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Por Israel Cinman
“Era un buen hombre, pero no sabía robar. Fue bien intencionado, pero no supo coimear”, escribió Roberto Arlt en “Su majestad la coima”.
Ser de buen metal es un apelativo que solo se les da a las personas difíciles de corroerse u oxidarse. Seres nobles, inalterables, que aun estando en ambientes corruptos se mantienen fieles a su ética.
La corrupción solo se desarrolla con incentivos sistémicos, nunca es un hecho aislado ni unipersonal.
Hay una experiencia que muestra el juego macabro de la corrupción. El Dr. Dan Ariely (americano-israelí), especialista en la psicología de la trampa, investigó el fenómeno. Uno de sus ejercicios fue hacer que una serie de personas elija entre dos actividades diferentes que deberían realizar.
En la opción A ganarían 4 dólares y en la B 40 dólares.
Para saber cuál actividad llevarían a cabo, se tiró la moneda: si salía cruz harían la actividad A, con lo que ganarían 4 dólares, mientras que si salía cara les tocaba la B y ganarían 40 dólares. A los que habían sacado la actividad menos paga, el organizador les ofreció que se hicieran los distraídos a cambio de que le dieran 2 dólares y “acordar” entre ambos que les había tocado la actividad mejor paga. Se realizó cientos de veces la experiencia en diferentes países/culturas y se llegó al escalofriante resultado: el 87% de los participantes había pagado el soborno.
Hay un sistema que seduce a la corrupción y que se exacerba a niveles escalofriantes si comienza en las cúpulas sociales.
El acto inicial de corrupción comienza con la autopromesa de que se la cometerá por única vez, pero si no tiene costo punitivo, la vocación de seguir en el camino corrupto se aprenderá a una velocidad supersónica.
Hay excusas hasta para matar a la madre. Inmediatamente, el corrupto genera un relato justificatorio de su accionar. Desde que no tenía opción, por que lo mataban, hasta hacerse el salvador de los empleados que iban a quedar sin trabajo.
¿Un ejemplo masivamente usado? Bajar música sin pagar. La excusa para ello es que está bien, porque en la industria de la música son estafadores, etc. etc. Y hasta se compra música en la vía pública y se genera así un sistema peligrosamente validante desde lo colectivo.
¿Es corrupto el que quiere o el que puede?
En todo sistema corrupto hace falta como mínimo otra persona y si hay una sociedad alineada con ello la corrupción encuentra una cantera de posibilidades inigualable.
La corrupción es para actos ilícitos, pero llega a su cumbre cuando también hay corrupción para actos lícitos, como coimear para que se ejecute un derecho adquirido. Una sutileza que muestra que la corrupción es ya una cultura instalada en el sistema.
El corrupto es un narcisista de libro, portador de una profunda disociación social. En el mapa del corrupto el otro no está. Su complejo de “centro de mesa” lo hace buscar estratégicamente presidencias de lo que sea posible, desde un club social a la de la Nación o una ONG. No busca hacer un servicio, sino generar un prestigio que sabe que no se lo dará el dinero. Alrededor de él genera un séquito de olfas que se desviven por agradarle y a estos los gestiona con el miedo, con la distancia y/o directamente con el sueldo.
El corrupto es adorador del poder por el poder mismo, al que asocia fuertemente con el dinero. Su nivel de autoconocimiento es paupérrimo y esto le hace caer en la trampa de ignorar los límites. No puede contestarse, pero la pregunta es ¿cuánto es suficiente?
Como todo ladrón, necesita mostrar su poder con accesorios megalómanos demostrando morbosamente sus “logros”. El corrupto no puede ser humilde y, en vez de tener un perfil bajo, se esconde con estilo, camuflándose muchas veces en instituciones. Ama ser vocero. Por otro lado, en situación de crisis económica, la susceptibilidad en contra de la corrupción aumenta y es de esperar que en épocas de bonanza económica la aceptación de la corrupción sea mayor. Esto es para que nos demos cuenta de lo perverso de esta patología social. ¿Es posible terminar con la corrupción?
En los lugares de educación colectiva y gregaria los índices de corrupción son insignificantes. Pareciera que la educación en el registro al otro es una estrategia eficiente. Esta virtud supera hasta las leyes más poderosas y sin lugar a dudas, cuando el otro empieza a tener espacio en cada uno, los frenos inhibitorios operan generando una comunidad de transparencia. Un lugar donde nadie necesita ser el centro de mesa y lo suficiente es hijo de la abundancia. Así se desmantela la obsesión de lograr abundancia generando escasez en el otro y en los sistemas.
El corrupto es un cobarde que escapa hacia adelante y ante la posibilidad de perder delata a quien sea.
¿Podrá una sociedad educada desde la culpa, esa que produce mentalidad de “víctimas seriales”, generar una nueva sociedad sin corrupción?
¿Qué se podría hacer?
Los invito a sacar alguna respuesta con este ejercicio:
1) Enciendan un fósforo.
2) Comprueben la llama que emana.
3) Fíjense si la luz que emana genera sombra.
Extraigan sus conclusiones.
¿Qué sugieren para desmantelar la cultura de la corrupción?