Hay personas a las cuales los estragos del tiempo no les hacen mella. Entre ellas debemos considerar a Amadeo Coco Barraza, titiritero y trotamundos salteño, que luego de siete años en la tarea de andar por varios países, regresa entero a Salta. Esta vez, “con ganas de quedarme. Nunca pensé que iba a decir esto, pero esta vez quiero quedarme. Me podría haber quedado en Europa, pero hasta ahora no tuve oportunidad de arrepentirme de mi decisión”, dice. Y mientras tanto, mira pasar la calle Caseros con curiosos ojos de niño, tan similares a quienes comparten su oficio de maravillar.
Primero, en el año 2000, premiado por el Estado de San Pablo, en Brasil, se instaló en esa ciudad durante dos años, recorriendo un circuito de salas que son construidas con el aporte de entidades privadas. “Ahí sumé, por primera vez, a una actriz en la obra. Es una situación muy común entre los títeres de Brasil: aunque tienen una amplia tradición, siempre suman un actor a las compañías de muñecos, nunca es pura. ¿Sabés que en portugués no existe la palabra títere?, lo llaman "teatro de muñecos'. Pero en los programas que hacían para mí, tuvieron que aumentarle la frase "y formas animadas', porque no solo uso muñecos, sino que a veces sumo a las obras cosas que de pronto cruzo tiradas en la calle y que tienen una historia que debe ser contada”, cuenta Coco. De Brasil partió hacia Europa, donde trabajó en Barcelona, Madrid, luego en Suiza y finalmente en Bérgamo, Italia, donde fue maestro de artes de San Vicenzo, una escuela para “chicos problemas”.
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Hay personas a las cuales los estragos del tiempo no les hacen mella. Entre ellas debemos considerar a Amadeo Coco Barraza, titiritero y trotamundos salteño, que luego de siete años en la tarea de andar por varios países, regresa entero a Salta. Esta vez, “con ganas de quedarme. Nunca pensé que iba a decir esto, pero esta vez quiero quedarme. Me podría haber quedado en Europa, pero hasta ahora no tuve oportunidad de arrepentirme de mi decisión”, dice. Y mientras tanto, mira pasar la calle Caseros con curiosos ojos de niño, tan similares a quienes comparten su oficio de maravillar.
Primero, en el año 2000, premiado por el Estado de San Pablo, en Brasil, se instaló en esa ciudad durante dos años, recorriendo un circuito de salas que son construidas con el aporte de entidades privadas. “Ahí sumé, por primera vez, a una actriz en la obra. Es una situación muy común entre los títeres de Brasil: aunque tienen una amplia tradición, siempre suman un actor a las compañías de muñecos, nunca es pura. ¿Sabés que en portugués no existe la palabra títere?, lo llaman "teatro de muñecos'. Pero en los programas que hacían para mí, tuvieron que aumentarle la frase "y formas animadas', porque no solo uso muñecos, sino que a veces sumo a las obras cosas que de pronto cruzo tiradas en la calle y que tienen una historia que debe ser contada”, cuenta Coco. De Brasil partió hacia Europa, donde trabajó en Barcelona, Madrid, luego en Suiza y finalmente en Bérgamo, Italia, donde fue maestro de artes de San Vicenzo, una escuela para “chicos problemas”.
“No fue fácil, pero el trabajo se fue afirmando a medida que pasó el tiempo. Yo era parte de un equipo, donde había profesionales como psicólogos, que hacían un seguimiento de las cosas. Lo primero en lo que concluimos es que los chicos necesitaban cambiar de ámbito, salir de las salas de estudio tradicionales y yo trate de brindarles eso, un lugar donde pudieran encontrar otro tipo de aprendizaje. Como yo vivía en un gran galpón dentro de la escuela, que también era mi taller, fue mi espacio de enseñanza y de libertad de los chicos”, cuenta Coco.
