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2 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Ningún espectáculo oculta la realidad

Sabado, 11 de diciembre de 2021 02:02
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La degradación de la imagen pública de la política y los políticos explica que, para generar un efecto escénico, sea necesario alquilar popularidad ajena.

Ni siquiera una figura transparente y sabia, como Pepe Mujica, ni un líder de la izquierda democrática, como Lula, llenarían la Plaza de Mayo con su sola presencia.

Las movilizaciones cívicas sólo son espontáneas cuando la ciudadanía siente una convocatoria como propia. Y allí no hacen falta remises pagados por los intendentes, camiones contratados por sindicatos, ni retribuciones de ningún tipo. Y, tampoco, espectáculos a cargo del Estado.

La convocatoria de la víspera fue imaginada como un "relanzamiento" del gobierno (a pesar de que Alberto Fernández aseguró ayer que se siente orgulloso y satisfecho por los resultados de estos dos años de gestión). Resulta muy difícil imaginar hacia dónde piensa redirigir al país luego del "nuevo despegue". Fernández no parece pensar en eso.

De más está decir que con los datos oficiales sobre deterioro educativo, indigencia y empleo en negro, sumados a la inflación y el volumen de los subsidios del Estado, solo cabe imaginar un escenario similar al que hoy ofrece el Perú presidido por Pedro Castillo, cuyo precoz deterioro lo muestra tras los pasos de sus predecesores de diversos partidos en la última década. Ningún show musical alcanza para disimular la pérdida de horizontes.

Fernández invitó ayer a Lula y a Mujica. Pero fue selectivo; no invitó a Evo Morales, cuya despedida del poder, hace dos años, parece haberlo relegado en el panteón de la nueva izquierda regional. No obstante, intentó reivindicarlo ante Joe Biden, durante un encuentro virtual sobre la democracia, en una rebuscada acusación a la Organización de los Estados Americanos.

Obviamente, tampoco estuvieron Nicolás Maduro ni ningún representante del gobierno venezolano, un socio incómodo que el gobierno argentino defiende a pesar de las no menos de 8.000 denuncias por asesinatos a manos de agentes del Estado y de las evidencias de que la democracia desapareció hace tiempo a manos de una burocracia que sumergió a una potencia petrolera en la miseria.

Ni muchos menos el nicaragense Daniel Ortega y su esposa, o Miguel Díaz Canel, presidente de una Cuba cuya revolución socialista ya es un dato de la historia.

Son ellos los que Fernández añora, aunque hubieran desentonado en un homenaje a la democracia y a los derechos humanos. Y eso lo saben todos.

De todos modos, queda en claro que el relanzamiento no incluye la idea de recuperar la Unasur ni la resurrección del socialismo del siglo XXI.

El espectáculo político musical de este 10 diciembre solo tuvo como propósito mostrar un signo de vitalidad de un gobierno maltrecho y atravesado por una puja interna indisimulable.

No tiene sentido analizar las falacias de autoencomio que proliferaron ayer, ni los ataques al gobierno de Mauricio Macri, que solo revelan la incapacidad de reconocer, y mucho menos, de solucionar la profundidad del pantano donde se está sumergiendo el país desde hace dos décadas.

En 1983, muchos músicos y artistas de diversos géneros se sumaron a la fiesta de la democracia, pero la gente se movilizó espontáneamente para respaldar a un Gobierno nacional, 23 gobiernos provinciales y la reapertura del Congreso, las legislaturas y los concejos deliberantes.

Más que relanzamiento, Alberto Fernández parece estar buscando un salvavidas.

De todos modos, el problema esencial no es la suerte de los dirigentes: lo verdaderamente urgente es recuperar el sentido común, la comprensión de la realidad y una maduración de las convicción democrática, que empieza por la tolerancia y la aceptación de la pluralidad.

Y es rubro está en déficit está generalizado.

Criticar a un gobierno no es atentar contra la democracia, pero perseverar en los errores sistemáticos y encubrir la crisis -como lo hace gran parte de la dirigencia-, eso sí es cercenar al sistema desde sus cimientos.

 

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