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Juan Balet Herrero y su mujer, María del Pilar Cano, vivían en Zaragoza, provincia en la que habían nacido, y constituían una pareja consolidada. El era un ingeniero de buen pasar económico y 38 años, y con Pilar tenían cuatro hijos. Pero, de pronto, ocurrió algo inesperado. La vida le puso en el camino a una joven mujer, Ana Alava, de la que se enamoró perdidamente.
Juan estaba dispuesto a separarse de buenas maneras, pero a Pilar no le agradó la idea: llevaban una vida acomodada y no tenía que perderla por la aparición de una extraña que le había dado vuelta la cabeza a su marido... seguramente, ya se le pasaría el metejón.
Balet comenzaba a perder la razón entre las torneadas piernas de Ana. Y para evitarse problemas, la mandó a vivir a Alemania, donde la visitaba asiduamente.
Pero no era suficiente: la quería tener todos los días y para lograrlo decidió tomar el toro por las astas.
Se puso en contacto con un antiguo amigo de la infancia, profesional como él, pero en un rubro no académico: la estafa y el plagio. Su nombre: Juan Midon, también de sus pagos. Con pocas palabras se entendieron. La cosa era muy simple: había que sacar del medio a la joven Pilar Cano para que Balet pudiera seguir su vida con Ana. Para ello había que ensuciarse las manos con sangre y Balet no quería comprometerse, por eso pensó que un especialista como Midon podía resolver la cuestión.
Se citaron en un café, hablaron largamente y acordaron los pagos. La primera entrega la hizo allí mismo: 7.000 dólares.
Midon debía simular un accidente, él vería cómo lo hacía. Para eso se puso en contacto con un par de alemanes, criminales de poca monta, para que ejecutaran el plan que aparentaba ser cuasiperfecto. Era febrero de 1973.
Una vida de placer
La pareja Balet-Cano tenía un buen pasar económico, sin lujos pero con todos los gustos, uno de ellos era viajar a Francia, a Biarritz, más precisamente.
Esas escapadas eran un respiro a la dura semana de trabajo. Se alojaban en un hotel cómodo pero sin demasiados lujos y de allí, por supuesto, iban al casino. Eran jugadores asiduos y con bastante suerte, tal vez por eso de “afortunado en el juego y desgraciado en el amor”.
Mientras tanto el trabajo de Midon se complicaba. De los dos contratados para hacer el trabajo sucio, uno desistió a último momento, por lo tanto, tuvo que buscar a un reemplazante y el plan se retrasó. Los asesinos debían conocer al matrimonio, sobre todo el rostro de Pilar, y también sus movimientos en Biarritz, en donde se ejecutaría el crimen.
El seguimiento
Durante los meses de marzo y abril, se dedicaron a seguir a la pareja. Los pagos del ingeniero a su amigo y ayudantes se sucedían, lo mismo que los encuentros entre ambos en coquetos y misteriosos cafés franceses.
La participación de Balet en el crimen de Pilar era fundamental. No había forma de que se mantuviera al margen. Su trabajo no podía ser solo el de pagar el crimen, sus manos también se teñirían de sangre. Su principal tarea era facilitar la situación.
El 28 de abril de 1973 se fueron a Biarritz como de costumbre. El matrimonio había dejado a sus cuatro hijos al cuidado de la niñera de siempre. Pilar estaba relajada y feliz, a pesar de saber que la mente de su marido no estaba con ella...