Actualmente interviene en un programa de la comuna capitalina con la propuesta de llevar el teatro de títeres a los barrios periféricos de la ciudad. “Querría poder armar un elenco estable de títeres con la participación de los jóvenes de estos barrios. Me impresionó la pobreza que hay! Y la poca atención que reciben. Es una pobreza muy diferente a la que sufren en otros países del continente. Pareciera que en nuestros barrios están más expuestos, sin redes de contención social”, aprecia Barraza.
El titiritero se especializó en su profesión con figuras mitológicas de ese arte como Mane Bernardo y Ariel Bufano. También profundizó sus conocimientos en dirección teatral en el Conservatorio Nacional de Teatro. “Pero soy muy malo estudiando. Me pasa que en un momento ya sé lo que van a decir los profesores, así que me termino aburriendo y dejo todo a medias”, confiesa.
-Dice el gran titiritero salteño Guaira Castilla que el arte del títere es el arte del vacío. Que de repente construís un mundo con sus personajes e incluso sus leyes propias y de repente, al terminar la función, no hay nada de eso. Todo se esfumó, quedan unos trapos, unos muñecos, el vacío. Según él, ahí reside el verdadero arte del títere.
-¿Eso dice? Jajajajaja! Es hermoso. Es una hermosa manera de decirlo. Muy valedera su reflexión. Lo que pasa es que el titiritero es un buceador de metáforas. Es Juanito, el eterno enamorado de María, por quien está dispuesto a enfrentarse al Diablo y a la mismísima muerte con tal de llevarse un beso de su amada.
-La mayoría de las veces, sobre todo en Salta, se considera a los títeres solo como un elemento más para cumpleaños de los niños, junto a los payasos y las tortas.
-Es que los títeres tienen una gran cosa que es también un gran inconveniente: su facilidad. Cualquiera puede agarrar un muñeco y empezar a hablar, y la gente automáticamente dice: “Mira, ahí hay un títere”. Yo en un taller llegué a prohibir que los estudiantes comiencen sus obras diciendo: “Hola, chicos! No los escucho, les dije "hola'!”, y ese tipo de cosas. El títere es un lenguaje encantador al que hay que explotar desde lo profundo. En ese taller, mirá qué cosa, un grupo de maestros hizo una obra a la que llamaron “La lenta muerte de un hermoso hombre”, que trataba sobre la situación de degrado del dique. Como no había tiempo ni elementos, los estudiantes pusieron sus propias ropas. Y con las manos unidas, representaban al movimiento de las aguas del dique. Muchísimo vuelo. Una hermosura. Eso es teatro de títere! Eso es lo que busco, ahí estaba mi concepción de las posibilidades del títere. No hay que limitarlo a fórmulas. Es válido lo de los cumpleaños, pero el que quiere ser un artista del títere, debe alejarse de esas fórmulas.
Para mí la palabra “artista” es muy grande. Creo que hay veces que uno puede transpirar mucho la camiseta usando lenguajes artísticos, pero que llegar a ser un “artista”, es otra cosa.
-¿Cuándo comienza a “respirar” un títere?
-Cuando desaparece el titiritero y el títere comienza a vivir su propia vida, su propia forma de hablar, de moverse, sin el esfuerzo del manipulador. En lo personal, tengo una satisfacción permanente con mi bailarina clásica, Griseth, que me acompaña por el mundo desde hace años. Bueno, ella se llama Grisel, pero le gusta que le digan Griseth porque le parece más fino. Cuando la suelto, comienza a dar vueltas, a bailar hasta llegar a mantenerse en el aire, logrando lo que quieren todas las bailarinas: volar. Pero Grisel, esa hermosa bailarina con la que llego a expresarme hasta la felicidad y que entienda a Bizeth y a los cánones clásicos, es solo un rodillo de pintar paredes y dos piolines.
Creo que el arte del títere es el arte de la simpleza total.
