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Hace unos días, exactamente el 23 de agosto, el “síndrome de Estocolmo” cumplió 40 años. Aconteció en 1973, cuando en la capital sueca, en un asalto bancario cometido por dos ladrones, Olsson y de Olofsson (entre nosotros, hubieran sido Pepe y Pepito) retuvieron a los empleados del banco durante varios días.
Al momento de la liberación un periodista fotografió el instante en que una de las rehenes y uno de los captores se besaban. Este hecho sirvió para bautizar como “Síndrome de Estocolmo” ciertas conductas “extrañas” que demuestran afecto entre los captores y sus rehenes.
Según el modelo desarrollado por el psicólogo Andrés Montero Gómez, de la Universidad Autónoma de Madrid, la víctima con este síndrome, suspende todo juicio crítico hacia el agresor y hacia él/ella misma para adaptarse al trauma que le provoca la violencia y defender así su propia identidad psicológica.
De alguna manera, esta definición vendría a explicar por qué las víctimas maltratadas (en cualquier ámbito: escolar, familiar, social, laboral, etc.) desarrollan ese efecto paradójico por el cual defienden a sus agresores, como si éstos fueran el producto de una sociedad injusta y fueran ellos las verdaderas víctimas de un entorno cruel que les empuja irremediablemente a ser violentos.
El resultado del desprecio, la humillación, el destrato, la amenaza, la manipulación perversa, la marginación, la estigmatización y el carácter persistente de estos, son golpes a la psiquis que dañan la autoestima, pudiendo así generar daños psicológicos irreversibles.
Dos formas de violencia psicológica invisible son: el acoso moral laboral o mobbing y el acoso escolar o bullying, la primera se desarrolla en el escenario de las organizaciones laborales, la otra en el ámbito de la educación escolar.
Las víctimas de esta violencia de carácter soterrado transitan en la soledad, en silencio, siendo también silenciadas en el proceso, sin contar con el apoyo natural de la sociedad, que acepta la situación como un hecho consumado.
La violencia psicológica se presenta en ambas situaciones, que transitan etapas similares y determinan análogas consecuencias. Por ello el tratamiento conjunto de ambos flagelos responde al reconocimiento de su raíz común. Le prestemos atención: en definitiva están en juego principios esenciales que conforman los derechos humanos.
Violencia y acoso laboral
Hemos usado de exprofeso el término violencia para referirnos a la situación en la escuela (bullying) y acoso para encuadrar el hostigamiento en el trabajo (mobbing), porque, efectivamente, bully, en inglés significa matón, bravucón, gángster, fanfarrón, agresor, gorila, etc. (que nadie se sienta aludido).
Mientras que mob quiere decir acosar o asediar. Se ha intentado traducir bullying y mobbing, por brabuconear y por ningunear, respectivamente. Muchos de los hispanoparlantes han hecho su traducción y dicen “mubing”, lo que no coincide con su pronunciación en inglés, ni con su lectura en castellano; esperemos que al “balin”, lo dejemos como suena (el balín suena “pum”).
Mientras en la escuela la violencia física predomina, en los ámbitos laborales la agresión física es sustituida por métodos mucho más sofisticados. Ataca la personalidad, dignidad o integridad física o mental de una persona, poniendo en riesgo su puesto de trabajo y destruyendo la poca o mucha-alegría que uno encuentra en el ámbito laboral.
No conocemos datos estadísticos ni investigaciones sobre la conexión entre la violencia escolar y el acoso laboral (aunque parezca mentira no es culpa del Indec, ya que tampoco encontramos estudios a nivel internacional), pero el sentido común nos indica que quien hoy es víctima de bullying, mañana potencialmente será serio candidato a sufrir asedio psicológico en su trabajo.
Paralelamente el “bully” (agresor) reiterará su actitud hostil en el ámbito laboral.
Aceptemos la realidad, los que no somos violentos somos unos reprimidos. Pero, felizmente, en nuestro país ese ejemplo deprimente de autosometimiento no cunde. Lideramos las estadísticas de violencia, desde chiquitos.
La Corporación Internacional para el Desarrollo Educativo (CIDE), con sede en varios países de Latinoamérica y España, difundió en 2011 un trabajo que revela que la Argentina figura al tope del ranking escolar en maltratos físicos e insultos En el caso de los golpes, el 23,45% de los chicos argentinos dicen haberlos sufrido, seguidos por los ecuatorianos (21,91%) y los dominicanos (21,83%). En cuanto a los agravios: el 37,18% de los alumnos argentinos respondió haber sido insultado o amenazado en el último mes. Le siguen Perú (34,39%), Costa Rica (33,16%) y Uruguay (31,07). La media continental es de 25,88%.
En todos los casos, Cuba muestra los mejores índices de la región. Un dato preocupante: en nuestro país los escolares, víctimas de acoso, rinden hasta el 13% menos en los exámenes que sus compañeros.
Detectando acosos
Ni el bullying, ni el mobbing son fáciles de probar, generalmente los envuelve lo que se ha llamado “la ley del silencio”. En criminología se acercarían al “crimen perfecto”, con un asesino silencioso. Tanto las víctimas como los “espectadores” tienen miedo de hablar, por las posibles represalias. Lo tremendo es que las víctimas, en una especie de síndrome de Estocolmo, terminan creyendo que ellas son las culpables de lo que les ocurre.
¿Cómo detectar a una víctima de acoso escolar?
Las consecuencias del acoso escolar son muchas y profundas. Para la víctima de acoso escolar, las consecuencias se notan con una evidente baja autoestima, actitudes pasivas, trastornos emocionales, problemas psicosomáticos, depresión, ansiedad o pensamientos suicidas. También se suman a esta lista, la pérdida de interés por las cuestiones relativas a los estudios, lo que puede desencadenar una situación de fracaso escolar, así como la aparición de trastornos fóbicos de difícil resolución. Las víctimas de acoso escolar suelen caracterizarse por presentar un constante aspecto contrariado, triste, deprimido o afligido, por faltar frecuentemente y tener miedo a las clases, o por tener un bajo rendimiento escolar.
¿Cómo detectar a una víctima de mobbing?
Iñaki Pinuel, uno de los más prestigiosos autores de la materia, señala 45 situaciones que originan el mobbing. Razones de espacio no nos permiten transcribirlas, pero sí referirnos a los síntomas o consecuencias de ese acoso.
¿Qué siente la víctima?
1.- Inseguridad en sí misma.
2.- No entiende lo que le está pasando.
3.- Siente pánico de sí misma.
4.- Sufre insomnios y tiene adicciones (alcohol, pastillas para dormir, cigarrillo).
5.- Sus nervios frente al acosador hace que se anule, que se trabe cuando tiene que hablar o explicar algo.
6.- Situaciones de llanto contenido, es decir, llora en silencio.
7.- Pierde el apetito.
8.- Tiene fatiga, cansancio y desvelo.
9.- Se siente paralizada y no sabe
cómo pedir ayuda.