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La Resurrección no es figurativa o simbólica, sino real, un hecho verdaderamente histórico. Un amor fruto de la libertad dada por la condición de hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Pero, celebrando la Pascua, preferimos, no pocas veces, los simbolismos y rituales para contentar a Dios, dejando de lado con indiferencia e injusticias a los hermanos más necesitados. Hermanos necesitados no solo de pan y ropa, de techo y trabajo, sino también a los que están solos o desorientados, a los alejados de Dios por las culpas absurdas que nosotros mismos hemos construido. Tomo como propias las palabras de sor Lucía Caram, una monja de clausura que vive en España, "hemos tenido suficiente religión para odiarnos, para crear normas y estructuras, pero no para amarnos. Yo creo que la única religión válida es la del amor que se hace servicio".
Recuerdo siempre con dolor la afirmación de una no creyente, que por su condición era cuestionada y hasta discriminada, cuando me decía que las religiones en la historia solo sirvieron para crear grietas y dividirnos.
La fe cristiana no es una religión, es la respuesta de Dios al esfuerzo del hombre por retornar a la armonía con el Creador y con toda la creación.
Odiar no es simplemente aborrecer o despreciar, es también despreocuparnos del otro, del que sufre la miseria en la vida diaria, la miseria hecha hambre, hecha desocupación, hecha soledad, hecha discriminación. Los políticos, sobre todo aquellos que se dicen cristianos, tienen las herramientas para hacer el bien a los que la pasan mal, es la política el ejercicio más alto de la caridad. Si la fe no les mueve y sensibiliza para que recuperen el fervor de su vocación inicial, no es más que una cáscara de algo vacío. Suponemos que nadie se hace político para saciar sus propios intereses o vivir despreocupados, sino que surge de la pasión por trabajar por los demás, al servicio de los más pobres. Cuando recorro todo el norte argentino u otras regiones del país, viene a mi mente la balada del Payador Perseguido de Don Atahualpa Yupanqui,
"Tal vez otro habrá rodao
tanto como he rodao yo,
y le juro, creameló,
que he visto tanta pobreza,
que yo pensé con tristeza:
Dios por aquí no pasó".
Una religión que no enseñe a amar y trabajar por la justicia y la paz, es solo una organización estéril destinada a desaparecer y un político que no trabaje por el bien común es un pobre hombre, también, destinado a desaparecer.