-El retablo, el teatrino, detrás del cual manipulaba su mundo el titiritero, está en retirada. ¿Cómo ves esa situación?
-Como un logro del titiritero! Ya no tiene que esconderse, ahora está ahí, expuesto, por supuesto llevando la atención al objeto que manipula. Me recuerda a Grotowski, cuando les dijo a sus estudiantes que el escenario de un actor son las plantas de sus pies.
De esta manera les abrió un universo completo. Y el titiritero ha ganado ese espacio de expresión. Es también sin dudas un desafío.
Según el psiquiatra y teórico Rojas Bermúdez, el titiritero es un actor que se expresa a través de un elemento. A eso le agregás la situación dramática, pero es valedera la definición. El titiritero debe tener una formación actoral profunda. Y debe saber usar los elementos de la escena teatral, como el espacio, la acción, el conflicto.
PARA COCO BARRAZA, EL TITIRITERO ES UN ACTOR QUE SE
EXPRESA A TRAVES DE UN ELEMENTO.
¿Qué prima en un buen titiritero, la libre expresión o la búsqueda de la maestría en la manipulación?
La formación. Una buena formación técnica te abre caminos expresivos, te deja a mano recursos para poder expresarte mejor.
Nosotros, nuestra generación, entramos al títere a través de la bohemia. Y lo primero que aprendíamos era desobedecer, no bañarnos, andar por los caminos sin horarios.
Las figuras de Javier Villafañe y García Lorca, padres de los titiriteros argentinos, alumbraban hacia ese lado. Por eso es una tendencia definir nuestra tarea a través de la poesía y de su libertad. Pero la formación es fundamental en esto de hacer títeres, porque hay necesidades que obedecen a leyes profundas de la representación y hay que saber solucionarlas. Hay que reafirmar nuestro trabajo.
Te tengo que decir que en estos años sobre todo aprendí. Vi mucho y aprendí viendo. Por ejemplo estuve en Francia, donde pude hacer eso con Philippe Genty, el titiritero que más admiro.
El tipo tiene un galpón en París, que le da el Gobierno francés para que labure con su elenco.
Sabés que un día el tipo se levantó y contó al elenco un sueño que tuvo. Durante dos años estuvieron trabajándolo. Y, por supuesto, finalmente les salió algo genial. ¡Resultado de la tranquilidad creativa! Ojalá las cosas funcionaran así un mínimo en nuestras sociedades.
¿Por qué hay tantos buenos titiriteros en Salta?
¡Buena pregunta! Pero no sé si tengo una respuesta. Bueno, la verdad es que en toda la Argentina hay buenos titiriteros, a pesar de que no se le dedica al títere un espacio cultural, sino que se lo bastardea, se lo pone como una expresión menor de las artes.
Pero bueno, el teatro San Martín, con la escuela de títeres de Ariel Bufano, ha sacado generaciones de excelentes titiriteros que andan por el mundo.
Muchas veces me los crucé por ahí. En algún momento hasta pensé que aquí éramos demasiados y esa fue una de las razones por las que me fui.
¿Qué es lo que más extrañás cuando andás por ahí?
¡La sopa de gallina de Cristina! Los abrazos de mi hermano Ramoneda, o quedarme a charlar con Miro. Villa Primavera, donde nací y crecí. Extraño la seguridad, aunque a veces también se convierta en una mochila muy pesada. Quiero quedarme en Salta esta vez, necesito un puerto para volver y para zarpar de nuevo.
Mi hija el otro día me reclamaba haber cambiado siete veces de escuela. ¡No la dejaba tener amigos! Yo no era consciente de ese daño. Pero desde que estuve con mi sobrina nieta, Juana, me recordó que no le había dicho nada cuando la última vez me fui.
“Te has ido sin despedirte”, me reclamó. ¡Y tenía razón! Ahora aprendí. Y me despido de todos con un “Ya vuelvo. Seguro tardo un poco, pero ya me van a tener de vuelta”.