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12 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
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Lhaka, la marca textil wichi, suma conquistas de góndolas y empresas

En una década de trabajo y capacitación constante, lograron producir 15 mil prendas por mes con altos estándares de calidad y tecnología. Actualmente son 65 los miembros de esta cooperativa.
Martes, 12 de agosto de 2025 02:07
El taller textil inicial se convirtió en una gran fábrica de ropa de alta calidad.
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Lhaka, la marca textil wichi, sigue creciendo a contramano de las negras profecías de los detractores del indigenismo. Es que en general, los wichis salteños son de una pobreza escalofriante, viven en taperas, hacinados y promiscuos, siempre a la espera de la caridad. Adentrarse en el Chaco salteño, especialmente en el perímetro del río Pilcomayo, hace crecer la desesperanza, y la prosperidad se ve como una muralla infranqueable. Sin embargo, hay historias que parecen demasiado buenas para ser ciertas y merecen ser contadas.

La comunidad wichi San Ignacio de Loyola, ubicada en el kilómetro 1837 de la ruta nacional 81, en Hickmann, Embarcación, representa una cachetada a la desconfianza, una burla al destino de hambre que tenían marcado. El acuerdo entre un cacique, Dino Salas, y un empresario, Aldo Navilli, abrió para ellos las puertas al trabajo y les permitió un cambio de vida sustancial.

La tecnología de punta que emplean contribuye a lograr las normas ISO9001.

Así, en 2015 nació Lhaka, que en idioma wichi quiere decir "Nuestro", como un taller textil que hoy es una industria real que compite y gana frente a grandes proveedores urbanos. Carrefour fue el primer gran cliente que apostó por la marca de ropa wichi hace ya 8 años, le siguieron Jumbo, Molino Cañuelas, Supermercado Día, Walmart, La Anónima y otras importantes empresas para las que fabrican ropa de trabajo. La cooperativa textil hoy tiene una capacidad productiva de más de 15.000 prendas por mes con estándares de calidad internacional.

Y no se trata de una experiencia simbólica. Es una fábrica que cuenta con cuatro líneas de confección industrial de ropa de trabajo y moda, bordado, serigrafía y personalización, corte, sistemas de control de calidad, eficiencia medida por hora, y procesos industriales auditados. Hoy son 65 socios capacitados, que con sus productos ya pasaron dos instancias para obtener las normas de calidad ISO 9001.

Catalina Rojas, la asistente social que estuvo desde el día uno abanderando este proyecto de trabajo y dignidad, señaló: "Lhaka es producción, empleo, valor y desarrollo real. Durante décadas se nos hizo creer que ciertas poblaciones eran irrecuperables, que no podían producir, competir ni sostenerse sin asistencia. Esta comunidad demostró que una de las etnias más postergadas del país, con los índices sociales más críticos, puede transformarse en un actor productivo de alto nivel, capaz de abastecer a empresas líderes del mercado nacional, cumpliendo normas de calidad, eficiencia y organización".

"Todo el tiempo otros caciques nos dicen: Nosotros también sabemos y queremos trabajar. Quieren tener una moto para venir a trabajar a Lhaka o incluso mudarse porque ven el crecimiento"                                            

Y añadió con orgullo: "Habiendo superado uno de los escenarios más adversos del país para crecer, Lhaka hoy es elegida por empresas del agro, la energía y el retail por su calidad, confiabilidad y respuesta a medida. Lo más revelador no es solo que estas compañías trabajen con la marca wichi, sino que lo hagan sin condescendencia: no como un gesto solidario, sino porque encontraron en esta cooperativa un proveedor serio, eficiente y competitivo".

Así aparece la marca en las prendas.

Decenas de creativos trabajan a diario en Lhaka, y de la mano de la Fundación Molinos Cañuelas, le ponen alas a los sueños de progreso, en un norte vedado para el éxito de los indios.

"En Salta, empresas como Fortis, EDESA, Desde el Sur, Huayra, Juramento Agronegocios y Sofía fueron las primeras en sumar a Lhaka a su cadena de valor para la compra de indumentaria laboral. Ellos vieron que no hace falta irse lejos para encontrar eficiencia. Que invertir en impacto no implica resignar precio ni calidad, sino sumar propósito. Y que el futuro productivo de Salta también puede construirse apostando por empresas locales que ofrecen excelencia, compromiso y resultados", dijo Catalina Rojas.

La visionaria charla entre un cacique y un empresario

En la charla entre el cacique wichi de la comunidad de San Ignacio de Loyola, Dino Salas; y el empresario de Molino Cañuelas, Aldo Navilli, empezó todo. Más que una charla, ellos sellaron un acuerdo. Salas no pidió ayuda, sino trabajo. Navilli no llevaba donaciones, sino visión, infraestructura, tiempo y método. Sumó a la asistente social Catalina Rojas para liderar el área operativa del plan, y juntos emprendieron un camino de capacitación, incorporación de tecnología, diseño de procesos y construcción de una cultura organizacional sólida, aplicando el mismo sistema de gestión que llevó al éxito a sus propias empresas. Y así, poco a poco, se armó algo distinto y sorprendente. Desde el norte profundo de Salta, un modelo para imitar, inspira a grandes empresas de todo el país. 

Al respecto, Catalina Rojas expresó: "Si el Estado, en lugar de pagar para que millones de personas sigan atrapadas en la inacción, destinara esos mismos fondos durante solo tres años, a infraestructura, capacitación y organización real, podría replicar este modelo en todo el país".

"No haría falta aumentar el gasto público. Solo haría falta tomar la decisión de cambiar la estrategia", finalizó.

 

 

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