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Las últimas semanas se conocieron a nivel nacional numerosos casos de maltrato, abuso y asesinato de niños y niñas por parte de quienes estaban a cargo de su cuidado. Entre los más resonantes, hace días hubo sentencia por el crimen de Lucio Dupuy, un niño de La Pampa asesinado por su madre y la pareja de ella.
Para problematizar e intentar ahondar sobre las causas de este fenómeno, habló Lucrecia Miller, licenciada en Psicología y presidenta de la Fundación Red Papis, quien milita desde hace años para que se garanticen los derechos de niños, niñas y adolescentes.
¿Cómo ve esta situación que parece cada vez más frecuente y brutal?
Se requieren nuevas perspectivas, porque está visto que lo que se hace no da resultados: no funciona en la prevención de la violencia de género y, mucho menos, de la violencia contra los niños, porque esto va en aumento... Estos crímenes aberrantes, en condiciones impensadas en otro momento, representan un síntoma de que lo que se hace no es efectivo y nos llevan a una reflexión profunda, porque los niños están en grave riesgo.
Vemos no solo el maltrato, que de por sí es aberrante, sino también el asesinato de niños, el infanticidio. Estamos en una sociedad y un Estado infanticidas. Esto que vemos como miguitas es un volumen grande y debería hacernos despertar a todos, al sistema y la sociedad. Tiene que ser una alarma política, social, gubernamental. Vemos situaciones límite contra los niños.
Debemos pasar del femicidio al infanticidio, que aún no lo hemos incorporado: donde hay una mujer en riesgo, hay niños en riesgo. El aumento de la violencia contra las mujeres está vinculado en forma directa con el desprecio por la vida de un niño.
¿Por qué considera que se dan estas conductas límite contra los niños?
Hoy hay una cultura de la intolerancia hacia lo que son las necesidades de la infancia. Hoy hablamos de los derechos de los niños y tenemos muchas leyes, pero no tenemos resultados. Entonces, ¿qué hacer?
Esto tiene que ver primero con considerar lo que yo llamaría la contracultura del cuidado. Hoy se han facilitado en la sociedad las conductas del no hacerse cargo, de no velar por el vulnerable, de no cuidar y no satisfacer las necesidades... Estamos instalados en una cultura de individualismo extremo y el niño representa la vulnerabilidad y la dependencia.
Si un niño no recibe de parte de los adultos, de la sociedad y del Estado, no es viable su vida: el niño caduca, como dijeron los agresores de Fernando Báez Sosa: "Caducó". Este es un término muy simbólico. Estamos en la filosofía del caducar. Hablamos de objetos que terminan su tiempo de utilidad.
Pensar que la vida de los niños caduca es terrible, porque quiere decir que una sociedad se autoextermina. Este facilismo conspira contra lo que es desarrollar capacidades para hacerse cargo del vulnerable, para darle garantías para su sobrevida, crecimiento y desarrollo. Esto es como un cáncer que mina las bases de una sociedad: estamos exterminando la infancia, el lugar donde empieza todo.
¿A qué se refiere con la contracultura del cuidado?
Hay una especie de degradación social en relación con lo que significa cuidar a un niño y protegerlo. La infancia en general se visibiliza como algo que restringe los derechos de otros... Tener un hijo hoy es restringir los derechos y la libertad de quien lo da a luz y de quien lo cuida y lo protege. Lo que subyace en la sociedad es una contracultura de la protección de la infancia.
Hoy no se alienta a las madres a que tengan un hijo y se hagan cargo de él, sino que se las alienta a que no lo hagan. Esta contracultura conspira contra toda alternativa de protección y de garantía de los derechos de un niño. Se admite que haya una cultura extendida instalada del no nacimiento de un niño: el proyecto no es niños para ser cuidados, sino es "no niños".
Cuando ellos vienen a la vida por la fuerza de la naturaleza, se desencadena toda esta incapacidad para cuidarlo y protegerlo.
¿Cómo se vincula esto con el sistema de cuidado institucional?
Esta cultura de la intolerancia y del facilismo va unida con la pérdida de capacidad de las instituciones, porque reaccionan luego de los desastres. Van por detrás de este fenómeno, que todavía nadie lo ha visualizado como una nueva patología social que debe ser considerada. No podemos decir que estamos en emergencia, porque ni siquiera la han visto como un problema.
Se han creado atropelladamente organismos e instituciones. Se ha superpoblado la órbita de los potenciales cuidadores del Estado y lamentablemente no da resultados. Salta tiene una cantidad de organismos y de intervenciones que se superponen y se anulan entre sí. Cada uno hace la parte que cree que es, pero no lo conciben como una totalidad. Hoy tenemos un Estado que no prioriza el cuidado de los niños. Los candidatos que se postulan no hacen del cuidado de la infancia un lugar prioritario dentro de sus plataformas.
Al final, hacemos parches: creamos un juzgado más, una asesoría más... Superpoblamos la Justicia destinada al cuidado de los niños y seguimos con niños muertos. Eso quiere decir que no da resultados.
Por eso, desde este análisis vemos un Estado y una Justicia que no tienen perspectiva de infancia. Por eso los graves errores que cometen los funcionarios de esa órbita y no pasa nada...
¿Qué habría que hacer para mejorar?
Creo que hay que hacer un cambio rotundo de dirección del sistema de protección de derechos de los niños. Si no entendemos esta base cultural que está instalada hoy, los niños seguirán muriendo.
Es como en la época en que empezamos a ocuparnos de la violencia contra las mujeres. Tuvimos que ver que había una cultura patriarcal, que había machismo y devaluación de la mujer para entender qué es lo que había que cambiar. Con la niñez y la infancia esto no se ha hecho.
El tema de la infancia no es relevante para el Gobierno, los Estados, la Justicia y la sociedad, que se deja llevar por toda esta contracultura, en la que no hay que cuidar a los niños: directamente sacate el lazo de entrada para que no nazca y no tengas de quien ocuparte. Esta cultura del facilismo, de decir: "Esto va contra mis derechos, si tengo que postergarme para proteger a una criatura".
La cultura que sostenía la protección de los niños, deficitaria o no, ha hecho crisis absoluta y se cae como un edificio minado: el sistema está implosionando. La realidad nos atropella con estos crímenes horribles, que son paulatinos, progresivos. Es un exterminio lento y se acompaña con un sistema que no está "aggiornado" para cambiar de raíz estas cuestiones.
¿Cómo se logra eso?
Así como hemos descubierto las bases culturales de la violencia de género, tenemos que descubrir las de la violencia contra la infancia: se ha perdido la eficacia de la capacidad institucional para resolver el problema, porque se actúa sobre los resultados y no sobre la causa. Vemos jueces interpelados, condenados... El sistema está impermeable a darse cuenta de que tiene que cambiar la dirección de lo que hace; si no, los crímenes de los niños van a seguir en aumento.
Hoy se entrega los niños a las mujeres por el hecho de su condición biológica, pensando que naturalmente ellas son madres. No hay nada más equivocado que eso. La maternidad tiene otras connotaciones y requerimientos. Como mujer podés procrear, pero no cuidar. El que cuida es el cuidador, bien conectado con el niño, con una condición de apego y una empatía hacia esa vida vulnerable.