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Dino Saluzzi brilló en Buenos Aires con su quinteto y El valle de la infancia | Música

Miércoles, 05 de agosto de 2015 21:01
Dino Saluzzi, en concierto con su quinteto en Café Vinilo, en Buenos Aires. Marina Cavalletti
El bandoneonista Dino Saluzzi cerró recientemente un tríptico de conciertos en Café Vinilo, una atractiva sala porteña. Allí, el músico nacido en Campo Santo recorrió algunos de los plurales paisajes sonoros de su repertorio y recaló en algunas piezas clásicas del extenso cancionero argentino, en el cual Saluzzi ha trazado sendas indiscutidas.

"Espero estar a la altura de las circunstancias", expresó al inicio de la reunión, en la que el público, con respeto y silencio compartido, se dedicó a escuchar la respiración del bandoneón que dialogaba con un cuarteto de músicos enormes.

La velada recorrió algunas piezas con ecos de latin jazz, pero se centró en géneros arraigados en nuestra esencia, como el folclore y el tango. Entre recuerdos de zambas y chacareras, el encuentro se tornó didáctico. Como un verdadero maestro, Saluzzi explicó cuestiones armónicas, habló de Gustav Mahler, Joaquín Mora, Carlos Gardel y Piazzolla.

"Uno busca la música en las academias, en los grandes maestros. Y no se encuentra. Y ese no encontrar provoca una doble energía de búsqueda de lo que es imposible hacer por naturaleza", explicó ante un auditorio atento a sus reflexiones.

El quinteto, que se completa con Felix Saluzzi (clarinete y saxo) José María Saluzzi (guitarra) Matías Saluzzi (bajo) y Quintino Cinalli (batería), no solo demostró el talento que marca el apellido, sino que funcionó con una estructura de ensamble que dio lugar a momentos en los que la improvisación enriquecía cada propuesta sonora.

Los dedos de Saluzzi volaban sobre los botones de su instrumento, y creaban melodías repletas de emoción: "Lustrín", "Milongata", "Los niños de la montaña" y "Gabriel, el cóndor" fueron algunas de las piezas del propio bandoneonista que iluminaron la noche. Además, un sentido homenaje a Atahualpa Yupanqui sucedió entre las notas de "La arribeña", que integra "El valle de la infancia", su trabajo más reciente.

El salteño dijo: "En el pentagrama se puede escribir todo, menos las cosas importantes". Se mostró feliz en un concierto que combinó talento, inteligencia y sensibilidad.

El concierto

Entre los asistentes, Matías Bruno, un sociólogo de 35 años, dijo: "Vine al show solo. Conocía su obra pero es la primera vez que lo escucho en vivo. La música de Saluzzi me parece revolucionaria e inspiradora. Reúne tradiciones rítmicas y armónicas en melodías profundas, y por momentos etéreas. Fue un show emocionante". Tras bambalinas, Matías Saluzzi dijo: "Este concierto fue muy especial porque tocar en familia es un sentimiento que no se puede describir con palabras".

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El bandoneonista Dino Saluzzi cerró recientemente un tríptico de conciertos en Café Vinilo, una atractiva sala porteña. Allí, el músico nacido en Campo Santo recorrió algunos de los plurales paisajes sonoros de su repertorio y recaló en algunas piezas clásicas del extenso cancionero argentino, en el cual Saluzzi ha trazado sendas indiscutidas.

"Espero estar a la altura de las circunstancias", expresó al inicio de la reunión, en la que el público, con respeto y silencio compartido, se dedicó a escuchar la respiración del bandoneón que dialogaba con un cuarteto de músicos enormes.

La velada recorrió algunas piezas con ecos de latin jazz, pero se centró en géneros arraigados en nuestra esencia, como el folclore y el tango. Entre recuerdos de zambas y chacareras, el encuentro se tornó didáctico. Como un verdadero maestro, Saluzzi explicó cuestiones armónicas, habló de Gustav Mahler, Joaquín Mora, Carlos Gardel y Piazzolla.

"Uno busca la música en las academias, en los grandes maestros. Y no se encuentra. Y ese no encontrar provoca una doble energía de búsqueda de lo que es imposible hacer por naturaleza", explicó ante un auditorio atento a sus reflexiones.

El quinteto, que se completa con Felix Saluzzi (clarinete y saxo) José María Saluzzi (guitarra) Matías Saluzzi (bajo) y Quintino Cinalli (batería), no solo demostró el talento que marca el apellido, sino que funcionó con una estructura de ensamble que dio lugar a momentos en los que la improvisación enriquecía cada propuesta sonora.

Los dedos de Saluzzi volaban sobre los botones de su instrumento, y creaban melodías repletas de emoción: "Lustrín", "Milongata", "Los niños de la montaña" y "Gabriel, el cóndor" fueron algunas de las piezas del propio bandoneonista que iluminaron la noche. Además, un sentido homenaje a Atahualpa Yupanqui sucedió entre las notas de "La arribeña", que integra "El valle de la infancia", su trabajo más reciente.

El salteño dijo: "En el pentagrama se puede escribir todo, menos las cosas importantes". Se mostró feliz en un concierto que combinó talento, inteligencia y sensibilidad.

El concierto

Entre los asistentes, Matías Bruno, un sociólogo de 35 años, dijo: "Vine al show solo. Conocía su obra pero es la primera vez que lo escucho en vivo. La música de Saluzzi me parece revolucionaria e inspiradora. Reúne tradiciones rítmicas y armónicas en melodías profundas, y por momentos etéreas. Fue un show emocionante". Tras bambalinas, Matías Saluzzi dijo: "Este concierto fue muy especial porque tocar en familia es un sentimiento que no se puede describir con palabras".

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