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La cosmetología no es solo poner maquillaje para embellecer un rostro, es una ciencia que va mucho más allá.
Los conflictos no se ganan o pierden, como en el box. El rigor deportivo aquí sobra. En política, los conflictos se resuelven. Se superan.
La mala praxis acaricia el esplendor cuando el conflicto, lejos de solucionarse, se eterniza. Por la apuesta infantil de desgastar al adversario hasta lograr una victoria pírrica, en la que siempre pierden ambos bandos.
Sexta semana de conflicto docente. La educación se limita al combate de fondo, simbólicamente equivocado. Entre la gobernadora María Eugenia Vidal, La Chica de Flores de Girondo, contra el dirigente sindical Roberto Baradel, Demis Roussos (cantante griego que presenta el inconveniente de tener barba y estar algo excedido de peso).
La faena de esmerilar a Roussos-Baradel, hasta aquí, solo produjo resultados escatológicos. En las cloacas de las redes sociales lo esquilman sin piedad. Comunicadores enrolados culposamente en el tercer Gobierno radical lanzan que Baradel nunca estuvo al frente de ningún aula.
Diseñan su causa con la magnitud de un pretexto. Instalan que al cantante griego lo moviliza el objetivo personal. Su posicionamiento en el gremio. El desafío, en adelante, no consiste en acordar. En la era espectacular del macrismo kirchnerizado, lo importante es saber quién vence. Quién tuerce al otro. Gana La Chica de Flores o Roussos-Baradel.
Por la recomendación oficial de mostrar datos positivos para el cuadro optimista, la gran prensa, también mayoritariamente enrolada, se precipita en celebrar el "triunfo político" de Vidal. Por doblegar la resistencia de los docentes de Baradel que volverían, en plena capitulación, a las aulas. Pero el conflicto, por irresuelto, mostró de pronto otra faceta previsible. La intención de los maestros de construir una escuela itinerante en la Plaza del Congreso. Otra carpa al fin. Similar a aquella que atormentó, durante dos años, al menemismo crepuscular. Cuando bastaba con darse una vuelta por la carpita blanca para consolidar la chapa accesible de opositor progresista.
En 2013, a La Doctora también le clavaron otra carpa. Contó con la visita solidaria de Mauricio, el presidente del TGR, junto a la señora Bullrich y el ex presidente que menos daño hizo. Federico Pinedo.
En caravana, los vocacionales comunicadores del macrismo se lanzaron a argumentar. Con mayor convicción, incluso, que los funcionarios.
El nuevo Mauricio
La última moda de la cosmetología política consiste en pregonar admirablemente la transformación de Mauricio Macri. Predispuesto para combatir las mafias por doquier.
Si se coincide en que Mauricio se fortalece, se coincide en que el muchacho estaba muy debilitado. Con el ánimo por el subsuelo.
Consta incluso que los encargados de áreas, aún llamados ministros, ya salen también a ofrendarse en la batalla contra la oposición imaginaria. La que pretende destituirlos. En el exclusivo campo que interesa, los medios. Incentivados por la guapeza conceptual de Marcos Peña, que abandona el culto al diálogo para brindar el ejemplo de bravura frontal. Pero el ajuste real es precisamente lo que reclaman los clásicos argentinos del liberalismo. Son genios formados entre los rebusques de las economías prebendarías. Liberales que nunca, para ser francos, tuvieron oportunidades de aplicar el idealismo del recetario. La ensoñación de conformar una economía libre de subsidios, abierta al comercio, a la euforia vulgar de la oferta y la demanda. Sistema que antes se identificaba con el capitalismo conceptual. Sin embargo el último, en cierto modo el único, intento capitalista en la Argentina del siglo XX, se llevó adelante desde la estampilla del peronismo. A través de la dupla Menem-Cavallo, para tratarla con académica seriedad en alguna próxima década. Los adherentes radicalizados, de los que "el nuevo Mauricio" debe cuidarse, consiguieron el noble propósito de radicalizarlo. Seres mezquinos que se "resisten al cambio". Cosmética que se produce en el discurso, y que paradójicamente se agota.