como un intruso que irrumpe en el espacio propio. "La inmortalidad reside en la memoria de los otros y en las obras que dejamos", afirma, citando a Borges, y explica que este concepto guía su escritura.
El nacimiento
El germen de "Si la muerte pisa mi huerto..." se encuentra en una pérdida de un amigo, la muerte del poeta Ángel Zapata, "Babi", y en una situación muy personal en la que también era una posibilidad.
Con Babi se conocieron en Córdoba, en la época de las luchas estudiantiles contra la dictadura de Onganía. "Teníamos, 19 o 20 años, y desde allí fue mi más grande amigo de juventud", dice el escritor. Babi murió en un accidente a los 28 años, la misma edad de Slodky en ese momento. "Yo ya estaba casado con un hijito de dos años, y no me veía con el Babi. Y de golpe se llega a visitarme. Y le digo 'Babi, justo tengo que salir, tengo necesidad de hablar con vos, así que me viene bárbaro, pero no puedo ahora'", rememora, y agrega: "Quedamos que nos veríamos dentro de cuatro días, y nunca ocurrió. A los dos días, yendo en un taxi, los chocan, él iba con su compañera, y el único muerto es él".
El escritor descubrió el diario de Babi, un "progresivo ascenso hacia el amor y, sin saberlo, o sabiéndolo de algún modo, hacia la muerte". Y en la ficción cruza partes de esas palabras. "Babi" es el segundo capítulo del libro, junto al primero originalmente integraba una nouvelle publicada con otros relatos en "Travesía".
El primer capítulo nace cuando Slodky recibe dos noticias que lo enfrentan de nuevo a la muerte. La de Pepe Mantella, un querido amigo de adolescencia que padeció un cáncer fulminante. Y la inesperada aparición de un bulto en su propio cuerpo. "Esa noche habíamos hecho el primer ensayo del 'Romancero de Güemes' y estaba realmente hermoso. Y no podía dormir. Me levanto a las 4 y lo llamo a Jacobo Regen", cuenta. Y le deja un mensaje: "Por favor, quiero que vos lo presentes". Regen era el autor de un prólogo bellísimo a la obra de César Luzzatto. Al rato le devuelve la llamada. "¿Por qué querés que sea yo?", le pregunta. Slodky recuerda: "Le digo: y por quien sos vos para Luzzatto, por quien sos vos para mí y por quien sos vos". Y le responde el poeta: "Vos sabés que me cuesta mucho salir, solo puedo prometerte que lo voy a intentar".
"Yo estoy diciéndole esto, y de golpe me tocó un bulto", dice el escritor. "El libro se origina allí. Lo dramatizo un poco, hago una autoficción. Y escribo el capítulo", cierra esta parte de la charla sobre el inicio de la escritura de la novela que presenta hoy.
Memorias y secretos
El tercer capítulo está dedicado a Leivi, su padre. Años después de su muerte, el escritor descubrió que era un profundo estudioso de la cultura judía, algo que nunca le transmitió. Slodky se entera también de las tragedias que marcaron la vida de Leivi: el asesinato de su madre a manos de los nazis y la muerte de una hermana, quien después de sobrevivir a la guerra escondida en un pozo, fue asesinada el mismo día en que los soviéticos liberaron Polonia. "Todo eso estaba en el alma de mi viejo, sin que yo supiera nada. Yo a veces lo veía a mi viejo así, y no sabía qué le pasaba, cuántas cosas. Todo eso lo planteo acá. Es un capítulo muy, muy fuerte", dice Slodky, quien con la escritura pudo conectar puntos y comprender la tristeza de su padre.
Yospe, su madre, también ingresa en el libro. Un capítulo aborda parte de la historia de Naque, su hermano. Intelectual, periodista y exiliado.
Pensaba terminar el libro con los últimos versos de Amado Nervo -"Vida, nada me debes; vida, estamos en paz"-, le parecían un buen cierre. Y Silvia, su compañera, fallece. Escribe entonces el capítulo final -"Y la muerte pisó mi huerto"-, "Los heraldos negros" -poema de César Vallejo que comienza con este verso: "Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!"- es su desgarrador epígrafe.
"¿Qué sentido tiene nuestra vida? ¿Cómo darle un sentido? ¿Cómo perdurar?", se pregunta Slodky. Y cita a Borges, "la inmortalidad reside en la memoria de los otros".
"Cuando alguien nos recuerda, revivimos", dice.