inicia sesión o regístrate.
La invasión de Rusia contra Ucrania es un hecho de guerra, cuyo objetivo es mantener a ese país, una nación independiente, bajo el control de Moscú y lejos de la democracia, las libertades y los valores de Occidente.
El líder ruso Vladimir Putin, formado en los servicios de inteligencia soviéticos y heredero de la cosmovisión de los zares, planteó el ataque a Ucrania apelando a criterios históricos inspirados en la idea de la antigua “Rus”.
Putin apela, de ese modo, a una visión étnica y cultural que se parece mucho a los argumentos que, hace un siglo, desarrollaron Adolph Hitler y los intelectuales nazis para fundamentar las sucesivas invasiones a sus vecinos europeos en la restauración de la (imaginaria) cultura aria.
La guerra cultural
El domingo, el patriarca ortodoxo de Moscú, Kiril, en una homilía, consideró a la invasión como una guerra justa contra los intentos de la Unión Europea que, según él, quiere imponer la corrupción total de valores cristianos.
“Para entrar en el club de esos países, es necesario celebrar un desfile del orgullo gay. Y sabemos cómo la gente se resiste a estas demandas y cómo esta resistencia es reprimida por la fuerza” (en referencia a las poblaciones rusófonas de Donetsk y Lugansk, que Putín ya declaró como repúblicas independientes de Kiev). “Esto significa que se trata de imponer por la fuerza un pecado condenado por la ley de Dios” fue una de las frases - no desmentidas - del religioso cuya voz inspira y expresa el pensamiento de autócrata ruso. “Si la humanidad acepta que el pecado es una de las opciones de comportamiento humano, entonces la civilización humana terminará ahí”, sentenció.
El argumento de la amenaza
Cuando Putin trata de fundamentar su “operación especial”, como llama a la invasión, invoca también la amenaza que para la seguridad de su país representa una Ucrania incorporada a la Unión Europea. “Estados Unidos ha puesto misiles en nuestra frontera”, dijo antes de la invasión.
La decisión de invadir Ucrania es muy anterior a la ayuda militar que ese país recibió en los últimos meses. Por otra parte, resulta sumamente improbable que Estados Unidos y la OTAN pretendan desencadenar una guerra con Rusia. El poder de destrucción que tienen las armas nucleares sigue siendo una amenaza para el mundo. Todas las pesadillas descritas en el Apocalipsis como el Armagedon, o fin del mundo, o las que parece prometer el cambio climático se precipitarían en pocas horas.
Por otra parte, cualquier guerra generalizada arrasaría con Europa. Provocar a Putin, los saben los comandos militares de todo el mundo, puede liberar una escalada de violencia cuyos límites son impredecibles. El presidente ruso no tiene quién limite su poder dentro del territorio ni del gobierno.
Tampoco se sabe si realmente conoce los límites a los que puede atreverse a traspasar fuera de Rusia. Moldavia, Letonia, Lituania, Finlandia y Suecia también forman parte de las naciones a las que puede pretender incorporar bajo su órbita.
La guerra ya está instalada. Su desenlace más previsible, una rendición de Ucrania que se resigne a perder Donetsk, Lugansk y Crimea; que decline sus aspiraciones a pertenecer a la Unión Europea y el reemplazo de Volodímir Zelenski por un presidente títere, como el bielorruso Aleksandr Lukashenko. ¿Tolerará Ucrania esa humillación?
El rostro del horror
Hoy el mundo es testigo de una guerra cuyas imágenes vuelan en tiempo real a través de los celulares. La relación de fuerzas es absolutamente asimétrica. El coraje patriótico no alcanza frente al poderío de un ejército que destruye ciudades y mata miles de civiles.
Esas imágenes evocan a la colección Los desastres de la guerra, una serie de 82 grabados de Francisco de Goya realizada entre los años 1810 y 1810, para reflejar la Guerra de la Independencia Española contra la Francia de Napoleón. El artista no mostró la versión épica y heroica que oculta la muerte, el dolor y la deshumanización. Mostró a la guerra como lo que es: una catástrofe.
Esta guerra ya es una catástrofe. Los simpatizantes de Putin en el mundo invocan la autoridad de Henry Kissinger, quien desde la implosión soviética aconsejaba a la OTAN dejar a Ucrania como un “colchón”, al igual que Finlandia, para no irritar a Rusia. La realidad es que Occidente, hoy amenazado, debe hacer una autocrítica. Es cierto que Ucrania tiene todo el derecho de un país independiente y autodeterminado decidir sobre si pertenecer o no a Europa. Es bastante razonable que un ucraniano prefiera vivir como un alemán, un francés o un español que como un ruso. Porque Rusia, siendo el país con mayor territorio del mundo, tienen un ingreso per capita comparable al de un país emergente. China también, pero con una población diez veces mayor y un poderío industrial y tecnológico que le permiten competir con el propio EE.UU.
Sin embargo, Rusia es una amenaza, porque Europa depende de su gas y de su petróleo. Los líderes europeos nunca vieron - o si lo vieron, no lo evaluaron, que si para Putin, la vecindad de la UE es un riesgo, los europeos deberían prepararse para una “guerra preventiva” lanzada por Rusia.
Porque de guerras preventivas, el mundo sabe desde hace tiempo, siempre encuentran pretextos. Eso pensó Kissinger, y Afganistan e Irak están frescas en nuestra memoria. Frescas como los “Desastres de la guerra” de Goya.