inicia sesión o regístrate.
En mi opinión, el lenguaje ya es inclusivo tal como está. La exclusión no la causan las palabras, sino el uso malintencionado de las mismas. No es lo mismo.
¿Qué hace que sea más inclusivo decir, por ejemplo, vicepresidenta, intendenta, bonaerensa, equipa, albañila o naveganta; sin reconocer que hablando así sólo caemos en un grosero error cuando no en una lisa y llana estupidez?
No se es machista por hablar de "mundo" tanto como no se es más feminista por usar la palabra "tierra". Está igual de bien hablar de "hombre" como de "persona", y ambos términos se refieren a todo ser humano, sin que el género entre en duda ni sea parte de la cuestión. Es tan correcto hablar de ciudadano como de ciudadanía, y ambas palabras incluyen al mismo universo. No se es excluyente por hablar de estudiantes, de la misma manera que no se es más inclusivo por usar el erróneo estudiantas.
La Academia Nacional de Educación se pronunció al respecto con un fuerte rechazo a la pretensión igualitaria de este neolenguaje: "Los estilos inclusivos no contribuyen a señalar la igualdad de los sexos, sino que, por el contrario, sugieren la existencia de una rivalidad y no de un encuentro fundamental y profundo entre ambos". Para pensar, ¿no?
El escritor Arturo Pérez Reverte dijo que el lenguaje exclusivo es "una estupidez" mientras que Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, lo calificó directamente de "aberración". Quizás ellos sean tan reaccionarios, machirulos y conservadores como yo.
De nuevo, en mi opinión, hay cierta verdad en esas calificaciones. La x no es una vocal; la @ tampoco. Y el uso extensivo de la letra e en todo adjetivo, verbo o sustantivo -sin ton ni son- nos lleva a barbarismos que solo logran hacer más difícil la comprensión de lo que se busca decir.
En un país donde una planta industrial, Toyota, no pudo cubrir puestos de trabajo porque los alumnos que se presentaron para cubrir esas vacantes no eran capaces de comprender el texto que leían; esto no ayuda en nada. Así como está concebido, el lenguaje inclusivo al final del día termina ayudando a ser una herramienta de exclusión. Qué rara que resulta una inclusión que ayuda a excluir a aquellos a los que pretende incluir.
La incorrección correcta
La instauración de un pensamiento hegemónico -un pensamiento único-, requiere de herramientas para su instrumentación; tanto como necesita de diversas "policías" para su sostén y mantenimiento.
Por ejemplo, el pensamiento "políticamente correcto" es una de estas herramientas. Un corsé preciso y asfixiante que busca establecer -de manera unilateral y autoritaria- qué está bien decir y cómo hay que decirlo. Y qué no.
No nos confundamos; no defiendo el decir cualquier cosa ni el hacerlo de cualquier manera.
Por el contrario, el respeto al otro, la rendición ante la diversidad; la humildad ante ideas distintas -aún en un debate y por más acalorado que este sea-; son la base para la construcción de cualquier sociedad sana. La falta de debate y la mala comunicación enferman a las personas y a las sociedades.
Pero también creo que hay que tener la dosis necesaria de incorrección política y social. El coraje suficiente como para tratar de desentrañar si de veras creemos que los problemas creados por la realidad y por nuestras acciones cada vez más torpes e inconducentes pueden ser resueltos por el mero artilugio de cambiar el lenguaje o si, en cambio, estamos usando el lenguaje para disfrazar la torpeza de nuestro accionar.
La cancelación salvaje
Nadie se detiene a pensar que la cancelación es una forma brutal de autoritarismo. De un salvajismo más propio del far west americano que de una sociedad civilizada. Se juzga y se dicta sentencia sin tribunales, sin pruebas ni contrapruebas, sin apelación; sin posibilidad de rectificación alguna si se hubiera caído en un error. Error que, por otro lado, jamás será admitido.
Se invierte el peso de la prueba y se transforma la base jurídica desde un correcto y justo "toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario", a un arbitrario y peligroso "se es culpable porque (me) ofende". No vendría nada mal que todos leyéramos el revelador libro de Caroline Fourest, "Generación ofendida. De la policía de la cultura a la policía del pensamiento".
En una era donde legiones de almas de cristal y ofendidos seriales ocupan todo su día en la infatigable búsqueda de "ofendedores" sobre los cuales descargar su pretendida superioridad moral; el miedo a la expresión sustituye a la expresión sin miedo. Y no decir algo, no hacer algo o no expresar lo que se piensa o lo que se siente, por miedo a esta cancelación -salvaje y brutal-, es autocensura, una de las formas más crueles de censura.
Herramienta de manipulación
El lenguaje cambia y muta por el uso del pueblo que lo habla; no por decisión de una elite minoritaria adoctrinadora ni de sus policías autoritarias. Menos un lenguaje que de manera muy selectiva solo busca cancelar lo que se le opone, mientras relativiza y reivindica lo que pretende hacer ver.
