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El Día de la Lealtad conmemorado en forma fragmentada fue un símbolo de las divisiones que corroen al movimiento peronista pero, también, del fracaso del oficialismo a lo largo de dos décadas en las que gobernó durante quince años. Por eso es difícil definir a qué lealtad se refiere cada facción.
El solo hecho de que el acto que pareció el central, solo por realizarse en Plaza de Mayo, tuvo como figuras notorias a dos "herederos" actualmente coaligados pero sin ningún tipo de construcción propia en materia de liderazgo. Por una parte, Pablo Moyano, cuyo referente, su padre, evoca a una militancia sindical setentista dentro de la corriente más ortodoxa representada por el asesinado José Ignacio Rucci. El otro es Máximo Kirchner, referente de La Cámpora, una agrupación también con resonancias de aquella década. Su nombre, creado por el escritor Miguel Bonasso, reivindica a la tendencia revolucionaria, responsable del asesinato de Rucci dos días después del categórico triunfo de Perón en las elecciones de septiembre de 1973. Es difícil saber si Máximo y Pablo conocen esos detalles. Probablemente no les importen, porque "es el pasado".
Pero el pasado está presente. La multiplicación de actos produjo una ausencia de homenajes al Día de la Lealtad. Claro que solo dos veces en los 77 años transcurridos la movilización fue plenamente genuina, más allá de que siempre haya sido políticamente importante. La primera, el 17 de octubre de 1945, cuando la participación popular puso en marcha el movimiento político más importante en la Argentina luego de las dos grandes guerras. El otro, el 17 de noviembre de 1972, cuando Perón volvió del exilio luego de 17 años. Ese día de lluvia unas 50.000 personas se movilizaron -sin aparato- hacia Ezeiza, desafiando la prohibición de la dictadura de Alejandro Lanusse.
Con una mirada de absoluto presente, el gastronómico Luis Barrionuevo sentenció en su estilo entre desembozado y brutal: "El peronismo está hecho mierda", y agregó: "No hay un liderazgo desde ningún lado, ni desde el lado de la oposición". Ese es el nudo de la cuestión.
El Presidente apenas hizo una aparición en Cañuelas. Fiel al esfuerzo por identificar a su gestión con una imaginaria revolución de obras públicas, anunció la finalización del cuarto tramo (9 km) de la autopista que conecta a esa ciudad con Ezeiza. Y en su discurso habló demasiado de su antecesor Mauricio Macri y muy poco de lo que él entiende por "lealtad". Es razonable. Solo dijo aquello de que "mejor que decir hacer, mejor que prometer es realizar".
De poco puede jactarse cuando el país muestra en su tercer año de gobierno una deuda nacional real generada por el Estado de US$ 380.760 millones (equivalente al 77% del PBI) y de la cual la que se contrajo con el FMI es una pequeña parte. Además, con una inflación que se acerca al 100% y una crisis sindical, social y de seguridad de alta intensidad. Pero para cualquiera que hoy intente ampararse en la memoria peronista es muy difícil explicar cómo se honra a esta "verdad peronista" directamente vinculada con la lealtad: "En la nueva Argentina el trabajo es un derecho que crea la dignidad del hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume". Con el 60% de los niños y jóvenes por debajo de la línea de la pobreza, con altísimos niveles de deserción escolar y muy bajo nivel de aprendizaje, nada hay tampoco de aquello de "los únicos privilegiados".
Probablemente, a pesar de su rusticidad, haya que hacer una relectura de Barrionuevo: el país está sin timón desde hace tiempo y lo mejor que haría la dirigencia es escuchar a Aristóteles, también citado por Perón: sincerarse. Porque "la única verdad es la realidad".