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Laberintos humanos. Sin remedio

Domingo, 29 de enero de 2017 01:30
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Laberintos humanos. Sin remedio

Nunca un hombre me despreció una cerveza ni una milanesa, le dijo Paola a Esteban, que lo había hecho. Y se lo dijo con una de esas miradas lánguidas con que las mujeres derriten el corazón de los hombres. No tengo otro remedio, dijo el joven camionero, porque yo ni bebo ni como cosas fritas.

No le digo para toda la vida, quien sabe, dijo ella, pero podemos pensar en un romance. No soy de romancear mientras trabajo, le respondió él, pero acepto su propuesta ya que no tengo intención de descargar hoy las cañas del camión. ¿Y por dónde empezamos?, le preguntó la muchacha. Un beso es mucha cosa, dijo él, acaso alcance con pasearnos de la mano junto al río.

Jamás un hombre se le había atrevido a tanto, sobre todo porque en ese pueblo no había río ni nada que se le pareciera, así que caminaron tomados de la mano por la calle que se vuelve tierra y, al fin, puna, y cuando llegaron a unas tolas secas que se alzaban amarillas sobre la tierra, ella amenazó con quitarse el vestido.

¿Qué hace?, le preguntó Esteban Mendieta. Pensaba en pegarme un baño, le dijo ella tomándose a pecho eso del río y él, que pese a ser camionero era medianamente caballero, se volvió para no verla desnuda, lo que dicen quienes me contaron esta historia que era lo que ella quería. Y así, con el aspirante a novio mirando hacia otro lado, Paola Mérides no tuvo la necesidad de desvestirse y se puso a recitar poemas.

Nunca escuché palabras tan bellas, dijo Esteban porque nunca antes las había escuchado, y la Paola, sonriendo, lo siguió haciendo.

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