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¿Todos los caminos conducen a China?

Martes, 15 de febrero de 2022 00:00
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En el apogeo del Imperio Romano, habitualmente considerado como el primero verdaderamente global de la historia, se popularizó el adagio "todos los caminos conducen a Roma". En su libro "El sueño asiático de China: la construcción del imperio a través de la nueva ruta de la seda", el experto británico Tom Miller empleó esa analogía para definir el objetivo estratégico de la "Iniciativa de la Franja y la Ruta", lanzada en 2013 por el presidente Xi Jinping: "Mediante una mejor conectividad, crear una red comercial que haga que todos los caminos lleven a China".

En la retórica diplomática de Beijing, se trata de construir "una arquitectura de cooperación económica regional abierta, inclusiva y equilibrada que beneficia a todos". A tal fin, enfatiza cinco puntos que tendrían que cumplimentar todos los países participantes: el fortalecimiento de la cooperación económica con los otros socios, el mejoramiento de la conectividad de sus respectivas infraestructuras, el incentivo a la inversión y el intercambio comercial, el aliento a la integración financiera y la promoción de los vínculos personales entre los ciudadanos.

A la legendaria ruta terrestre original, rebautizada como "Cinturón Económico de la Ruta de la Seda", Beijing sumó esta vez una vía marítima, denominada "Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI", para adentrarse en África, y otra transoceánica, para vincularse con América Latina y establecer una vía ferroviaria para conectar el Océano Atlántico con el Océano Pacífico. Por las rutas donde hace siglos se comercializaban especies, té, seda, porcelana, oro y plata, en el futuro circularán trenes de alta velocidad con vagones de carga, petróleo y gas (a través de gigantescos oleoductos y gasoductos) y navíos que transportarán todo tipo de mercaderías.

Las conexiones previstas para 2030 pretenden incluir a países que albergan al 65% de la población mundial, generan un 55% del producto bruto global y concentran un 70% de las reservas de energía conocidas. La inversión total estimada es de nada menos que 8,2 billones de dólares, una cifra inédita en la historia de la economía mundial. A modo comparativo, cabe acotar que el "Plan Marshall" motorizado por Estados Unidos para la reconstrucción de Europa después de la segunda guerra mundial costó, a valores actualizados,130.000 millones de dólares, o sea aproximadamente seis veces menos.

Un estudio publicado en enero de este año por la Universidad de Fudan, ubicada en Shangai y una de las más prestigiosas de China, consigna que en 2021 el proyecto inyectó inversiones y créditos por 59.500 millones de dólares, compuestos por 13.900 millones para inversiones y 45.600 millones de créditos donde China juega un rol clave, a través del Banco Asiático de Inversiones, con sede en Beijing, erigido en una alternativa al Banco Mundial. Ese volumen fue apenas inferior al volcado en 2020, cuando alcanzó 60.500 millones de dólares.

China no es autosuficiente en energía, minerales y alimentos y tiene que importar enormes cantidades para abastecer a su aparato productivo y su población de 1.450 millones de habitantes. Esos créditos e inversiones están guiados por la necesidad de garantizarse ese aprovisionamiento.

De allí que, hasta ahora, la obra de mayor envergadura haya sido el corredor vial y el puerto de Gwadar en Pakistán (uno de los principales aliados de Beijing), cuya salida al Océano Indico operaría como opción al Océano Pacífico si alguna crisis internacional amenazase estrangular esos suministros vitales. Pero si en un principio la prioridad fue la región euroasiática, en 2021 cobraron mayor relevancia África y Medio Oriente, en especial Irak.

La profecía de Napoleón

Para mayor preocupación de Estados Unidos, los chinos incorporaron a la iniciativa la dimensión de la conectividad digital. Esto implica multiplicar la expansión del coloso de telefonía Huawei en la tecnología 5-G en el arco de países adheridos. Washington considera que esta cuestión es el eje decisivo en la disputa por la supremacía global en el plano tecnológico, que a largo plazo es sinónimo de la superioridad militar. Para el Pentágono, el avance de Huawei implica el riesgo del espionaje chino en el sistema de comunicaciones de los países que acepten su incorporación.

Con la adhesión argentina, el proyecto incluye hoy a 145 países entre los 192 que integran las Naciones Unidas. Cada adherente firma un "Memorándum de Entendimiento" que especifica las áreas involucradas, las formas de cooperación, la fecha de entrada en vigencia del acuerdo y también los tribunales que revisarán los eventuales conflictos de interpretación de las cláusulas del convenio.

Italia es el único país del G-7 que suscribió el proyecto, que cuenta con el apoyo de otros doce de los 28 socios de la Unión Europea: Portugal, Grecia, Bulgaria, Hungría, República Checa, Estonia, Croacia, Malta, Lituania, Estonia, Eslovaquia y Eslovenia.

La iniciativa abarca también a 19 países de los 33 que integran la Comunidad Económica de Latinoamérica y el Caribe (Celac). La lista latinoamericana está integrada por Panamá, Chile, Perú, Ecuador, Uruguay, Bolivia, Costa Rica, El Salvador, Venezuela, Cuba y Argentina. Los caribeños son Trinidad y Tobago, Dominica, Granada, Antigua y Barbudas, Jamaica, Surinam, Barbados y Guyana.

En este escenario regional se avizora una puja geopolítica con EEUU. 

En su condición de primera potencia comercial mundial, China está interesada en asegurarse la libre navegación por las conexiones bioceánicas. Por tal motivo, busca participar en el control del istmo centroamericano, sea a través de un acuerdo con Panamá, que fue el primer país latinoamericano en adherir al proyecto, para asociarse en la administración del canal, o mediante la construcción de una vía marítima alternativa a través de Nicaragua, con la que acaba de establecer relaciones diplomáticas e intensos vínculos políticos. Demás está decir que la intervención china en el control de ese paso del tráfico comercial interoceánico sería un desafío estratégico para Washington. En Occidente, el diagrama de la iniciativa de Beijing evoca la construcción del imperio británico en su época de esplendor, cuando Londres priorizó el establecimiento de una amplia red mundial de infraestructura que involucraba el control de la navegación marítima, los puertos y las vías férreas como instrumentos indispensables para satisfacer su necesidad de importar materias primas y exportar productos manufacturados. Pero los chinos recuerdan otro antecedente, más próximo a su historia: durante siglos la Ruta de la Seda fue el epicentro del intercambio comercial entre China y Europa, que en aquel entonces significaba “entre Oriente y Occidente”. 

En esa época, signada por su “espléndido aislamiento”, el “Imperio del Medio” era la primera potencia económica global, lugar que perdió recién a principios del siglo XIX con el ascenso de Gran Bretaña, motorizado por la Primera Revolución Industrial. 

En aquel momento, Napoleón profetizó: “China es un gigante dormido. Dejadlo dormir, porque cuando despierte el mundo temblará”. Dos siglos más tarde, en plena Cuarta Revolución Industrial, los chinos ya están cerca de superar a Estados Unidos en el tamaño de su economía. La diferencia reside en que en esta era de la globalización ese liderazgo económico les exige una presencia protagónica en el escenario mundial. La Iniciativa de la Franja y de la Ruta expresa esa necesidad. Napoleón tenía razón.

 * Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.

 

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