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Colombia: ¿salto al vacío?

Jueves, 31 de marzo de 2022 01:54
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Algunos analistas, periodistas, consultores, políticos y ciudadanos iberoamericanos mantienen miradas edulcoradas sobre Colombia y especialmente respecto a las gestiones de Álvaro Uribe e Iván Duque, así como del rol del uribismo al que definen erróneamente como liberal.

Conservadores, liberales y libertarios afirman, siempre desde afuera, que la colombiana es una democracia plena gracias al uribismo. Exhiben a esa agrupación política como guardiana y garante de la democracia, del Estado de derecho y de la Constitución en las últimas dos décadas. Estas lecturas no se corresponden en estricto sentido con la realidad colombiana. En los hechos (el ascenso de la izquierda populista, la elevada impopularidad del presidente Duque y del expresidente Uribe), están las claves para medir el éxito de la gestión del Centro Democrático.

Decir que la de Duque ha sido una gestión descafeinada es hacer una valoración generosa: la cooptación de los organismos de control por parte del gobierno ha sido innegable y grosera; súmense la represión y la arbitrariedad policial durante las protestas sociales que en la práctica fueron respaldadas por el mandatario; las formas del gobierno de Duque para gestionar la crisis social, eventos inaceptables bajo los parámetros de un Estado de derecho, el cruzar las líneas entre un marcado énfasis en la autoridad y el autoritarismo en diferentes ocasiones, permiten hablar sin complejos de una democracia deficitaria. Pero, incluso así, ni antes ni ahora, hubo un escenario de ruptura del orden constitucional y democrático como vaticinó el senador izquierdista y candidato presidencial Gustavo Petro.

 

Ocurre también que, en la orilla contraria, hay actores que inequívocamente han apostado a cuánto peor, mejor. Gustavo Petro y sus huestes pescan en la exacerbación de los ánimos y en la polarización del país. Desde hace más de un año pregonan que habrá un golpe de Estado y un fraude para impedir el traspaso del poder (o el acceso al trono) del líder populista. Esta estrategia ha rendido frutos para deslegitimar las instituciones y el sistema político colombiano y expandir su fe.

La estrategia petrista no es nueva, pero es efectiva. El uribismo hizo lo mismo en 2018. Entre otras cosas, los uribistas afirmaron entonces que el gobierno de Juan Manuel Santos no permitiría la celebración de elecciones. Para el récord: hubo elecciones, reglas de juego y hoy gobierna el uribismo. No es casualidad que a la izquierda populista y a la derecha más reaccionaria les estorbe la Constitución desde hace años y pretendan, ­destruir para crear!, hacer una nueva carta política a imagen y semejanza de sus deseos. El maniqueísmo y el mesianismo que exhiben estos liderazgos populistas, de izquierda y de derecha, poco ayudan al fortalecimiento de la democracia y de las instituciones colombianas.

Por otra parte, el petrismo hoy, como en la década anterior hiciera el uribismo, viene instalando con éxito una suerte de fe que se torna fanática, tóxica y polarizante. El profeta hoy es Petro; ayer, fue Uribe. Cada uno a su manera se ha sentido mesías y redentor. Los fieles de estos dos personajes han vivido y seguido con religiosidad a sus mesías y están convencidos de enarbolar la lucha del bien contra el mal, no admiten tibiezas, cuestionamientos, dudas, se han erigido como portadores y dueños de la verdad y de la Historia.

Esto lleva a escarbar en otra cuestión que tiene que ver con la secularización tardía de la sociedad y de la política colombianas, aunque desde la década de 1990 el Estado colombiano es formalmente laico, este no es un país que desborde modernidad, racionalidad, civilidad y ciudadanía constitucional. La derecha uribista, como cabe esperar, ha sido refractaria, reaccionaria y muchas veces impermeable a ese sistema de valores. Por el lado de la izquierda, autodenominada progresista, lo que muestra en sus manifestaciones es la carga y el simbolismo de las liturgias religiosas. De hecho, el mesianismo, el populismo y la megalomanía presentes y evidentes en Gustavo Petro, advierten la continuidad de las constantes vitales de la tradición populista latinoamericana.

Petro está siendo muy hábil para instrumentalizar la fe de esa Colombia creyente, cansada y ansiosa de redención, lo hace con fines políticos y electorales, pero, además, el candidato no oculta, no niega, que su sistema de valores está imbuido de elementos religiosos más que de ideas modernas y liberales.

Las elecciones

Tras las elecciones primarias del pasado 13 de marzo, día en que también se celebraron comicios legislativos, hay tres candidaturas definitivas (izquierda, centro izquierda y derecha) que van a enfrentarse en la primera vuelta presidencial a celebrarse el próximo 29 de mayo. Los candidatos de la izquierda y de la derecha puntean en las encuestas. La ventaja clara, pero no concluyente, la tiene Gustavo Petro.

Cuatro años atrás, en las primarias de marzo de 2018, Gustavo Petro fue a la consulta con Carlos Caicedo y se impuso como candidato de la izquierda con 2,8 millones de votos. Aunque esa fue una votación histórica para un candidato de izquierda, no superó al ganador de la consulta de la derecha. Ese día, Iván Duque, actual presidente de la república de Colombia, obtuvo 4 millones de votos. En los comicios presidenciales de ese año, Petro obtuvo 4,8 millones de votos y pasó al ballotage donde se enfrentó con Duque.

En la segunda vuelta, Petro perdió con 8 millones de votos, frente a los 10,3 que obtuvo el candidato del Centro Democrático. 
 El 13 de marzo, la coalición de izquierda, Pacto Histórico, sumó un total de 5.818.375 votos, siendo el senador Gustavo Petro quien se impuso como candidato de la izquierda con 4.495.831. La coalición de derecha, Equipo por Colombia, sumó un total de 4.145.691. Fue el exacalde de Medellín, Federico Gutiérrez, quien logró imponerse con 2.161.686 votos. El Centro Democrático no participó en la consulta, pero el candidato de esa colectividad, tras conocer los resultados, declinó participar en la elección presidencial y optó por apoyar a Gutiérrez. La coalición de centro izquierda, Centro Esperanza, fue la menos votada con un total de 2.287.603 votos, siendo el exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, quien se convirtió en el candidato de esa convergencia con 723.475 votos. 
Esa noche Petro afirmó que puede ganar en primera vuelta. El candidato emana un aire triunfalista desde hace más de un año, sin embargo, no parece que vaya a imponerse en primera vuelta. Sí es una realidad que será Petro quien se enfrente o con Gutiérrez o con Fajardo en el ballotage de junio. Petro prefiere ir a la segunda vuelta con Gutiérrez porque en ese escenario tendría más opción de vencer.
Todavía restan dos meses para el primer round y la izquierda buscará seguir capitalizando la enorme impopularidad del presidente Iván Duque. Federico Gutiérrez, el candidato de la derecha, no lo tendrá fácil pues debe marcar diferencias respecto a Duque y al partido del mandatario. Aunque está claro que necesita los votos del uribismo, también es evidente el creciente agotamiento de amplios sectores del país con esa agrupación política y con su líder natural el expresidente Álvaro Uribe. Al centro, que es en realidad centro izquierda, se le cuestiona con razón por la falta de estrategia y de sentido común al optar por correrse del centro hacia la izquierda, poco hizo y poco hace por atraer a los votantes de centro derecha, pareciera que se esfuerza en sumar para Gustavo Petro, el candidato indiscutible de la izquierda.
 

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