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7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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"Nunca el general Belgrano fue más grande como militar"

Algunas escenas del 20 de febrero y las críticas de Buenos Aires al creador de la bandera.
Domingo, 26 de febrero de 2023 01:32
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Después de tres horas de combate, Belgrano pudo ver de lejos que en la torre de la iglesia de los mercedarios flameaba un poncho azulado: era el coronel José Superí que anunciaba la victoria. En tanto, en el interior de la ciudad, "todo era desorden, confusión e indisciplina", cuenta el historiador español Torrente.

En medio del caos, Pío Tristán aún hacía denodados esfuerzos para que sus tropas no se dispersaran, pero solo le escucharon unos cuantos; el resto se sumió en el templo de la catedral (ex iglesia de los jesuitas). Ante esto, una intrépida mujer de Buenos Aires -cuenta Mitre-, llamada Pascuala Balvás, se trepó al púlpito del templo y desde ese alto sitial incitaba a los soldados allí asilados a que continuasen peleando por el rey. Y como tal cual dice el refrán, "el miedo no anda en burro", los atemorizados hombres hicieron oídos sordos a las peroratas de la mujer. Entonces ella enfureció y comenzó a insultarlos de arriba a abajo, vociferando desde la cátedra sagrada que eran infames traidores y cobardes, lo que tampoco les hizo mella.

Muerte de Benavides

Otra escena en plena ciudad, aunque más trágica, tuvo lugar frente a una de las tantas empalizadas que se habían hecho a modo de defensa. Allí, el protagonista fue el coronel Venancio Benavides, caudillo de la revolución oriental y protagonista del "Grito de Ascencio" de 1811. Benavides, que hacía poco había traicionado la causa de Mayo en Jujuy, pasándose al enemigo, incitaba a sus nuevos compañeros para que den pelea. Pero al ver que ninguno estaba dispuesto a acatar sus órdenes, furioso y desesperado, exprofeso se puso en medio de la calle, justo donde el fuego era más intenso. Y como era un hombre muy alto y su cabeza sobresalía por encima de la empalizada, una bala no tan perdida acertó atravesarle el cráneo, cayendo al suelo como fulminado por un rayo. Su hermano Manuel, que también se había pasado al enemigo, esperó que las tropas patriotas triunfaran para entregarse mansamente. Belgrano, que harto conocía a los Benavides, y estaba al tanto de sus primeras hazañas patrióticas a favor de la Revolución, lo trató bien, lo liberó y hasta le dio dinerillos para que regresara al Uruguay.

La rendición

Y en medio de la lucha y cuando Belgrano estaba por intimar rendición a Pío Tristán, este ante tan calamitosa situación envió un parlamentario que le fue presentado a don Manuel con los ojos vendados. Era el coronel español José Santo de la Hera, original de Vizcaya, quien luego de descubrirse el rostro pidió a Belgrano la capitulación en nombre de su jefe. Ante ello, según Mitre, el jefe patriota le respondió: "Dígale usted a su general que se despedaza mi corazón al ver derramar tanta sangre americana; que estoy pronto a otorgar una honrosa capitulación; que haga cesar inmediatamente el fuego en todos los puntos que ocupan sus tropas, como yo voy a mandar que se haga en todos los que ocupan las mías".

A poco el fuego cesó en ambos frentes y por la tarde los estados mayores de los dos ejércitos tejieron los detalles de la capitulación, que se concretaría a la mañana siguiente. Y pese a que luego de la batalla de Tucumán don Pío Tristán se había hecho repelús por la noche, lo mismo se estableció que el 21 de febrero a la mañana los realistas saldrían de la ciudad con los honores de guerra, a tambor batiente y con sus banderas desplegadas. A tres cuadras debían entregar sus armas y pertrechos de guerra, obligándose por juramento, desde Pío Tristán hasta el más humilde de los tambores, a no volver a armarse contra las Provincias Unidas; se concedió a los vencidos la devolución de sus prisioneros a cambio de que Goyeneche libere a los que tenía del ejército patriota, y permitió a la guarnición realista de Jujuy retirarse libremente con sus armas, imponiéndole por única obligación no causar daño en su camino. En este último punto, el general Paz en sus Memorias póstumas discrepa con Mitre y dice que la guarnición de Jujuy fue incluida en la capitulación, al igual que lo sostenido por el español Mariano Torrentes.

Capitulación

Luego de firmadas las capitulaciones Mitre dice que ambos ejércitos pasaron la noche en sus posiciones, los realistas adentro de la ciudad y los patriotas afuera, ambos en vigilancia.

"En la mañana -cuenta Paz que estuvo en el lugar- los dos ejércitos estaban sobre sus armas. El uno para desocupar la plaza, y el otro para entrar en ella; el uno para entregar sus armas y el otro para recibirlas. El tiempo seguía lluvioso y serían las 9 cuando el ejército realista salió al campo formado en columna, llevando los batallones los jefes a su cabeza, batiendo marcha los tambores y sus banderas desplegadas. La tropa nuestra, que estaba afuera -sigue Paz-, los recibió con los honores correspondientes. A cierta distancia su columna hizo alto, desplegando en línea el batallón que llevaba a la cabeza, empezó a desfilar por delante del jefe y los hombres que estaban apostados para recibir el armamento, que iban entregando hombre por hombre, juntamente con su cartuchera y correaje. Los tambores hicieron lo mismo con sus cajas, los pífanos con sus instrumentos y el abanderado entregó finalmente la real insignia que simbolizaba la conquista y un vasallaje de 300 años".

Y al respecto Mitre dice: "La escena fue grave sin jactancia, sin insultos por parte de los vencedores, que supieron respetar al enemigo caído. El general Belgrano dispensó a su humillado rival de la vergüenza de entregarle personalmente su espada, y recordando su antigua amistad lo abrazó tiernamente en presencia de vencidos y vencedores".

Como resultado de esta victoria se tomaron tres banderas, 17 jefes y oficiales prisioneros en el campo de batalla, 481 muertos, 114 heridos, y 2.778 rendidos, incluso 5 oficiales generales, 93 de clase de capitán a subteniente y 2.683 gente de tropa. En total 3.398 hombres que componían el ejército de Pío Tristán. Además, 10 piezas de artillería, 5 de ellas tomadas en combate; 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas y carabinas, todo su parque de maestranza y demás pertrechos de guerra.

Por fin, en campo de Castañares se sepultaron en una fosa común los muertos de ambos ejércitos y sobre ese túmulo se levantó una cruz de madera con una inscripción: "Aquí yacen los vencedores y vencidos el 20 de febrero de 1813".

Al día siguiente, el 22 de febrero, el ejército de Pío Tristán comenzó a abandonar Salta y tres días después no quedaba un solo realista en la ciudad.

 

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