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Estamos todos locos. O por lo menos eso parece. Sino ¿Cómo se explican los hechos de violencias suscitados en este último tiempo en el fútbol argentino tanto en el ámbito local como nacional?
Hinchadas desenfrenadas, jugadores sacados de la ira y padres que fomentan la violencia, es como una enfermedad difícil de curar.
Hace una semana los incidentes que se registraron en el clásico del Torneo Anual donde los hinchas de Central Norte y Juventud Antoniana, cual hermanos caprichosos que se “hacen la contra” y pelean, se enfrentaron en el campo de juego en pleno desarrollo del partido, obligando al árbitro a suspenderlo.
En el interior también ocurren desmanes. En Rosario de la Frontera, piñas fueron y vinieron entre jugadores de Progreso y Gemes y el árbitro asistente resultó herido. En el Valle de Lerma, los hinchas de La Merced provocaron incidentes en su propio estadio y consiguieron que el tribunal de penas lo inhabilite para la disputa de partidos. En tanto, en Anta también se desató una batalla campal entre los hinchas de General Pizarro y San Luis de Burela.
Los clubes terminan siendo los más perjudicados por el mal comportamiento de sus hinchadas o jugadores porque, mientras luchan por reducir al mínimo el costo de adicionales de seguridad, se producen situaciones de violencia que obligan a la contratación de más policías -lo que representa la erogación más elevada a la hora de organizar un partido- o a tomar medidas tales como jugar sin público, lo cual implica no recaudar ni un solo peso. Además esta medida implica quitarle el folclore al fútbol, ese folclore que muchas veces se distorsiona a causa de unos los desubicados que son capaces de generar situaciones de violencia en la cancha, sin considerar la presencia de familias enteras viendo un partido.
La situación, sin dudas, es compleja; pero alguien debe tomar el toro por las astas. Desde la Liga Salteña de Fútbol ahora se gestiona una reunión con la Policía para coordinar acciones que conduzcan a erradicar, de manera definitiva, la violencia del fútbol local. Encontrar el remedio para esta grave enfermedad del fútbol es la premisa.
El problema también afecta a los más chicos
Quizá la escena más dolorosa, la menos esperada y la que más se lamenta es la de episodios violentos en el fútbol de las divisiones inferiores.
Los hechos son recurrentes y el último incidente registrado en este ámbito tuvo lugar la semana pasada, cuando los jugadores de la tercera división de Cachorros y Juventud protagonizaron una batalla campal en medio de un partido que disputaban. ¿De quién es la culpa? O, mejor dicho, ¿quiénes son los responsables?
La educación tiene que venir desde la casa, dicen. Pero muchas veces son los mismos padres los que promueven las acciones violentas en el fútbol de los más chicos. Si bien existen padres que se limitan a acompañar a sus hijos, sin darle mayor importancia al resultado, en las canchas de inferiores se observa a muchos padres gritándole a sus hijos y al propio árbitro. Y, en algunos casos, además del padre -o madre- que grita los directores técnicos también contribuyen a crear un mal entre los jugadores con gritos ensordecedores cargados -ciertas veces- de bronca.
Luis Viano, director técnico en las divisiones inferiores de Gimnasia y Tiro, explicó: “Yo creo que la violencia está fundamentada en la mentalidad terrible que existe en la sociedad. Y considero que hay técnicos que no están preparados para manejar chicos. Hoy todo el mundo quiere ganar y, a mi criterio, no es el método. Los padres desde afuera de la cancha insultan, gritan y predisponen mal a los chicos; a los técnicos también les importan más los resultados que el hecho de darles una formación. Pero en inferiores formás no solo jugadores de fútbol sino seres humanos, porque si no a primera no van a llegar”. Y, sin titubear, el Loco dejó en claro: “El problema que tenemos es que se perdió la educación, todo el mundo cree que tiene la verdad. Necesitamos un cambio rotundo, si no el deporte se va a terminar y se va a convertir en una guerra que gana el que más jugadores tenga de pie”.
Por su parte, Miguel Roy, coordinador del torneo del fútbol infantil de AFIN, explicó: “El problema que se vive en el fútbol actual es más social que otra cosa. La gente tiene muchos problemas en la casa y los traslada a las canchas. Nosotros en AFIN afortunadamente no tenemos inconvenientes con los padres, porque tenemos reglas claras: el papá que comienza a reclamar al árbitro automáticamente es advertido y si se reitera lo hacemos retirar del predio. Los hemos solucionado de esa manera”. Será cuestión, entonces, de aplicar sanciones a aquellos padres que promuevan la violencia.