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Laberintos humanos. El sabor de los yuyos
De todos los pretendientes, la Pancha Núñez eligió al Basilio Menos, que no la pretendía. Lo quiso porque a él no le gustaba bailar, y aunque ella hubiera querido hacerlo, no lo hacía por la vergüenza que le daba ser coja. De haber tenido las piernas iguales, hubiera preferido al Mendito Quito, que la quiso pero terminó con la Lola Pescuezo, que no valía nada.
Pero lo del Mendito y la Lola se lo cuento otro día, me dijo Armando dejándolo para después, porque lo que hoy nos trae es lo de la Pancha y el Basilio, que después de tomarse el matecito que la bonita renga le ofreciera, le dijo que una mujer vale por el sabor de los yuyos que hierve.
Quién sabe de dónde habrá sacado esa máxima, que acaso se le ocurrió en el momento. Nunca la había escuchado, pero la dijo y a ella se le iluminó el corazón. Pero no fue por esas palabras sino porque su madre abrió la ventana, los vio en arrumacos y protestó.
Era de protestar la doña, que se la conocía por el apodo de Horacio Guaraní, pero en este caso tenía su fundamento, porque el hombre tendido en su catre, el Basilio, no valía tanto como su hija. Y eso no sólo lo opinaba ella, que era su madre, sino todo el pago. Y ya se sabe que la voz del pueblo es la voz de Dios, o al menos eso se dice en los latines.
Lo cierto es que para la Pancha Núñez el amor no es eso con que sueñan otras jovencitas, sino el sólo encontrarse de un hombre y una mujer. Para la Pancha Núñez amor no era gran cosa, me dijo Armando, y ya se sabe que llega más lejos el que tiene menos expectativas.