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El escritor y periodista británico Mark Lynas realizó este mes una inédita autocrítica, que produce un golpe brutal a las organizaciones y partidos políticos que, por ignorancia o por venalidad, han combatido la producción de alimentos transgénicos. Lynas fue uno de los más firmes impulsores de la campaña contra esta tecnología, que incluyó estrategias de desacreditación de los productos de ese origen, pero también persecuciones políticas sin fundamentos.
Hoy, el ideólogo más importante de la campaña reconoce que el planteo antitransgénico es un conjunto de creencias sin fundamento científico.
En su retractación pronunciada en la Conferencia Agrícola de Oxford, Lynas relata arbitrariedades cometidas por Greenpeace, y señala la campaña de pánico que desató en China, al calumniar a honestos científicos de ese país diciendo que habían utilizado a dos docenas de niños como conejillos de Indias humanos en un ensayo de arroz dorado transgénico. “Este arroz es más sano, y podría ahorrarle a miles de niños la ceguera relacionada con la deficiencia de vitamina A y la muerte cada año”, destacó Lynas. Los tres científicos chinos fueron perseguidos públicamente y perdieron sus puestos de trabajo.
Lynas reconoce que al buscar auxilio en el pensamiento científico corroboró empíricamente lo que centenares de agrónomos de nuestro país venían sosteniendo desde el principio: el uso de tecnología transgénica en alimentos no produce daño alguno a la salud humana. Ni la soja ni el maíz transgénicos han afectado a ningún consumidor en ninguna parte del mundo, salvo en el relato de los ecoterroristas. Además, la experiencia, que es el único criterio sólido para los juicios racionales, demuestra que los cultivos transgénicos no sólo aumentan la productividad sino que reducen la necesidad de los desmontes nativos y del uso de agroquímicos.
En Salta conocemos perfectamente el daño que producen los falsos ambientalistas, ya que suelen encontrarse con dirigencias políticas débiles y susceptibles a estas influencias nocivas. Baste recordar los recitales del músico Gustavo Cordera, cuyos antecedentes científicos se desconocen, o las andanzas de personajes como Emiliano Ezcurra, dedicado hoy a prósperos negocios con los bosques. En ambos casos, contaron con el apoyo de la política ambiental del actual gobierno provincial que convalidó, por razones que deberían quedar plenamente esclarecidas, lo que es una traición aviesa al desarrollo agroindustrial de Salta.
En 2050, dentro de cuarenta años, la tierra estará habitada por 9.500 millones de personas, que duplicarán la demanda de alimentos. La Argentina es una de las potencias agroalimentarias del mundo, aunque las “leyendas urbanas verdes”, que pululan entre políticos y comunicadores, están frenando el desarrollo de estas producciones. Salta en particular dispone de millones de hectáreas que, con inversión tecnológica y con decisión política, producirán un giro en la historia y una adecuación a los tiempos que vienen.
La ciencia demostró a Lynas que los cultivos transgénicos contaminan menos, requieren menos agroquímicos, favorecen a los pequeños productores, y son más seguros y más precisos que las viejas tecnologías.
Su autocrítica sólo se escuchó en Oxford y en algunos medios que la reprodujeron. Nuestra dirigencia debería recordar también la experiencia de Gualeguaychú, donde intencionalmente se hostigó a una empresa y a un país hermanos a sabiendas de que no era más que una fábula.
Es importante recordar, especialmente entre los salteños que con el medio ambiente no se juega: la peor de las catástrofes ambientales es la pobreza, que agravia a nuestra provincia, y la peor de las injerencias externas es la que, como en el caso del ecoterrorismo, se disfraza de benéfica para defender intereses inconfesables.