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Una sociedad loca, rota y sin utopías sanadoras

Domingo, 17 de diciembre de 2023 00:00
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"El mundo se ha descarrilado. El estado de emergencia emocional parece haberse convertido en la normalidad. (…) Algunos días parece que el mundo, en ambos sentidos de la palabra, se ha vuelto loco. Las cosas ya no encajan"; así comienza Natascha Strobl su ensayo "La nueva derecha. Un análisis del conservadurismo radicalizado".

Es verdad; estamos atravesando un período caracterizado por un enorme desorden en masa. Tanto en público como en privado, en línea como fuera de línea, las personas se están comportando de manera cada vez más irracional, febril, gregaria y, muchas veces, de una manera vulgar, hostil y desagradable. Las noticias lo reflejan a diario.

Y, aunque son visibles los síntomas, no es fácil dar con las causas. Por debajo de los eventos cotidianos existen corrientes grandes y profundas que no atinamos a ver. Quizás, una explicación, sea reconocer que todas las grandes narrativas han colapsado. Una por una, los relatos que nos sostenían, cohesionaban y anclaban; y que nos daban propósito y sentido; fueron refutados, se convirtieron en impopulares, o se hicieron imposibles de defender.

Para peor, la verdad se ha vuelto subjetiva; devino experiencia personal. Cada individuo elige su propia versión de la verdad; aquella que confirma sus sesgos y opiniones y que rechaza todo lo que no encaja con su manera de ver el mundo. "Me parece que" y "yo creo que" reemplazan siglos de Academia y bibliotecas enteras de hechos. Vivimos en un mundo "desfactificado" y hemos quedado presos de un nuevo nihilismo; no el nihilismo de una sociedad que ha matado a Dios sino el de una sociedad que ya no cree en la verdad. Una sociedad que socava la distinción entre mentira y verdad; que instala una ceguera hacia la verdad. Para Nietzsche, la verdad era un regulador social que servía para unir a la sociedad. Sin verdad perdemos la manera de vincularnos; de entendernos. Sin la verdad como un regulador social me pregunto si es posible la utopía de una sociedad.

Esta multiplicidad de perspectivas lleva a una multiplicidad de "verdades"; todas en conflicto; conflicto que se dirime en bestiales batallas digitales. Se encuentra significado y propósito luchando contra cualquiera que se encuentre en el lado equivocado de una pregunta. Sin metarrelatos, nos conformamos con relatos pequeños. Sin verdades objetivas nos quedamos con verdades subjetivas. Sin luchas reales nos enredamos en luchas encarnizadas pero pequeñas.

Una nueva metafísica

Así, aparece un conjunto de creencias cuyo atractivo no es fácil eludir. El mundo se interpreta a través del prisma de la justicia social; de la política de grupos de identidad - del identitarismo -; y del "interseccionalismo": la idea que establece que todas las subcategorías están interrelacionadas. Nace una nueva narrativa -casi una nueva forma de religión- en la que estos tres "valores" son pilares fundamentales.

La justicia social es atractiva. El propio término está configurado para ser anti-oposicional. ¿Cómo alguien podría oponerse a la justicia social? ¿Acaso alguien podría desear la "injusticia social"?

La política identitaria, complementaria, es el lugar donde la justicia social encuentra su camarilla. La política de identidad alienta a los grupos minoritarios a atomizarse y a pronunciarse en simultáneo. Pulveriza la sociedad en diferentes grupos de interés según el género, raza, religión, preferencia sexual, nacionalidad y una infinidad de otras combinaciones; todas fractalizadas.

Cuando las cosas parecían encaminadas, la retórica comenzó a sugerir que nunca estuvieron peor. Las categorías parecían ir en camino a convertirse en un no-problema cuando todo se convierte en un problema de categorías y de subcategorías. Comenzamos a tropezar, desconcertados, en territorios inexplorados. Intolerante, homófobo, sexista, misógino, racista y transfóbico son sólo algunas de las cancelaciones identitarias. Palabras y expresiones como "LGBTQ+", "privilegio blanco" y "transfobia" pasaron de no existir a ser expresiones cotidianas. Hasta se establecieron nuevas heurísticas para obligar a las personas a asimilar estas definiciones y las que se crean a diario.

Las certezas que quedaban en nuestras sociedades (incluidas aquellas arraigadas en la ciencia, la biología y el lenguaje) son cuestionadas y reformuladas. Mujeres que quedaron del lado equivocado de la pregunta son acosadas por personas que solían ser hombres. Padres que expresan lo que hasta ayer era un valor compartido, ven hoy cuestionada su aptitud para ser padres. En muchos países la policía acciona contra personas que no acepten estas imposiciones. El Ministerio de la Verdad de Orwell cobra sustancia y realidad.

