inicia sesión o regístrate.
Un relato oficial descabellado pretende vestir con discurso progresista y transformador las medidas adoptadas para administrar la escasez de divisas de la economía, cuando en la práctica no son más que un intento tardío y ahorrar dólares con el objetivo de afrontar vencimientos que superan los US$ 10.000 millones, del Boden 2012 y del cupón PBI, y que insumen el 60 por ciento del saldo comercial total de la economía nacional.
Hoy, nuestro país produce como resultado de su comercio exterior unos US$10.000 millones.
Si se toma en cuenta que la “fuga de capitales” insumió unos US$ 20.000 millones en el 2011 y que tal cual dijimos los vencimientos por deuda superan los US$10.000 millones, está claro que los dólares no alcanzan.
A esto hay que agregar los pagos de utilidades al exterior que realizan las subsidiarias de las firmas trasnacionales que dominan núcleos fundamentales de la economía argentina y también los dólares que se van por el turismo al extranjero.
Los compromisos por deuda que tenemos son el resultado de haber aceptado como lógica de resolución del problema la “lógica financiera de la deuda”. A su vez, el crecimiento de las importaciones es resultado de la ausencia de una estrategia de cambio productivo y de la falta de una política industrial y de haber validado como razonable el perfil productivo resultante de la reestructuración noventista.
Luego de haber dilapidado dólares y oportunidades inmejorables en los últimos años, el Gobierno nacional ha decidido pagar con menos actividad económica, menos empleo, deterioro del poder adquisitivo y complicaciones para la vida de las personas, la necesidad de ahorrar dólares para pagar la deuda.
Resultan absurdas las argumentaciones oficiales que pretenden justificar lo que hoy ocurre, invocando el objetivo de pesificar la economía o de sustituir importaciones.
La discusión válida de recuperar una moneda local que además de permitir las transacciones comerciales sirva como reserva de valor, resulta sepultada por un gobierno en el que sus funcionarios, desde su presidenta para abajo, ahorra en dólares.
Y es casi una ironía plantearlo en un contexto en el que el ahorro en pesos convive con una tasa de interés inferior a la inflación y una disparada del dólar paralelo.
En términos más estructurales, resulta imposible generar condiciones para fortalecer la moneda local si no se replantea por vía de la regulación pública el comportamiento del capital concentrado.
Sin transformar la fuga de capitales en inversión productiva y sin elevar de manera sustantiva el porcentaje de utilidades que las empresas transnacionales invierten en la economía local, pensar en tener una moneda que pueda actuar como reserva de valor es una verdadera fantasía.