No por nada, en “1984”, George Orwell, al crear el neolenguaje, nos advierte sobre los peligros de su uso como herramienta de manipulación y de control social. Una manera de cambiar las percepciones sociales sobre la realidad. Sobre este neolenguaje se asienta toda “policía del lenguaje”; ese corpúsculo social que decide qué es correcto decir y cómo es correcto decirlo. Socia de la “policía del pensamiento”; la que pretende establecer qué es “pensar bien” y cómo hacerlo; y socia también de la “policía de la memoria”, otro corpúsculo social que decide qué debemos recordar y cómo debemos recordarlo. Que altera la historia para acomodarla al presente que más les conviene. Ya lo dijo el historiador español Santos Juliá -autor del libro “Elogio de historia en tiempos de memoria”- “cuando la política se mete con el pasado, hay que prestar atención porque pretende manipular el presente”. Y el futuro también, añadiría yo.
¿Cuánto falta para la creación de una “policía de la cultura” o de una revolución cultural a lo Mao? Por supuesto, en un tono grotesco y farsesco como corresponde a la repetición de una tragedia original, y acorde con nuestra cultura vernácula, donde todo adquiere tonos de farsa y de berretada intelectual. Una revolución cultural liderada por un L-Gante recitando un abecedario donde todas las letras quedaron reducidas a la letra E. Es cierto; es más fácil de aprender y recitar.
También es cierto que no es posible combatir el fundamentalismo, la perversión ideológica o el uso ideologizado del lenguaje con reglas gramaticales. No se combate un totalitarismo policial con reglas lingüísticas que pueden resultarles -a otros- igual de arbitrarias e igual de totalitarias. Se lo combate con sentido común y con sentimiento. Con empatía. Con humanidad.
Al agotar la inclusión en el género no buscamos ni conseguimos la inclusión de, por ejemplo, personas que pertenecen a distintos rangos del espectro autista; de personas con discapacidades motoras o intelectuales; de gente con percepciones audiovisuales o auditivas diferentes; entre muchas otras exclusiones. Buscamos “parecer” inclusivos por medio del uso exagerado, barbárico y grosero de la letra e; pero no “somos” inclusivos de verdad.
No de una manera real. Mucho menos genuina. Y, al cancelar al otro de opinión distinta -una ejecución mediática inapelable-, se cierra el círculo de la exclusión selectiva. Y de la inclusión selectiva también. Obvio.
Cuidar el lenguaje
T.S. Elliot, uno de los mayores poetas de la literatura dijo: “La poesía debería ayudar no solo a refinar el lenguaje de su tiempo, sino también a prevenir su cambio en uno que resulta demasiado rápido”. El trabajo de todo escritor es el mismo. Cuidarlo, refinarlo, preservarlo, sacarle brillo y lustre. Usarlo con precisión, con respeto y admiración. La palabra es la herramienta por antonomasia del lenguaje oral y escrito. Y el lenguaje es la base del pensamiento. Degradar el lenguaje es degradarnos a nosotros mismos.
El vocabulario permite las más altas meditaciones. Un mayor vocabulario permite el desarrollo de una mayor imaginación y la construcción de abstracciones más poderosas. Un menor vocabulario nos condena a un pensamiento cada vez más pobre; más limitado.
Pero quizás esto sea lo que se busque. Gente dócil, incapaz de desobedecer, incapaz de pensar por sí misma. Gente llena de necesidades angustiosas e imperantes que no pueda tener pensamientos mayores. El hambre, y la pobreza -económica e intelectual- como grandes reguladores sociales. Amenazantes imponedores de disciplina. Enormes herramientas que se vuelven en contra de la democracia usando resortes democráticos.
Antes de que sea demasiado tarde
Que la pobreza económica no nos quite la riqueza del lenguaje ni nos imposibilite el vuelo que nos da la cultura. Franz Kafka dijo “una jaula salió en busca de un pájaro”. No salgamos nosotros en busca de esa jaula.
No hay arma más efectiva contra el pensamiento único que la palabra y el debate; ni trinchera más formidable que la cultura.
Antes de que la sigan devaluando, confundiendo y mezclando. Antes de que nos quedemos sin vocabulario y sin forma de articular abstracciones y pensamientos. Antes de que nos volvamos opacos y meras repeticiones que solo ocupan espacio y consumen aire valioso.
Antes que la e nos tape la realidad y que la hoja no nos deje ver la rama; rama que nos tapa el árbol que nos impide ver el bosque.
Antes de que sea tarde, abracemos el único lenguaje inclusivo que debemos abrazar. Aquel en el que todo chico y toda persona de esta tierra, sea uno donde todos estén vestidos, crezcan en armonía y en paz, se alimenten, estudien, se desarrollen y vivan; libres de toda exclusión y de toda perversión ideológica.
Antes de que sea demasiado tarde.