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Omar Khayyám y la ciencia

Lunes, 29 de julio de 2019 00:00
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Tal vez sea Khayyám uno de los poetas más traducidos y más famoso del mundo. Nació y vivió hace mil años en la antigua Persia. Su apellido viene del oficio de su padre que era un fabricante de tiendas. Desde niño demostró que era un genio. Le interesaban especialmente las matemáticas, geometría, álgebra, las ciencias naturales, los minerales y la astronomía. Gracias a compañeros de estudios con influencias políticas pudo acceder al sultán que lo puso a cargo de un importante observatorio astronómico. Su misión era adaptar el calendario musulmán al gregoriano y al juliano, tarea que llevó a cabo con éxito. Brilló como gran astrónomo y matemático de su tiempo. Sin embargo, su memoria se hubiese perdido con el paso de los siglos de no mediar un hecho azaroso. Omar Khayyám (1040-1123) escribió unas Rubáiyát (Rubaiatas) o versos cortos donde expresaba su filosofía ante la vida. Esas pocas estrofas lo convertirían en una celebridad internacional. El destino quiso que alguien encontrara esos versos, que le llamaran la atención, y los puso en manos de Edward FitzGerald (1809-1883) quien realizó la primera traducción al inglés en 1859. FitzGerald publicó una edición personal de 250 ejemplares que al principio no tuvo ningún impacto. Hoy esos ejemplares valen una fortuna entre los bibliófilos y a partir de esa traducción se hicieron cientos de ediciones posteriores corregidas y aumentadas. El texto de las Rubáiyát llamó la atención de otros orientalistas que se animaron a nuevas traducciones. Entre ellas fueron volcadas al francés por Franz Toussaint, que dio lugar a traducciones posteriores a múltiples idiomas. La edición francesa cuenta además con un magnífico prólogo del persa Alí No-Rouze. La Editorial Guillermo Kraft de Buenos Aires publicó en 1951 una versión del francés al español, en una hermosa edición para bibliófilos, de la pluma de Félix E. Etchegoyen, autor además de un erudito prefacio. El escritor brasileño Christovam de Camargo, tradujo directamente del original iranio al portugués, francés y español. La versión castellana de las Rubaiatas fue publicada por la Editorial Losada de Buenos Aires en 1967.

El riojano Joaquín V. González es autor de una versión yuxtalineal de las Rubáiyát que en 1915 introdujo al poeta persa entre los argentinos. Desde el trabajo pionero de FitzGerald hasta hoy se realizaron cientos de ediciones, reediciones y adaptaciones de las famosas Rubáiyát. Junto con la Biblia y El Principito son de los libros que fueron traducidos a mayor cantidad de idiomas y dialectos. La figura de Khayyám ha sido analizada en gruesas biografías como la de Harold Lamb o el erudito texto de Hazhir Teimourian que titulara "Omar Jayyam. Poeta, astrónomo, rebelde. Biografía definitiva de un genio universal".

Poesía atrapante

Leer a Khayyám es enamorarse inmediatamente de su poesía: magnética y atrapante. Al punto que el lector busca con avidez otras ediciones, otras traducciones, para leer las Rubáiyát en distintos estilos y transliteraciones en donde fluye la belleza intrínseca de los versos con distintas carnaduras. Un análisis reduccionista nos llevaría a decir que Khayyám canta al vino, al amor y a las mujeres. Y es cierto. Gran parte de sus versos están dedicados a destacar las bondades del vino rubí, la belleza de las mujeres y la potencia del amor.

Pero su poesía no se agota allí.

Habla del cosmos y la creación, del sol y la luna, de los astros y su presencia luminosa. Considera a la Tierra como un globo que gira desde tiempos inmemoriales. Profundiza en la finitud de la vida humana y está convencido que no hay nada antes de la vida y no hay nada después de la muerte. Su filosofía vital está basada exclusivamente en el presente ya que el pasado dejó de existir y el futuro es inescrutable. Por ello arrecia con el goce estético del presente y la elevación del espíritu a través del vino que se escancia. Usa ricas metáforas cuando se refiere al barro del alfarero. Para él ese barro, ese polvo, esa mezcla de arcillas, proviene de los restos de los que nos precedieron. Le ruega al alfarero que amase con cuidado ese lodo ya que pudo ser el rostro o el cuerpo de una bella mujer.

La arcilla y la humanidad

No es sólo el Génesis bíblico con aquello "de polvo eres y al polvo volverás", sino que hay en su descripción una idea del ciclo geoquímico de la materia. Por ejemplo en la estrofa: "Aprovecha el instante que pasa, / fugacísimo instante, / hasta que renazca la hierba, / fertilizada por tus cenizas". El súmmum para él es beber el vino en una jarra construida con el barro proveniente de lo que alguna vez fueron bellas y hermosas mujeres. Vino, mujeres, barro, amor, vasijas y tabernas son elementos intrínsecos a su rica poesía pletórica de sabiduría. Para Khayyám la vida es un instante infinitesimal (Sé feliz un instante/ pues la vida, amigo/ no es más que ese instante). Piensa en un mundo viejo de miles de siglos de antigedad.

Dice: "Estamos obligados a vivir en este globo, / en el cual no veo techo, puerta/ ni entrada, ni salida". Y también "La circunferencia, de donde hemos venido, y a la cual iremos, no tiene principio ni fin". Un mundo aislado y perdido en un tiempo sin principio ni fin. Hutton retoma el concepto a fines del siglo XVIII cuando estudia las rocas de Escocia y concluye que no ve vestigios de un comienzo ni perspectivas de un final, inaugurando así el "tiempo profundo" en geología.

Khayyám piensa en los estratos como "sábanas de arcilla", donde "seres amodorrados, dormidos en una inercia mortal, están hundidos en el sueño del olvido", en una clara referencia a los seres del pasado que nos precedieron. Se está refiriendo claramente a los fósiles. Algo que no era extraño en quien había estudiado la ciencia griega y vivía en una región con una magnífica geología.

Las montañas de la infancia

Khayyám había nacido en la ciudad de Nishapur, en la región persa de Khorasam, una planicie aluvial que se extiende al pie de la cadena de montañas de Binalud.
 El núcleo de las montañas está formado por rocas mesozoicas que cabalgan por tectónica compresiva sobre rocas terciarias del Mioceno.
 Esas montañas son el producto de la colisión entre la placa Arábiga y la placa Asiática.
 Las rocas terciarias están compuestas por margas y arcillas abigarradas, multicolores, cubiertas por capas de areniscas rojas.
A ellas se refiere Khayyám, en una de sus cuartetas cuando dice: “En la tierra abigarrada, marcha alguien que no es infiel ni musulmán, ni rico ni pobre. No reverencia a Dios ni a las leyes. No cree en la verdad ni afirma nunca nada. En la tierra abigarrada, ¿quién es este hombre triste y valeroso?”. ¡Obvio, él, Khayyám!
Nishapur era famosa al tiempo de Khayyám por sus hermosas cerámicas que provenían de las tierras arcillosas que refiere. 
También por sus turquesas azul cielo, las más hermosas de Asia, que yacen en viejos terrenos volcánicos. De allí que se interesase por las arcillas y los minerales.
Charles Lyell, el padre de la geología moderna, menciona que Khayyám escribió una obra sobre el retiro del mar y se basaba en antiguas cartas indias y persas.
 Ponía como evidencia los manantiales salados y salinas que ocurrían en el interior de Asia. Estas ideas, contradictorias con ciertos pasajes del Corán, lo obligaron a retractarse para lo cual emprendió un viaje voluntario hacia la Meca. Piensa que la Tierra está formada por sólidos cimientos.
Sin embargo él vive en una región de alta intensidad sísmica que destruyó muchas veces aquellas ciudades persas. Tal vez eso explique la estrofa: “El mundo camina / hacia la desintegración. / ¡En breve no veremos más que destrozos, ruinas, el caos!”. Y una frase enigmática “Antaño, / muy en la lontananza del tiempo. / Antes del comienzo de la Eternidad”, antepone un punto de partida metafísico al Cosmos físico, como una proto idea de lo que hoy llamamos Big Bang.
 El mensaje escéptico, ateo, iconoclasta, bohemio, sibarita, báquico y heterodoxo de Khayyám sobrevivió mil años y todavía nos interroga.
 

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