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Hugo Jiménez: “Para llegar a la excelencia en danza, hay que poner el cuerpo y el alma”

Nombrar a Hugo Jiménez es escribir con mayúsculas lo mejor de la danza folclórica nacional. Junto a su compañera y esposa Marina y todo el equipo del Ballet Salta, recorrió los escenarios más importantes del mundo. Este matrimonio es un claro ejemplo de trabajo, amor, esfuerzo y perseverancia.
Domingo, 25 de marzo de 2018 12:02
foto Jan Touzeau
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Moisés Torfe
El Tribuno


Ahora, el reconocido bailarín salteño acaba de editar un libro titulado “Malambeando por la vida”. Dialogó con El Tribuno sobre esta nueva iniciativa en el mundo de las letras y sobre su gran trayectoria en los escenarios nacionales e internacionales.
¿Cómo nació tu inquietud artística?
A los 16 años integré el conjunto Los Forasteros, con Horacio Aguirre (Los Cantores del Alba), el “Mudo” Isella (hermano de César), Augusto Torres (fundador de Los Nombradores) y Santiago Valdez. Yo tocaba la guitarra y hacía la segunda voz.
¿Cuándo decidís volcarte al baile?
Había guardado en mí una linda imagen cuando vi bailar al Chúcaro Santiago Ayala, en el cine Victoria, en el año 1953. Me acuerdo que le dije a mi padre que me gustaría bailar y así comencé a estudiar con los hermanos Gorosito. Enseguida me sumaron a su conjunto, como bailarín, guitarrista y charanguista.
¿En qué año comienza el camino del baile?
Cuando me voy a Buenos Aires a estudiar dibujo, en la academia Pitman. Un día pasé por el gran salón de espectáculos folclóricos La Querencia, vi bailarines fantásticos y me animé a presentarme en una prueba. No funcionó, porque había mucho por aprender. Entre esos bailarines estaba un santiagueño: Mario García, que se apiadó y me invitó a estudiar con él, ese fue el comienzo. 
Progresé bastante. A los 20 años regresé a Salta para hacer el servicio militar. En esos meses conocí a una bailarina que se llamaba Dolores, me la presentó el matrimonio de Isbelio Godoy y Olga Ose, en la peña Gauchos de Güemes. Allí debuté como bailarín artístico, con esta señora Dolores, que era la compañera de baile del Chúcaro, quien en esos momentos estaba en Estados Unidos.
¿Cuáles fueron tus primeros pasos profesionales?
Me contrató una cantante de Radio Belgrano, Marta Pol, y formamos un trío con Héctor San Luis. Luego, en Tandil, conocí a un joven que integraba un grupo musical en la confitería Grisvi, era nada menos que Facundo Cabral. Cuando él surgió se llamaba el Indio Gasparino.
¿Cuándo conociste al Chúcaro?
En la Patagonia, él actuaba con Dolores y el bailarín Hernán Varselo. En ese momento yo bailaba con un conjunto de danza del Bagual Fuentes, donde cantaba y hacía humor al estilo de Rodolfo Zapata. Ahí empezó mi destino comprometido con el baile, porque reemplacé a Hernán e integré el trío con el Chúcaro y Dolores. Con esa experiencia volví a Salta y armé el trío de baile y canto Los Pampa, con Bucky Rodríguez y Hugo Gorosito. Yo tenía 22 años y tuvimos una gran repercusión en Bolivia.
¿Luego que pasó?
Cuando regresé a Buenos Aires, el Chúcaro comenzaba con su ballet, con Norma Viola, en el teatro Maipo. Allí debuté, conocí a artistas fantásticos de la revista. Vi el debut de Norma y Mimí Pons. Ese mismo año tuve el gusto de participar con el ballet del Chúcaro en la película “Cosquín, amor y folclore”. Era como jugar en la selección nacional. Nos hicimos muy amigos, me presentó a su compadre Atahualpa Yupanqui, con quien hicimos un espectáculo grande, con Ramona Galarza y Los Quilla Huasi.
