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¿Quién ganó el debate? ¿La calculada y flemática estrategia de Sergio Massa? ¿O la defensa sin claudicaciones y a los ponchazos, pero sin técnica de Javier Milei?
Los analistas abordan la rústica controversia del domingo por la noche, que tuvo una audiencia comparable a la de un superclásico, desde la lectura del lenguaje gestual a la actitud de agresividad o contraofensiva de uno y otro de los contrincantes o la claridad que transmitieron sobre lo que haría cada uno si llegara a ser presidente. Un análisis suena a comentarios de la pelea entre "Mano de Piedra" Durán y Ray "Sugar" Leonard (consultar en Google o buscarla en YouTube). Aunque Durán abandonó, avasallado por la sutileza de Leonard, en el debate Milei terminó ocupando un papel de víctima frente a la incesante ofensiva de Sergio Massa, sin abandonar, pero sin dar el golpe de nocaut para el cual la condición de ministro de un gobierno agonizante y sin respuestas ofrecía muchos puntos vulnerables del adversario.
Pero esto no fue un encuentro deportivo: fue una disputa por atraer una porción decisiva de los 9.000.000 de votos que quedaron sin dueño hace cuatro semanas y de más de 7.000.000 de personas que no fueron a votar.
Si no fue un match de boxeo, tampoco se trató de un debate propio de estadistas, por caso, comparable al que sostuvieron en 1960 Richard Nixon y John F. Kennedy.
En el intercambio de agravios y acusaciones, que se extendió durante dos horas frente a las cámaras de televisión, quedó flotando la sensación de que esta elección está impregnada con espíritu barrabrava, más allá de la atinada propuesta de Sergio Massa de "dejar el pasado en el pasado" y formar "un gobierno de unidad".
Pero el pasado nos acosa. Tanto, que el propio Massa cayó en la trampa al comparar a Milei con Martínez de Hoz, evocar la figura de Margaret Thatcher para estigmatizarlo y exhumar una parte desconocida de la vida de su adversario: una pasantía en el Banco Central cuando era estudiante de economía.
Pero el pasado es implacable y anestesiante. La tentación arqueológica por discutir la prosperidad y la pobreza en la primera década del siglo XX, o exhumar videos comprometedores con diatribas de uno u otro contra el Papa Francisco o contra La Cámpora parece más sencillo que discutir los 142 puntos de inflación de los últimos doce meses, el espionaje político e ilegal ejecutado por los acusadores en la pantomima de juicio político contra la Corte Suprema o el rol de los funcionarios del gobierno actual en la manipulación de sueldos en el caso "Chocolate" Rigau y en las andanzas por Marbella de Martín Insaurralde, por ejemplo. Milei no apuntó a esos flancos y le dio aire al rival, que lo puso contra las cuerdas preguntándole por sus iniciativas aventuradas como la dolarización, el cierre del Banco Central, la venta de órganos o el arancelamiento de la universidad.
Para hacer un gobierno de unidad nacional hay que tomar el ejemplo de Nelson Mandela, ese estadista sudafricano que hizo un sacrificio sobrehumano, como superar 27 años de cárcel y siglos de odio para terminar con el Appartheid. Su país había llegado a un punto de quiebre cuando Mandela llegó a la presidencia. Su inteligencia política rescató al país del infierno.
Por eso, ni el pasado ni el odio contribuyen a creer en un gobierno de unidad.
El presente de la Argentina es el de una crisis terminal.
El debate podrá, o no, reorientar los votos. Eso lo han de informar las urnas. Los 9.000.000 de votantes sin candidato tendrán que optar entre la incertidumbre y el desorden que genera Milei y la acumulación de veinte años de fracasos kirchneristas, de los que Massa trata de desprenderse, pero que son la mochila que convierten a su candidatura en un acontecimiento inesperado.
La crisis produjo elecciones llenas de sorpresas. Las derrotas del kirchnerismo en diez provincias y la falta de mayoría en el Congreso hablan de un cambio de ciclo.
Es claro que el país necesita un cambio de rumbo. Un cambio global, en educación, en perfil productivo, en disciplina fiscal y en el sistema monetario. No son temas para abordar con "memes con Pinocho" ni para recomendar la búsqueda de chismes en las redes sociales.
Es el momento de tomar el timón con firmeza y llegar a un compromiso con el futuro del país.
Un país en el que en los últimos años solo han crecido la pobreza, la dependencia del Estado, el gasto público y las deudas.
La crisis no va a conceder una luna de miel. Con una deuda en exportaciones de 43.000 millones de dólares (1,7 veces el stock de reservas brutas totales del BCRA) y una deuda en pesos equivalente el 88% del Producto Bruto Interno no habrá respiro.
Y esta realidad, que el ciudadano común vive en los almacenes y verdulerías de barrio, o en el acceso a la salud y a la educación de calidad, se grafica en una inflación que ya superó el 142% anual.
Pero la verdad se conocerá este domingo 19 a la noche y entonces se sabrá si el debate tuvo más peso que la inflación, y si la campaña del miedo pesó más que las expectativas de un cambio total, aunque sea a ciegas.
Y en ese momento comenzará otra historia.
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