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Ucrania: la OTAN en su laberinto

Martes, 22 de febrero de 2022 00:00
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El conflicto de Ucrania patentiza las mutaciones que experimenta el mapa geopolítico mundial y los desafíos que ese reacomodamiento genera para todos sus protagonistas, pero en particular para sus dos actores principales: Estados Unidos y China.

La controversia entre la OTAN y Rusia solo tiene asidero en función del acercamiento entre Moscú y Beijing. Porque, aisladamente, Rusia carece hoy de suficiente relevancia. Solo la irrupción de un polo euroasiático puede ser visualizada como una amenaza para la alianza occidental.

La preocupación en la opinión pública occidental aumentó con el contenido de la declaración conjunta suscripta el 4 de febrero en Beijing entre el presidente chino Xi Jinping y su colega ruso, Vladimir Putin. El documento consigna que "las nuevas relaciones entre Rusia y China son superiores a las alianzas políticas y militares de la era de la Guerra Fría. La amistad entre los dos estados no tiene límites; no hay áreas prohibidas de cooperación". En obvia referencia a la crisis ucraniana, señala que ambos países "se oponen a la ampliación de la OTAN". El texto agrega que Rusia "reafirma su apoyo al principio de una China", subraya que "Taiwán es una parte inalienable China" y rechaza "cualquier forma de independencia de Taiwán".

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, destacó que "por primera vez China se une a Rusia en su petición a la OTAN de que no se admitan a nuevos miembros". Por su parte, el presidente estadounidense Joe Biden, quien con su proyecto de creación de la "Alianza de las Democracias" contribuyó al acercamiento entre Moscú y Beijing pero que hasta ahora en sus declaraciones públicas insistía en tratar a Rusia y a China por separado, esta vez subrayó que "es necesario prevenir cualquier intento de Rusia de extenderse a Europa porque eso coincidiría con los planeamientos de China".

La agenda de esa "reunión cumbre" entre ambos presidentes contribuyó a incentivar el recelo de la alianza atlántica. La declaración conjunta remarca potenciales conflictos con Estados Unidos. Puntualiza que los dos países se mantendrán "muy alertas" sobre el "impacto negativo que "para la paz y la estabilidad de la región" representa el Comando Indo-Pacífico de las Fuerzas Armadas estadounidenses, con sede en Hawai. También se manifiestan "seriamente preocupadas" por la alianza estratégica militar entre Estados Unidos, el Reino Unido y Australia (AUKUS por su sigla en inglés).

Los acuerdos bilaterales incluyen la intensificación de la integración económica mediante una profundización de la "declaración conjunta sobre la construcción de la franja económica de la Ruta de la Seda y la construcción de la Unión Económica Euroasiática", orientada a complementar los dos megaproyectos de expansión internacional de China y de Rusia, respectivamente. También se acordó incrementar la cooperación binacional para promover "el desarrollo sostenible" del Ártico, potenciar la Asociación de Naciones de Asia Suroriental (Asean) y expandir la esfera de acción del grupo Brics, conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.

Donde Beijing y Moscú mostraron estrategias diferenciadas fue en la explotación pública de estos acuerdos. Alexandr Dugin, un intelectual nacionalista ruso al que algunos consideran uno de los ideólogos más destacados del Kremlin, salió inmediatamente a proclamar que la visita de Putin a Beijing marcó el nacimiento de un bloque emergente entre "el gran espacio chino y el proyecto euroasiático", y una derrota del "liberalismo global y la hegemonía occidental". Los chinos fueron más cautelosos: en su interpretación, su entendimiento con Rusia no apunta a forjar un bloque antioccidental sino a promover una multipolaridad que sustituya a la hegemonía estadounidense en la estructura del poder mundial.

Conflicto y cooperación

Estas líneas de confrontación geopolítica colisionan con la tendencia estructural a la aceleración del proceso de globalización de la economía, en la que China desempeña un rol cada vez más protagónico. China es la primera potencia comercial mundial. En 2021, el intercambio global de China, sumando importaciones e importaciones, trepó a los 6,1 billones de dólares, lo que significó un aumento del 32% en relación al año anterior. Junto a Estados Unidos, China es también una de las dos grandes fuentes de inversión extranjera directa a escala global. Esta condición incluye a las inversiones de las corporaciones estadounidenses en China y también a las inversiones chinas en Estados Unidos.

A pesar de la competencia estratégica por el liderazgo mundial, los vínculos comerciales entre ambas superpotencias aumentan en vez de disminuir. En 2021, el intercambio entre Estados Unidos y China alcanzó los 750.000 millones de dólares, un 20% más que en 2020 y un récord absoluto en la historia del comercio mundial. En ese intercambio sobresale la adquisición por China de energía estadounidense. Sinopec, la principal empresa petrolera del coloso asiático, acordó comprar a Estados Unidos cuatro millones de toneladas anuales de gas líquido (LNG) en las próximas dos décadas. China se convirtió en la principal importadora de gas norteamericano en el mundo, lo que la torna dependiente de su rival en un 30% de su demanda.

Un fenómeno similar ocurre entre Rusia y los principales países de la Unión Europea, en especial Alemania, Francia e Italia.

Rusia es la primera productora y exportadora mundial de energía, con reservas netas superiores a las de Arabia Saudita y Qatar combinadas. Pero en 2021 más del 35% de la producción energética rusa fue realizada por las empresas trasnacionales europeas, en primer lugar la francesa Total. En ese lapso, la inversión extranjera directa de las compañías europeas en Rusia superó los 65.000 millones de dólares.

Al mismo tiempo, las relaciones económicas entre Rusia y China son cada vez más intensas, sobre todo precisamente en el rubro energético. 

China es la primera importadora mundial de energía. Actualmente hay tres gasoductos que transportan el combustible ruso a los grandes centros de consumo chinos y en los próximos cinco años se inaugurará un cuarto, que se extenderá a lo largo de 4.500 kilómetros. Ese proceso de interconexión energética demanda enormes inversiones en infraestructura y logística en las que participan activamente las grandes empresas europeas.

Esta creciente interdependencia económica coexiste con la intensificación de la puja geopolítica. Entre esos dos parámetros gira hoy la política mundial. La lucha por la hegemonía no puede obviar el hecho de que la peor catástrofe que le podría ocurrir a Estados Unidos sería un colapso económico en China y que, a la inversa, lo peor que le podría suceder a China sería una debacle de la economía estadounidense. 

Esta singular paradoja refleja el problema central de la época: la contradicción entre los cambios económicos generados por la aceleración del ritmo de la globalización, en un proceso irreversible motorizado por la revolución tecnológica, y la subsistencia a escala mundial de una arquitectura político - institucional previa a esta transformación. Esa arquitectura incluye un sistema de seguridad global que entre sus pilares fundamentales tiene a la OTAN. El G-20, erigido hoy por encima de las Naciones Unidas como la plataforma más importante de la gobernabilidad mundial, tiene allí su mayor desafío, aunque su resolución requiera un previo acuerdo en su “mesa chica”, ese “G-2” informal integrado por Estados Unidos y China. 

* Vicepresidente de Instituto de Planeamiento Estratégico
 

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