¿Qué fue el Chúcaro para vos?
Un hombre que me brindó su amistad y me supo escuchar en los momentos en los que más necesitaba una palabra de aliento.
¿Cómo llegas a consagrarte en Cosquín?
Fue en el año 1969, el maestro Ayala me propuso que prepare un cuadro totalmente mío y elegí la gran payada “Santos Vega y el Diablo”. Antes de la actuación, el Chúcaro tomó el micrófono y me presentó como una joven promesa de la danza y no se equivocó porque gané la consagración, junto a Víctor Heredia, Los Indios Tacunau, Los Altamirano y Los Manantiales.
¿Después formaste tu propio ballet?
No, primero pasé por Los Bombos Tehuelches, junto a Ismael Echevarría. En esos días, Gerardo Zurita, que trabajaba en la Casa de Salta en Buenos Aires, me sugirió formar un ballet provincial. Presenté un proyecto al Gobierno, pero ganó la señora Olga Parra para la creación del ballet clásico. Mi amigo Rodolfo Rodríguez, bailarín del teatro Colón, me alentó para hacerlo de manera privada. Así convoqué a jóvenes bailarines salteños, como el Chango Ibarra, Rodolfo Vásquez, Miguel Filipini, Nena Reynoso, Lina Zetti, Graciela Perdiguero y Pirucho Vaca, entre otros. También llegó una jovencita con muchas condiciones: Ivonne Tondini (Marina). 
En ese tiempo también conocí a Jaime Dávalos y él tuvo la brillante idea de bautizarnos con el nombre de Ballet Salta. Con Marina debutamos en Tucumán y desde allí nos instalamos en Buenos Aires. Empezamos a trabajar en Canal 13, en el programa “Sol, asado y cuento”, el productor era Juan Carlos Mesa. El Chúcaro fue quien le propuso a mi señora que cambie el nombre artístico y así empezamos como Marina y Hugo Jiménez.
¿Cómo se hace para mantenerse tantos años con un ballet folclórico?
En primer lugar para llegar hay que moverse en un camino correcto, que te respeten y te quieran. Se debe cosechar buenos amigos, lo demás es disciplina y perseverancia. También tenés que cuidar y querer a tus bailarines, que son los que te ayudan a mantenerte. Cuando cumplimos los 40 años con el ballet lo festejamos en Salta. Días previos me preguntaron cuándo volvería a vivir en esta provincia y respondí: El día en que yo pueda colaborar para que se concrete un ballet provincial, como lo soñé hace 40 años. La noche de la actuación, el gobernador Urturbey me sorprendió sobre el escenario cuando me dijo que mi sueño se iba a concretar. Así nació el Ballet Folclórico Provincial, que yo bauticé Martín Miguel de Güemes. A pedido del gobernador, trabajamos para la iniciación, Marina se quedó en Salta como asesora, yo no pude hacerme cargo de la dirección por los distintos compromisos del Ballet Salta en el mundo. Creo haber contribuido a que los jóvenes bailarines salteños puedan tener una profesión en el baile.
¿Va a ser muy jugosa tu narrativa en el libro?
Contaré lo importante que es tener un objetivo en la vida y tratar de lograrlo malambeando. Te cuento que en Buenos Aires tenía un hincha furioso, que era el turquito Roberto Narz, fuimos juntos a esa ciudad, él a seguir su carrera de Medicina y yo el baile. Llegó a ser un gran doctor. Siempre me decía que yo iba a ser un artista del baile. 
El libro lo presentaré en noviembre, allí podrán saber todos los momentos de ilusiones y anhelos que tiene un bailarín de folclore. El deseo por llegar a lo máximo de la danza, cómo hay que hacer para lograrlo, con cuerpo y alma, sin ascensor, solamente malambeando por la vida.
 

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