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En medio de la postergación de comicios en San Juan y Tucumán por disposición de la Corte Suprema, y ante la inminente impugnación a la candidatura de Gildo Insfrán, el oficialismo envió señales alarmantes.
Sergio Massa, hoy probablemente la figura más expectante de la coalición que gobierna desde hace 41 meses, reconoció que el país no soporta más "quilombo"; como lo vienen diciendo muchas voces autorizadas que están fuera de "la grieta". Massa, con el apoyo de La Cámpora, sostiene que el Frente de Todos debe ir a las PASO con candidato único. No se sabe si con aquel apoyo o por su cuenta, da por sentado que ese candidato debe ser él mismo.
Desde la localidad bonaerense de Navarro insistió que "sin orden político no se puede ordenar la economía". Y dejó una frase que lo dice todo: "La inflación demolió el ingreso de la clase media argentina; me parece que las peleas de la política tienen que pasar a un segundo plano".
Es cierto, la gente está harta de las peleas políticas, de los políticos, de la inflación y de todo el clima de violencia que intoxica la convivencia dentro del país, en todos los órdenes y sectores sociales.
Cuesta creer que Massa, ejecutor de uno de los mayores ajustes en mucho tiempo, pueda ser candidato exitoso para suceder a Alberto Fernández, y mucho menos con el apoyo de Cristina Kirchner y sus incondicionales. El ministro de Economía, con sus acciones, se muestra en las antípodas de la narrativa anti-FMI de Máximo Kirchner, Andrés Larroque y Axel Kicillof.
Como dice el Viejo Vizcacha, "… hasta la hacienda baguala cae al jagüel con la seca". La seca de que hablamos no es la que nos deparó La Niña durante tres años (aunque influye), sino la falta de certezas sobre el futuro, que aparece sombrío para todos los argentinos y que genera pánico en una alianza de mero poder, como es el Frente de Todos.
Y la palabra "miedo" es la que mencionó ayer Kicillof al anunciar su intención de desdoblar las elecciones bonaerenses. Claro, le dio un fundamento más elegante que reconocer el miedo a ser arrastrado por un voto nacional adverso: "Queremos circunscribir el debate a los problemas de la provincia". Difícil de creer, ¿verdad?
Si no tienen miedo, al menos eso parece, el informe de Agustín Rossi ante el Senado no transmitió seguridad alguna. En lugar de explicar tres años y medio de fracasos afirmó que la Justicia es "un suprapoder o poder paralelo que no tiene legitimidad democrática". Y añadió que el FdT debe ganar porque "si no se desarma este poder es imposible gobernar".
Una andanada anticonstitucional que encierra el viejo sueño del Instituto Patria: subordinar a la Justicia a la apetencia política. Sin darse cuenta, Rossi reconoció la sensación de desgobierno que se expande por la ciudadanía. El miedo hace aflorar el autoritarismo: el jefe de Gabinete formuló la misma definición que inspiró a todos los golpistas, desde José Félix de Uriburu hasta Jorge Videla, y a los déspotas y dictadores a lo largo de la historia: la división de poderes es un obstáculo para gobernar.
El Estado de Derecho es, en sí mismo, un freno para el poder sin límites porque, como expresó el historiador John Acton en 1887: "El poder absoluto corrompe absolutamente". Y destruye a las naciones.