Correr como pollos sin cabeza

Las luchas por los derechos se centran alrededor de estos temas explosivos. La situación ha dejado de ser la de ser una sobrecorrección necesaria a un sistema imperante -incorrecto e injusto-, para comenzar a ser el cimiento de algo nuevo; algo mucho más radicalizado. Todos los temas comenzaron como campañas legítimas de derechos humanos; por eso llegaron tan lejos, tan rápido. Pero, en algún momento, alcanzada

la meta, todos siguieron corriendo desaforados -como pollos sin cabeza- tras haber traspasado la línea de llegada. No contentos con haber alcanzado esa meta, se planteó la necesidad de ser "mejores".

El concepto de «interseccionalidad» abandona los departamentos de ciencias sociales en los que se había originado y se extiende y naturaliza entre los jóvenes. En la práctica, la «interseccionalidad» es la invitación a pasar el resto de nuestras vidas intentando descifrar cada reclamo de identidad y de privilegio en nosotros mismos y en todos los demás; y luego reorganizarnos de acuerdo con el sistema de justicia que vaya emanando de esta calibración dinámica en constante movimiento.

En lo personal, creo que todo esto conforma un sistema muy inestable que hace demandas imposibles hacia fines inalcanzables; todo a una velocidad abrumadora.

San Jorge retirado

Para demostrar afiliación con el sistema, las personas deben demostrar tanto credenciales válidas como un compromiso inmaculado. Se hace mandatorio demostrar ser antiintolerante, antihomofóbico, antisexista, antirracista, antipatriarcado; antitransfóbico; antitodo; de una manera muy pública y elocuente, sea necesario o no. La vida está ahora llena de individuos desesperados por defender barricadas aun cuando la revolución ha terminado. Ya sea porque confunden las barricadas con su hogar o porque no tienen otro hogar al que ir. La necesidad de demostrar virtud exige exagerar el problema, amplificándolo.

La retórica profundiza las divisiones existentes y crea otras nuevas. En lugar de integrarnos nos desintegramos. ¿Por qué las relaciones entre personas de sexo opuesto son más problemáticas que nunca? ¿Por qué la mitad masculina de la especie somos tratados como si fuéramos infecciosos? ¿Por qué los hombres perdimos el derecho a poder hablar sobre el feminismo, por ejemplo? ¿Por qué, se habla tanto de "patriarcado" y de "mansplaining"? (*)

Quizás, esta sea lo que pasa cuando no queda nada por qué luchar. Se ganó la batalla, pero se debe continuar la guerra. Se instala la urgencia de demolerlo todo y se impone la necesidad de una "destrucción creativa". Kenneth Minogue llama a esto el "síndrome del San Jorge retirado". Después de haber dado muerte al dragón, el guerrero sigue merodeando el campo de batalla buscando peleas más gloriosas. Necesita más dragones.

Derecho a importunar

La coerción es tan fuerte que se nos obliga a hacer contorsiones mentales y una serie de piruetas mentales que no podemos -quizás no debamos- hacer. Se nos pide que creamos cosas que no son creíbles y se nos fuerza a no objetar cosas por las cuales la mayoría de las personas sentimos una natural objeción. El dolor y la alienación que produce esto, nos lleva a estas conductas irracionales, febriles, gregarias, vulgares, desagradables y hostiles; todas aquellas conductas que se identificaban antes como el síntoma del problema. Personas rotas en una sociedad rota.

"Todo lo que no está prohibido es obligatorio. (…) Nunca he olvidado esa frase, que considero una excelente definición del autoritarismo"; confiesa Amin Maalouf en su desafiante "El naufragio de las civilizaciones". No somos conscientes, pero vivimos una época de un fuerte totalitarismo y sometimiento cultural. Se ha instalado el miedo a decir lo que se piensa por miedo a ser cancelado; se impuso la ineludible obligación de ser "políticamente correctos". El Ministerio de la Verdad y la Policía de la Corrección existen y ejercen un "vigilantismo barbárico" inquisitivo extenuante. Agotador.

Debemos reaprender a dialogar. Debemos rescatar el poder hablar sin ser cancelados. Necesitamos institucionalizar el "derecho a importunar" como base fundacional de la libertad de expresión. Reaprender a debatir; sin trincheras y sin polarizar.

Si no cambiamos el rumbo, entonces el destino es claro. Vamos a un futuro con una mayor atomización, rabia y violencia. A un futuro en el que habrá un fuerte repliegue de todos los avances en derechos civiles, incluidos los buenos. Un futuro en el que el racismo se responderá con racismo y la denigración basada en el género se responderá con mayor denigración basada en el género. Seguiremos yendo, de la civilización a la barbarie, a toda velocidad. Mientras el San Jorge retirado busca dragones imaginarios, no atina a ver los dragones reales que asoman en el horizonte.

(*) Voz inglesa, que refiere a un hábito, atribuido al sexo masculino, de imponer un aire de superioridad intelectual sobre las mujeres.

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