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3 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Daniel Ortega puede terminar como Somoza

Jueves, 17 de mayo de 2018 00:00
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"­Ortega, Somoza / son la misma cosa!". La consigna, coreada por miles de manifestantes en las calles de Managua, refleja una curiosa ironía histórica: el gobierno de Rafael Ortega, uno de los máximos líderes de la "revolución sandinista" que en 1979 derrocó por las armas a la dictadura de Anastasio Somoza, corre el riesgo de correr la misma suerte que aquella odiada dinastía.

El disparador de la crisis fue un proyecto de reforma previsional que desató una oleada de protestas, con una luctuosa secuela de docenas de muertos. El Gobierno, acorralado por los disturbios, dio marcha atrás, pero ya era demasiado tarde. El descontento acumulado durante años había encontrado una excusa propicia para aflorar y no amainó con ese retroceso. Al contrario, la consigna de las movilizaciones callejeras pasó a ser la renuncia de Ortega, que fue reelecto en 2017 en comicios cuya legalidad fue cuestionada por la oposición.

Sin Moscú, la primera derrota

Ortega está acostumbrado a sobreponerse a la adversidad. Tras gobernar once años, entre 1979 y 1990, durante la etapa ascendente del "sandinismo", con el apoyo de Cuba y la Unión Soviética, afrontó con mano de hierro los brotes insurreccionales de la "contra", amparada por Estados Unidos, perdió las elecciones presidenciales y traspasó el mando a la mandataria electa Violeta Chamorro, una dirigente opositora, viuda de Pedro Joaquín Chamorro, antiguo director del diario "La Prensa" y cabeza de una familia de la elite tradicional nicaragense, cuyo asesinato, perpetrado en 1978 y atribuido a un comando paraestatal precipitó la caída del "somocismo".

Su admisión del triunfo de la oposición en las urnas, que en un principio había insinuado desconocer, evitó un colapso sangriento y le permitió negociar la retirada. En esa decisión incidió el escenario mundial, signado por la debacle de la Unión Soviética, que le privaba de auxilio internacional, y la presión de la Casa Blanca. Con una estructura política consolidada y una poderosa base empresarial construida desde el poder, logró sobrellevar airosamente su pasaje al llano y en 2006, dieciséis años después de su partida, ganó las elecciones y volvió al gobierno, con la intención de no abandonarlo. En esta segunda presidencia, que ya lleva otros once años, el respaldo de Moscú fue sustituido por la pródiga ayuda de Venezuela.

Ahora, sin bolivarianos

Pero el escenario internacional volvió a cambiar y Ortega a padecer sus consecuencias. La desaparición de Chávez, con el consiguiente debilitamiento regional del "eje bolivariano", y la crisis terminal de la economía venezolana, que le priva del abastecimiento de petróleo barato para su endeble aparato productivo, coloca a Nicaragua en una situación de aislamiento externo semejante a la de 1990.

En este contexto, el manotón de ahogado de Ortega fue apostar a la "carta china". El Gobierno firmó un convenio con un consorcio empresario chino para la construcción de un canal interoceánico capaz de competir ventajosamente con el canal de Panamá para la navegación de los buques que atraviesan el istmo centroamericano. El proyecto fue considerado por la oposición como un gigantesco negociado de la familia presidencial. Pero esa iniciativa, que podría haber revolucionado la economía nicaragense, quedó trunca: Beijing suscribió un tratado con Panamá y se desentendió del tema.

Muñeca política vs. ocaso histórico

Desde su retorno al gobierno, Ortega cogobierna con su esposa, Rosario Murillo, actual vicepresidenta, una poetisa que en la década del 70 participó de la guerrilla "sandinista" y luego escaló posiciones hasta convertirse en socia política de su marido. "En la Presidencia, la Rosario es 50% y Daniel 50%", llegó a proclamar Ortega. En el círculo íntimo presidencial, Murillo es comparada con Elena Ceausescu, la mujer del exlíder comunista rumano Nicolae Ceausescu, quien en la práctica funcionaba como primera ministra y terminó fusilada junto a su esposo. Sus detractores la comparan con una figura más famosa: Claire Underwood, la ambiciosa esposa de Francis Underwood, protagonista de la serie de Netflix "House of Cards ".

A diferencia del período 1979 -1990, el gobierno de Ortega fue mucho menos ideológico y más pragmático, mostrando una especial muñeca política que desorientó a sus adversarios. Estableció una alianza con un sector del empresariado local, basada en la distribución de las prebendas estatales y los beneficios de la asistencia económica venezolana a cambio de su neutralidad política. Pero ese acuerdo, semejante al que sostuvo durante décadas en el poder a la dinastía Somoza, se rompió por los mismos motivos que aquel. La familia presidencial y sus allegados avanzaron sobre los negocios de los grupos tradicionales. El resultado de esa ruptura fue que el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) se erigió en uno de los puntales de la ofensiva opositora.

Paralelamente, Ortega buscó una aproximación con la jerarquía eclesiástica, históricamente hostil al "sandinismo". En ese giro, el gobierno se manifestó en contra de la despenalización del aborto.

En 2005 la pareja presidencial se casó por Iglesia, en una ceremonia oficiada por el anciano cardenal Miguel Obando y Bravo, un antiguo contrincante del régimen. Previamente, Ortega pidió perdón por las antiguas ofensas. Ese idilio también terminó abruptamente cuando la Conferencia Episcopal condenó la represión a los manifestantes y exigió la convocatoria de un diálogo nacional para superar la crisis política.

Las vueltas de la historia

Pero el agotamiento gubernamental no es sinónimo de resurrección de la oposición tradicional, fracturada por las maniobras del gobierno, que consiguió que uno de sus líderes, el expresidente Arnoldo Alemán (1997-2002), negocie con Ortega el reconocimiento del régimen a cambio de cargos estatales. Las solitarias excepciones son Cristina Chamorro, hija de Pedro y Violeta Chamorro, que capitaliza el legado de su madre de 88 años, hoy retirada de la vida pública, y algunos dirigentes del "sandinismo histórico" enfrentados con Ortega.

La nueva oposición surge del movimiento estudiantil y tiene su epicentro en la Universidad Politécnica. Sus jóvenes dirigentes cuentan con el respaldo de la COSEP y cosechan la simpatía de la jerarquía eclesiástica, pero todavía están lejos de constituir una alternativa de poder.

De allí que la Iglesia Católica se haya constituido en un puente de diálogo para que el reconocido pragmatismo de Ortega le permita comprender, como sucedió en 1990 con el triunfo de Chamorro en las elecciones presidenciales, que llegó la hora de irse, para no terminar como Somoza, quien una vez derrocado murió en su exilio en Paraguay ejecutado por un comando "sandinista" encabezado por el guerrillero argentino Enrique Gorriarán Merlo.

 

 

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