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Así lo especifica Facundo Urtazún, propietario de Miraluna. En 15 hectáreas esta pequeña bodega se asentó a 8 kilómetros de Cachi, en el mismo camino de las bodegas Isasmendi y El Molino.
En todos los casos, estas bodegas también ofrecen alojamiento entre sus parrales, donde el público turista puede encontrar no sólo el espacio donde disfrutar del magnífico marco del paisaje vallisto, sino también los sabores que pueden encerrarse en una buena botella de vino.
En el caso de Miraluna, son cabañas individuales que permiten a los viajeros una estadía autosuficiente. Las visitas a las bodegas son realmente excelentes, teniendo en cuenta que en bodegas como Miraluna se han adquirido 26 barricas de roble americano y francés, cada una con capacidad para 225 litros de vino. El proceso de producción, íntimamente ligado a las condiciones que se dieron en el crecimiento de la planta, mantiene el principio de “todo natural” con que se vende el vino.
Efectivamente, cada uno de los pasos del Miraluna tienen estrecha relación con un ideal que reúne a la vid, el medioambiente que la rodea y el acceso del público a un producto que sostiene por todos los medios, una receta sin aditivos extraños. “Nuestra idea es seguir haciendo una producción pequeña, donde no se pierda el enfoque artesanal.
Si bien hemos adquirido maquinaria para hacer un buen vino que pueda competir con cualquier otro del planeta, no queremos dejar de lado la riqueza que le da la producción artesanal. Por eso hemos marcado un tope de 20 mil litros. El año pasado llegamos a 9.000 y este año a 8.000 por las pocas lluvias, pero estamos cada vez con mejores resultados”, señaló Urtazún.