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Larga vida al rey

Viernes, 16 de marzo de 2018 00:00
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Por razones de fuerza mayor, el príncipe Carlos sustituyó a su padre, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, durante el discurso de la reina de 2017. Durante su discurso, redactado por la oficina de la primera ministra Theresa May, la reina desgranó el programa legislativo del Gobierno, en minoría por el magro resultado obtenido en las elecciones anticipadas.

Tanta pompa y ceremonia lleva a muchos a preguntarse si la monarquía ha pasado de moda o corre peligro de extinción. Nada de eso. La han abandonado como forma de gobierno 22 países desde 1900, pero otros 35 la han adoptado en el mismo período, según un estudio dirigido por Mauro F. Guillén, profesor de administración de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania. Lejos de ser un sistema agonizante, concluye el estudio, la monarquía "garantiza una estabilidad que suele traducirse en beneficios económicos".

Entre los 20 países más pujantes del planeta, la mitad son reinos. En España sostienen que la monarquía parlamentaria no es una institución ornamental, sino la clave de la organización política. La corona tuvo mucho que ver en el retorno de la democracia y en la búsqueda de una solución para la crisis de Cataluña, más allá de la trama de corrupción que involucró a Iñaki Urdangarin, marido de la infanta Cristina, hermana del rey Felipe VI, y de otros episodios poco ejemplares protagonizados por Juan Carlos I.

La clave del dividendo monárquico es la estabilidad. Juan Carlos I de España ha estado en el trono 29 años y medio; la reina Beatriz de Holanda, 33 años, e Isabel II de Inglaterra espera batir el récord de su tatarabuela, Victoria, con 63 años, siete meses y dos días en el trono.

Los defensores de la monarquía aducen que los países funcionan mejor con ella porque las familias reales fungen de fuerzas unificadoras y emiten un símbolo potente. Aducen, también, que las naciones suelen ser más ricas y estables bajo la corona.

En las monarquías constitucionales, el rey o la reina es el jefe de Estado. El poder descansa en el parlamento elegido por el pueblo, como ocurre en España, Bélgica, Dinamarca, Japón, Holanda, Noruega y Reino Unido. En 2011, el príncipe Carlos se convirtió en el heredero de la corona británica que más ha demorado en alcanzarla. Superó en esos días a su tatarabuelo, el rey Eduardo VII (1841-1910). A la muerte de su madre, la reina Victoria, había esperado 59 años, dos meses y 13 días. El hijo mayor de Isabel II, de 69 años, tenía sólo nueve cuando pasó a ser el príncipe de Gales.

No tiene alternativa. La ley de instauración real de 1701 estipula que el heredero varón a la corona británica, hijo mayor de un soberano, está en la línea de sucesión al trono y su derecho no puede ser alterado por el nacimiento de otro hermano o hermana. Es una ley anticuada que el ex primer ministro David Cameron deseaba modificar con la premisa de permitir que las princesas primogénitas pudieran ascender al trono. Mientras tanto, el segundo en la línea de sucesión, Guillermo, se casó antes de que su padre ocupara el lugar de la abuela, en apariencia fuerte como un roble.

Apuesta por ello el padrino del príncipe Guillermo, Constantino, rey de Grecia hasta su derrocamiento en 1973. Cree, como la mayoría de los británicos, que Guillermo será mejor rey que el postergado Carlos. Las tres cuartas partes de la población apoyan la monarquía, pero sólo una ínfima proporción, cuatro de cada diez, piensa que durará otros cien años. Eduardo VII nació como heredero natural el 9 de noviembre de 1841 y tomó posesión el 22 de enero de 1901. Isabel II, nacida el 21 de abril de 1926 en el barrio londinense de Mayfair, es la reina más longeva de la historia británica.

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