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Las implicancias religiosas de la guerra de Ucrania

Viernes, 15 de abril de 2022 02:25
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La guerra de Ucrania tiene una dimensión religiosa que por su carácter subterráneo suele omitirse en los análisis políticos. En Rusia, la Iglesia Ortodoxa es la columna vertebral del "putinismo", que proclama una reivindicación de los valores cristianos frente a lo que califica como una "traición de Occidente", al que estima culturalmente ganado por el "progresismo". Vladimir Putin pretende erigirse en la encarnación política de esos valores tradicionales. Su prédica rechaza enérgicamente la legalización del aborto y del matrimonio igualitario. El Patriarca Kirill, jefe de los rusos ortodoxos, es un férreo aliado del Kremlin. Para avalar la intervención militar, argumentó que el gobierno de Volodímir Zelensky autorizó los "desfiles gay", una práctica que estima literalmente diabólica. Kirill interpretó la invasión como una "lucha metafísica", una suerte de "guerra santa", caracterización que tornaría difícil justificar cualquier acuerdo de paz con un bando condenado por "hereje".

En Ucrania la cuestión religiosa también representa una fuente de controversia. Ya en 1992, apenas disuelta la Unión Soviética y organizado el país, por primera vez en su historia, como un estado independiente, surgió una Iglesia Ortodoxa de Ucrania, separada de Moscú, que no fue reconocida por el Patriarcado de Constantinopla, históricamente considerado el "primero entre iguales" por los otros catorce patriarcados autocéfalos que configuran la cofradía ortodoxa a nivel global. Esa comunidad nuclea a más de 300 millones de creyentes pero tiene su mayor base de sustentación en Rusia, donde cuenta con 140 millones de fieles y una decisiva influencia política. Después de Rusia y Etiopía, Ucrania es la tercera comunidad ortodoxa del mundo. Los disidentes lograron el apoyo de un tercio de las parroquias pero de un porcentaje mayoritario de los fieles.

Esa anormalidad se prolongó durante veintidós años, hasta que en 2014 Putin materializó la anexión de Crimea y prohijó la proclamación de las repúblicas independientes pro-rusas de Donetsk y Lugansk. Dicha crisis, que desencadenó una ola de sanciones económicas occidentales contra Rusia, impulsó un giro en los acontecimientos. Bartolomé I, el Patriarca de Constantinopla, reconoció a la escisión ucraniana como una nueva iglesia autocéfala. A tal efecto, en un acto sin precedentes celebrado en Estambul (la antigua Constantinopla), el Patriarca recibió al arzobispo Epifanio, jefe de la iglesia disidente, y al entonces presidente ucraniano, Petró Poroshenko. Para reforzar la significación política del hecho, Bartolomé no entregó esa documentación a Epifanio sino al propio Poroshenko, quien fuera de todo protocolo señaló que esa decisión ayudaba a la lucha de su país para "ingresar a la Unión Europea y a la OTAN".

La determinación de Bartolomé I generó una indignada respuesta de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Kirill rompió relaciones con el Patriarcado de Constantinopla. El mundo ortodoxo se precipitó en un conflictivo escenario que evoca al "gran cisma" de la cristiandad, registrado en 1054, cuando precisamente el Patriarca de Constantinopla, una ciudad que era entonces la capital del Imperio Romano de Oriente, desconoció la autoridad del Papa. De inmediato, el canciller ruso, Sergio Lavrov, acusó a las potencias occidentales de "financiar al Patriarcado de Constantinopla".

La llama de Vladimir

La correlación entre el poder político y la autoridad religiosa, exhibida tanto en Rusia como en Ucrania, está en la génesis de la rama ortodoxa del cristianismo. El origen del "Gran Cisma" fue la voluntad del imperio bizantino de emanciparse de la tutela eclesiástica de Roma. La ortodoxia cristiana nació como un arma política del imperio y ese signo determinó su historia posterior. En Rusia, durante más de nueve siglos, la Iglesia Ortodoxa fue, a la vez, protectora y protegida del zarismo y durante la era comunista permaneció en las sombras, sin oponerse al régimen. Tras la desaparición de la Unión Soviética, y sobre todo con el ascenso de Putin, retornó esa simbiosis con el poder temporal interrumpida en el período bolchevique, expresada hoy por el Patriarca Kirill. De allí que los católicos estigmaticen a la confesión ortodoxa como un "césaro-papismo".

Resultaría ingenuo subestimar la vigencia de esta tradición cultural. No es casual que Vladimir, un nombre que comparten Putin, un antiguo oficial de inteligencia del régimen comunista, Zelensky, un líder político de confesión judía, y el propio Lenin, fundador de la Unión Soviética, haya sido originariamente el monarca del principado de Kiev que en 988 se convirtió al cristianismo e impulsó la evangelización de los pueblos del gigantesco territorio que conformó el imperio zarista y después la Unión Soviética. La historia y la cultura de Rusia y de Ucrania están íntimamente entrelazadas desde su nacimiento con el cristianismo ortodoxo. Kirill llegó a proclamar que para los cristianos ortodoxos Kiev es comparable con Jerusalén.

Pero esta característica intrínseca del credo ortodoxo juega en Ucrania contra el Patriarcado de Moscú. La nueva iglesia ucraniana, bendecida por el Patriarcado de Constantinopla, cosecha el creciente respaldo de la población. Más aún: dentro de la propia rama moscovita empezaron a oírse críticas a la invasión rusa. Onufriy Berezovsky, el obispo metropolitano de Kiev que responde al Patriarca Kirill, condenó la intervención y pidió a Putin poner fin a la "guerra fratricida". En muchas de sus parroquias se abandonó la tradición de rezar por el Patriarca Kirill. La agencia española EFE informó que en la ciudad de Odesa, en la emblemática iglesia de San Miguel Arcángel, de obediencia moscovita, la abadesa Seraphima (mitad rusa y mitad ucraniana) afirmó que "Putin decía antes de la guerra que protegería a la gente del Patriarcado de Moscú en Ucrania, pero el resultado ahora es todo lo contrario, ya que muchas iglesias que pertenecen a Moscú han sido destruidas". Hay indicios de una "fuga de parroquias" hacia la iglesia ucraniana.

Diferencias

A diferencia de la Iglesia Católica, que desde hace más de medio siglo experimenta un proceso de "aggiornamiento" impulsado por el Concilio Vaticano II, el cristianismo ortodoxo está más aferrado a los viejos dogmas y cultiva un respeto riguroso por las jerarquías. Por eso los cuestionamientos surgidos desde los fieles ucranianos tienen como destinatario a Putin y no al Patriarca Kirill, a quien sus críticos intentan disculpar por considerarlo un virtual prisionero político del Kremlin. Pero llamó todavía más la atención un documento titulado "Sacerdotes rusos por la paz", suscripto por 236 clérigos ortodoxos, que pidieron un "alto el fuego inmediato" en Ucrania. Un gesto mucho más contundente correspondió a la parroquia San Nicolás de Mira, de Amsterdam, conformada por fieles de la comunidad ortodoxa rusa en la capital holandesa, que anunciaron su ruptura con Moscú y solicitaron su adscripción al Patriarcado de Constantinopla. Es la primera vez que una parroquia de Occidente asume semejante iniciativa.

Estos signos de disenso, inéditos en la Iglesia Ortodoxa, aunque todavía incipientes, permiten alimentar la hipótesis de que en el futuro Kirill podría verse inducido a morigerar sus posturas belicistas para prevenir mayores expresiones de descontento dentro de su propia feligresía. Si así ocurriera, Putin tendría que acelerar la búsqueda de un acuerdo de paz.

 

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