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El desafío de la calidad educativa se renueva
Una reciente publicación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, titulado "Estudiantes de bajo rendimiento: por qué se quedan atrás y como se les puede ayudar", basado en los datos de la evaluación PISA para los alumnos del nivel secundario en varios países del mundo, da cuenta del bajo rendimiento de los estudiantes en las áreas evaluadas (lengua, matemáticas y ciencia) y nuestro país no es la excepción.En Argentina el 66,5% del total de alumnos evaluados tuvo un rendimiento bajo en matemática; el 53,6% en lectura y el 50,9% en ciencias.
Si nos comparamos con el mejor rendimiento en todas las áreas, la diferencia es muy grande y hace evidente que el desafío educativo en el mediano plazo es tratar de elevar el nivel académico de nuestros alumnos.
En Shangai, China, solo un 3,8% de los alumnos tuvo un rendimiento bajo en matemáticas, 2,9% en lectura y 2,7% en ciencias.
Los resultados son un indicador de la calidad de los aprendizajes que promueve el sistema educativo, sin desmerecer por ello otras dimensiones que inciden en la educación, como lo son la inclusión educativa, el respeto a la diversidad y la justicia social, entre otras.
La tarea del Estado
Frente al comienzo de un nuevo período lectivo es importante tener en cuenta estas cuestiones para replantear estrategias, ya que mejorar los resultados depende de la política y las prácticas educativas.
La agenda de políticas públicas para abordar el bajo rendimiento escolar debe incluir múltiples dimensiones, como por ejemplo:
* poner el acento, dentro de un plan educativo, en el aprendizaje de los alumnos;
* lograr que se involucren los padres o tutores y comunidades locales;
* hacer un seguimiento de la retención y deserción;
* identificar a los estudiantes con rendimientos bajos y apoyarlos tanto a ellos, las escuelas y familias;
* indagar nuevas prácticas pedagógicas;
* favorecer la educación temprana;
* consolidar las becas estudiantiles, etc. .
Abordar estos objetivos es urgente, ya que los alumnos con un rendimiento bajo a los 15 años tienen más riesgo de abandonar completamente sus estudios.
Cuando una gran proporción de la población carece de habilidades básicas, el crecimiento económico de un país o una provincia como la nuestra, a largo plazo, se ve amenazado. Recordemos que, según el Banco Mundial, casi 900 mil jóvenes en nuestro país, entre 15 y 24 años, conforman el segmento "ni-ni" (ni estudian ni trabajan); el doble que hace 20 años.
Los más vulnerables
De acuerdo a la publicación de la OCDE, son muchos los alumnos atrapados en el círculo vicioso de la desmotivación y el bajo rendimiento escolar, que van perdiendo así su compromiso con la escuela y sus ganas de seguir estudiando.
A la luz de los resultados, las transferencias y subsidios que están recibiendo, para el caso de nuestro país, no son suficientes.
La publicación indaga en los factores de riesgo: la pobreza; el faltar mucho a clases y dedicar pocas horas al estudio en casa y las características de las escuelas, que también se relacionan con el bajo rendimiento.
En el relevamiento, los directores indican que las bajas expectativas de los profesores con sus alumnos conspiran contra el aprendizaje; en la Argentina, el 76,5% de los alumnos asiste a estas escuelas bajo esa espada de Damocles. En nuestro país, influyen negativamente el ausentismo docente y una escasa o nula presión por parte de los padres para que sus hijos alcancen altos estándares académicos. Más del 70% de los alumnos argentinos estudia en esas condiciones.
Es destacable el objetivo de las políticas educativas orientadas a mejorar la tasa de escolarización y llevarla al 100% en la escuela primaria por ejemplo, pero se debe trabajar fuertemente para que las condiciones y posibilidades de aprendizaje para el mundo actual sean decorosas.
La meta de la calidad
Lograr el desarrollo cognitivo del alumno y promover las actitudes y valores relacionados con una buena conducta cívica, así como la creación de condiciones propicias para el desarrollo afectivo y creativo del educando son objetivos de la calidad educativa.
Los beneficios de alcanzarla se verán reflejados en la mejora de los ingresos de los individuos a lo largo de su vida y propiciará el desarrollo económico de un país, además de mejorar el bienestar.
La ampliación de la escolaridad influye seguramente, y en eso también se está trabajando en nuestro sistema; el promedio de duración de la escolaridad en el conjunto de los países del mundo es de 9,2 años, según la Unesco, pero un niño europeo o norteamericano asiste a la escuela entre 5 y 6 años más que en uno de África.
Las políticas educativas y económicas orientadas a disminuir las desigualdades iniciales de los alumnos también influyen positivamente, así como contar con recursos destinados a mejorar la infraestructura y perfeccionar la formación de los docentes.
También el tiempo de aprendizaje es importante: es necesario un respeto insobornable por los 180 días mínimos de clase (ley 25.864) y por el criterio de 850 a 1.000 horas de enseñanza anuales para los alumnos. Empezamos mal: en nuestro país estamos anclados en las 720 horas.
El apoyo a las materias que son fundamentales debería ser prioritario en el esquema de capacitación como así también la revisión de los métodos pedagógicos utilizados, que se aplican rígidamente y no se ajustan a los intereses y las necesidades de los alumnos. Persisten prácticas arcaicas, como basarse en el aprendizaje memorístico, sin desarrollar capacidades como pensar, manejar y discriminar información, resolver problemas, creatividad , etc. Confiemos en la efectividad de las políticas públicas para mejorar los resultados. El desafío está planteado.