Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
15°
26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Katmandú, riqueza del espíritu

Miércoles, 26 de septiembre de 2012 01:17
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Antigua meca de los hippies del mundo entero, y lejos ya de ser el paraíso de drogas alucinógenas que supo ser en los 60, Katmandú recibe hoy a decenas de miles de montañeros, que desde allí salen a conquistar las cumbres del Himalaya.

Capital del recóndito Nepal, Katmandú sigue siendo visitada por aventureros de muchísimos países. Franceses, españoles, estadounidenses, sudamericanos y asiáticos por doquier recorren hoy sus calles, ya no ataviados con túnicas y sandalias, sino con ostentosas mochilas y modernísimos implementos para el montañismo.

Es que aunque la droga siga siendo barata en Katmandú, el hachís -cuya venta fue legal hasta 1953- dejó ya de ser la razón primera para un viaje tan largo. Y es porque Nepal alberga ocho de las catorce cumbres del planeta que superan los 8 mil metros de altura, y por esa razón la mayoría de sus visitantes llegan en comitivas, dispuestos a conquistar el Himalaya, sin amedrentarse ante el peligro subyacente en tanta belleza natural.

El último domingo, un furioso alud barrió dos campamentos de base y se llevó la vida de al menos una decena de escaladores. Sin embargo, a pesar de estas habituales noticias de tragedias, uno ve a los deportistas caminando muy serenos, reunidos en grupos, conversando y planificando ascensos junto a los templos, o comprando -previo regateo- los miles de artículos y baratijas que ofrecen los lugareños.

A pasos del Himalaya

La ciudad-refugio, donde conviven en cada rincón los hombres y los dioses, posee un sinfín de atractivos. Los que tienen la suerte de llegar a ella en avión, en un día despejado, tras una hora y media en vuelo desde Nueva Delhi, pueden observar un panorama maravilloso, único en el mundo. La cadena del Himalaya, con el majestuoso Everest como punto culminante gracias a sus 8.848 metros, confiere al paisaje características inigualables.

Katmandú está situada en un valle, a 1.400 metros de altura, en medio de una vegetación abundante con una temperatura muy agradable, semejante a la de la ciudad de Salta. Las casas rojas, los numerosos templos budistas, las pagodas, las imágenes sagradas esculpidas o pintadas en piedra o metal, hacen de la capital de Nepal un lugar de excepción.

En la ciudad de los edificios de madera y de metal dorado, dejos de creencias milenarias típicos del arte nepalés, asoman sin cesar. Es común observar a toda hora a creyentes orando frente a ellos. El templo de Shiva es el más importante, donde la concentración de fieles es mayor. Los leones de piedra y los dragones con cientos de brazos, se levantan como una muestra palpable de la cercanía que, a cada momento, conjugan al hombre con la muerte.

Allí conviven, con el millón y medio de personas que pueblan la capital, la diosa Kali -en el palacio del Kumari- y el tantrismo, que nació como una reacción contra el estereotipado ritual de mortificaciones. Pero Katmandú respira y resplandece en las figuras eróticas, en las transfiguraciones de divinidades y simples mortales, conocedores plenos del Kama Sutra. En medio del valle, y con la majestuosidad del Himalaya como fondo, la dimensión tiene un valor distinto para los nepaleses, tan diferente a lo que pueda captar o sentir un occidental.

Atraso y suciedad

Sin embargo, junto a los palacios de ladrillos rojos y a las joyas arquitectónicas, asoma otro mundo: el de la suciedad y la pobreza. Los restos de basura, de larga data, abundan por doquier. La descomposición produce olores tan nauseabundos que son desconocidos para nuestra sensibilidad.

Las aguas podridas cobijan a millones de moscas y mosquitos. Las ratas cruzan desprevenidamente, una y otra vez, las calles, ante los ojos asombrados del lejano visitante. En la capital no hay cloacas ni pozos ciegos: centenares de edificios amenazan con derrumbarse.

Muchos no tienen calzado, otros visten ropas multicolores aunque laceradas, y aquí y allá una multitud de niños suplica por una limosna. Muchos ni siquiera disponen de una cama para el descanso y se los puede ver, a través de las ventanas de sus modestísimas casas, dormir sobre el piso de tierra.

Legión de europeos

En Katmandú abundan europeos que llegaron hace algunas décadas persiguiendo un ideal hippie... y terminaron abriendo un hotel económico o un restaurante con platos de su país de origen. Y los hay de todo tipo, sin duda: por 7 dólares diarios, incluido el desayuno, se consigue un alojamiento más que respetable. Con 2 dólares diarios se vive sin problemas y hasta se alquila una bicicleta o uno de los centenares de rikshaw, y así pasear por las estrechas y cálidas calles de la ciudad.

Los nepaleses son excelentes en el arte de vender. Ofrecen sus artículos regionales, tapices, bolsos multicolores y figuras en bronce con un énfasis y entusiasmo desconocidos para nosotros. Siempre están dispuestos al regateo, y se asombran si el circunstancial cliente no les pide una rebaja, que siempre están dispuestos a conceder.

Nepal es uno de los países del mundo con menor cantidad de días laborales. Los lugareños, entre sus principales creencias, aseguran que martes y jueves son los únicos días propicios para cualquier tipo de trabajo, y si a ello agregamos su predilección a celebrar todo tipo de fiestas, en especial las referidas a los astros, los descansos más allá del fin de semana son casi un hábito.

Los gurkas, los sherpas y otra veintena de etnias conviven en medio de 36 lenguas y dialectos, entre templos, callejuelas multicolores (siempre cubiertas de transeúntes), la magia de un valle con una temperatura ideal y el trasfondo del majestuoso Himalaya. Todo detrás de las miradas adustas aunque plenas de candor, aferradas a un pasado milenario que aún arrastra la injusticia y la humillación.

“Namaste” es una palabra importante dentro de la jerga diaria de Katmandú. Significa “buen día”, “buenas tardes”, “bienvenido” o “hasta luego”, indistintamente. Pero, por encima de todo, significa “respeto lo divino que está en ti”.

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD