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La decadencia del "progresismo"

Martes, 28 de julio de 2020 02:24
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El primer "progresismo": por supuesto, con mucha arbitrariedad, podría considerarse que el primer "progresismo" puede atribuírselo el liberalismo que surge de la ruptura del absolutismo monárquico con la "revolución gloriosa de Inglaterra", en 1688. Entonces, el parlamentarismo logra su triunfo definitivo sobre la monarquía y permite, libertades amplias mediante, facilitar el camino a la posterior Revolución Industrial, que hacia mediados del siglo siguiente produce una transformación copernicana en la organización económica y social, unida a la más formidable expansión de la producción, primero en Inglaterra y luego en muchas otras economías del mundo.

Respuestas utópicas y científicas

Como se ha señalado en otras notas, inevitablemente, este explosivo crecimiento no estuvo exento de importantes tropiezos y complicaciones, tales como la enorme metropolización originada en la gran atracción que las fábricas y actividades económicas relacionadas ejercían sobre la población rural, el consiguiente hacinamiento, el colapso de los mecanismos de higiene y las enfermedades que originaban, a lo que se añadían las largas horas de trabajo y las condiciones precarias de los trabajadores en los primeros tiempos en que la organización laboral estaba todavía ausente.

Denuncias "utópicas" y "científicas": frente a los graves problemas que se mencionaban en el párrafo anterior, junto con respuestas operativas como el mejoramiento de los mecanismos de efluentes en Londres y los avances en los sistemas de salud, algunos pensadores, como Owen o Saint-Simon, ofrecían otras respuestas del tipo de "tirar el bebé junto con el agua sucia".

Atacaban la nueva organización político - económica que se consideraba responsable de las penurias mencionadas, a la vez que se estigmatizaba a los beneficiarios de este nuevo orden, identificados unilateralmente con los propietarios de las nuevas fábricas.

Se olvidaban de que, sin perder de vista las complicaciones a las que se enfrentaban los trabajadores, la migración a las ciudades significaba sin duda muchos progresos para ellos, tales como las economías de localización -el hecho de que la conexión cercana de las personas y familias aparejaba muchas ventajas-, una mayor regularidad en la percepción de los ingresos unida a un mayor nivel de estos, etc.

Por su parte, Marx, no menos indignado por lo que se consideraban condiciones humillantes de trabajo y vida para una gran parte de los trabajadores, rechazaba los argumentos y las soluciones de quienes él denominaba "socialistas utópicos", por basarse en propuestas económicas endebles, según sus críticas.

En su lugar, Marx proponía lo que él consideraba era una propuesta socialista "científica", que consideraba que la producción era mérito excluyente del trabajo humano, considerando tal solamente al aportado precisamente por los trabajadores, con lo que, para Marx, no había en la elaboración de bienes y servicios ni en las decisiones de inversión, ningún mérito de los empresarios, quienes podían ser suprimidos consecuentemente.

Esto posibilitaría que las "enormes riquezas" de los empresarios fueran transferidas a los trabajadores. Algo así como eliminar a los maestros panaderos y los "chefs" y reemplazarlos por el resto de los panaderos y pasteleros, o suprimir a los directores de orquesta poniendo en su lugar a la propia orquesta que ejecutaría sus conciertos con idénticas performances.

El verdadero talón de Aquiles

Marx también tomaba nota de otro problema de la organización económica que había reemplazado al "ancien régime", o sistema antiguo, basado en el absolutismo monárquico y la ominosa presencia agobiante del estado en las decisiones políticas y económicas de las sociedades; la nueva organización que se denominaba "capitalismo".

Este problema, más complejo que los descriptos y que ocasionaban las "indignaciones" de diverso tipo, era el mecanismo intrínseco de funcionamiento de las economías caracterizado por etapas de rápido crecimiento de la producción y el empleo, seguido de otras de contracción que equivalían a caídas en el ingreso y el empleo, lo que ocasionaba graves problemas a quienes sufrían el consiguiente desempleo.

Marx era consciente del problema y lo relacionaba directamente con la naturaleza del capitalismo, a la vez que otro marxista posterior, Lenín, en la misma línea, lo asociaba con la expansión del capitalismo a escala mundial junto al nuevo colonialismo de fines del siglo XIX y principios del XX ; la consecuencia de la necesidad del capitalismo de más y nuevos mercados junto, con fuentes de aprovisionamiento de materias primas.

Sin embargo, el "socialismo científico" no proveía tampoco de soluciones, como no fueran las del tipo de "tirar el bebé", a la vez que los exégetas del capitalismo habían "quemado las naves" en cuanto a alternativas para las crisis "naturales" de las economías, al considerar tabú a la intervención del estado en la economía, porque de eso se trataba el nuevo orden que había reemplazado al "ancien régime".

El problema no era menor, naturalmente, porque o había que reemplazar el capitalismo, como lo había hecho Rusia, o transformarlo en un sistema no menos autoritario y brutal como el fascismo de Alemania e Italia.

La alternativa era aceptar las crisis como algo natural e inherente al capitalismo, lo que minaba el sistema por el rechazo interno cada vez mayor.
Como también se ha destacado en otras notas, la solución vino de la mano de Keynes y los economistas norteamericanos, que propusieron un capitalismo más equilibrado, con una discreta presencia del estado para controlar las oscilaciones violentas de la economía.

Marxismo y “mamarrachismo”

Como se ha señalado en un párrafo anterior, Marx creía haber explicado las causas de los inconvenientes del capitalismo , del cual era un explícito admirador por otra parte y rescataba los progresos que había logrado en proporcionar bienestar a la humanidad, por ejemplo, a través de los ferrocarriles británicos de la India. 
A la vez que el reemplazo que él imaginaba del capitalismo por el socialismo, sin duda se asociaba a una supuesta etapa de mayor bienestar para los trabajadores “librados de sus empresarios opresores”. 
Por cierto, Marx no fue menos “utópico” que los socialistas que criticaba, con pruebas a la vista: Rusia, China, Cuba, etc. 
No obstante, no se puede dejar de condenar con la mayor dureza las consecuencias de su prédica, que le costaron a los países del “paraíso” del socialismo real millones de muertos, unidos a los miles que provocaron las “vanguardias revolucionarias” con sus secuelas de terror, tal cual lo experimentó nuestra Argentina; sin embargo, no es menos cierto que los “herederos” del progresismo, como los que ven en las pandemias la concreción del buscado “santo grial” del socialismo, o quienes están ansiosos de transformar nuestra patética Argentina en “otra Venezuela”, son completos esperpentos del, sin duda, supuesto progresismo de Marx y sus epígonos. 
Justamente, como él mismo sostenía, “la historia se repite; pero la primera vez como tragedia, y la segunda vez, como farsa... ”.

 

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