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El efecto Brasil y el replanteo del Mercosur

Martes, 08 de noviembre de 2022 02:46
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Apenas se disipe la bruma que ensombrece la accidentada transición iniciada en Brasil, el Mercosur enfrentará el desafío de un profundo replanteo cuyo resultado influirá decisivamente en el rumbo de América Latina. La respuesta a ese desafío exige una mirada estratégica que descarte las interpretaciones híper-ideologizadas y las visiones cortoplacistas para abordar aquello que verdaderamente está en juego en esta encrucijada.

El historiador francés Alain Rouquié, en su libro "América Latina: Extremo Occidente", sostiene que América Latina es, ante todo, una "realidad cultural". Esa precisión conceptual sobre la identidad latinoamericana es relevante para situar el posicionamiento de la región en el contexto mundial, encuadrada como "el Tercer Mundo de Occidente" o el "Occidente del Tercer Mundo."

Ya mucho antes de que Rouquier, Alberto Methol Ferré, el pensador uruguayo que influyó fuertemente en la formación del papa Francisco, afirmaba que América Latina es Iberoamérica, una amalgama de España y Portugal. Su configuración responde a la evolución de esas dos vertientes: la tradición portuguesa, encarnada por Brasil, que pudo conservar su unidad, y la vertiente hispánica, que padeció un proceso de balcanización que derivó en su fragmentación en una veintena de repúblicas independientes. Pero indicaba también que el subcontinente está hoy configurado por dos realidades muy distintas: América del Sur, cuyo eje es el vínculo entre Brasil y la Argentina, y México y Centroamérica, cuyas economías están cada vez más integradas con Estados Unidos.

Acertadamente, Methol advertía que el "macizo continental" está en América del Sur, lugar de encuentro entre la América portuguesa y la América hispana. Según su interpretación, "América del Sur es la zona más decisiva de América Latina. Sin Brasil no habría América Latina, solo Hispanoamérica". No es solo una realidad cultural: Brasil es la duodécima economía global y tiene más de la mitad de la superficie, la población y el producto bruto sudamericano. A pesar del avance de las iglesias evangélicas, todavía es la mayor nación católica del mundo.

Por estos motivos, destacaba el significado que tuvo en la década del 90 la fundación del Mercosur, que a su juicio "inicia una revolución mayor que la de la independencia", porque es "la vía necesaria para el estado continental nuclear de América Latina", en una era signada por la emergencia de grandes espacios continentales (o "países continentes"), básicamente Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia.

En esa necesaria reformulación del bloque sudamericano, los temas básicos de la agenda son los acuerdos sobre la reducción del arancel externo común y el avance en las negociaciones con otros bloques comerciales y con terceros países. Esa perspectiva exige incorporar tres nuevas dimensiones: una visión política, que incluye la creación de un sistema integrado de defensa y seguridad, una perspectiva bioceánica, que exige la profundización de la asociación estratégica con Chile, y un perfil agroalimentario, que surge de las características comunes de sus sistemas productivos, que sumados permitirían transformar a la región en el principal proveedor mundial de proteínas.

Pero ese rediseño exige también la búsqueda de una convergencia estratégica con la Alianza del Pacífico, la asociación comercial fundada en 2012 e integrada por México, Colombia, Perú y Chile, las economías más abiertas y dinámicas de la región, que tienen acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Esa confluencia es hoy el camino posible de la unidad latinoamericana. Permite que México, sin afectar sus vínculos estructurales con Estados Unidos, asuma un mayor protagonismo político en la región en un escenario mundial cuyo eje ordenador gira alrededor de una bipolaridad expresada en el complejo vínculo de competencia y cooperación entre Estados Unidos y China.

Tercerismo convergente

La realidad específica de América del Sur exige articular una sólida asociación comercial con China con una intensa cooperación con Estados Unidos en materia de seguridad hemisférica y de inversiones y relación con la comunidad financiera internacional. México y América Central tienden a compatibilizar su creciente intercambio comercial con China con su fuerte integración en la economía norteamericana.

Pero ser "Extremo Occidente" supone el reconocimiento de pertenecer a Occidente. América Latina es parte inseparable del sistema político y jurídico interamericano, que lo asocia con Estados Unidos y está articulado alrededor de un sistema de instituciones multilaterales, como la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como a tratados internacionales que incluyen desde el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) hasta la Carta Democrática de la OEA, inspirada en la "cláusula democrática" del Mercosur, introducida también en el estatuto de la Alianza del Pacífico. Esta pertenencia impone obligaciones irrenunciables.

No obstante, este escenario mundial no impone alineamientos automáticos. En la década del 60, en el momento de la irrupción del Movimiento de Países No Alineados, solía decirse que el "tercerismo" de la China de Mao Zedong consistía en estar igualmente lejos de Estados Unidos y de la Unión Soviética, mientras que el "tercerismo" de la Yugoeslavia del mariscal Tito trataba de situarse igualmente cerca de ambas superpotencias. Frente a esta bipolaridad entre Estados Unidos y China, el mundo entero tiende a recrear la estrategia de ese "tercerismo convergente" de Tito.

Lula, que es el primer sindicalista de América Latina en acceder al gobierno de su país (y el segundo del mundo después de Lech Walesa en Polonia), tiene el pragmatismo necesario para avanzar en esa dirección. Su política intentará articular su compromiso con la reformulación del Mercosur con la adhesión de Brasil a la Celac y el respaldo a la incorporación de la Argentina como sexto miembro del Brics (el bloque económico conformado por Brasil, China, India, Rusia y Sudáfrica) con la preservación de una relación amistosa con Estados Unidos y la ratificación del acuerdo pendiente entre el bloque regional y la Unión Europea.

Este tercer gobierno de Lula comienza en un escenario de extrema fragilidad, signado por la extraordinaria elección realizada por Jair Bolsonaro y el hecho de que la oposición de derecha gobernará los tres principales estados (San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro) y el oficialismo estará en minoría en el Parlamento, lo que lo obligará a un continuo ejercicio de negociación.

En este contexto, no es difícil prever que el "Brasil permanente", esa compleja estructura de poder que incluye a los sectores empresarios, en particular la dinámica franja de los agronegocios, el movimiento evangélico y las Fuerzas Armadas, que constituyeron el triángulo que sostuvo a Bolsonaro, garantizará la profundización de ese "giro al centro" impulsado por Lula en su campaña proselitista con la nominación para la vicepresidencia de una personalidad conservadora como Geraldo Alckmin, la incorporación de figuras "ortodoxas" a su equipo económico y su acuerdo con el expresidente Fernando Henrique Cardoso.

Ese rumbo acuerdista defraudará seguramente las expectativas del ala izquierda del Partido de los Trabajadores y de muchos de sus admiradores en la región. Pero estará en línea con el discurso de unidad que pronunció la noche de su victoria: "Gobernaré para 215 millones de brasileños y no solo para los que me votaron. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación". Tendrá que demostrarlo en los hechos.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

 

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