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La inflación es el problema que más preocupa a los argentinos. Es una verdadera fábrica de pobreza y de indigencia que se acrecienta desde hace 21 años en forma exponencial. Los datos de ayer lo dicen casi todo: 8,4% de aumento en el índice general, 10,1% en los alimentos, 32% en los cuatro primeros meses del año y 108,8% con respecto a abril de 2022. Lo que no explicitan es que los alimentos, que le vienen ganando a la inflación, representan el 100% para el índice de indigencia y el 50% para el índice de pobreza. Y los alimentos acumulan este año un incremento de 41,1%.
Los números aturden, pero no porque sean muy complicados sino porque estamos hablando de la calidad de vida de la gente.
Con la interpretación que hace el Gobierno del fenómeno, nos sumergimos en el absurdo.
Las teorías que esgrimen desafían al sentido común: la inflación imaginaria, los formadores de precios, los grupos concentrados, los supermercados chinos, las paritarias, el neoliberalismo, la guerra en Ucrania, la pandemia… Definiciones que resultan casi tan irritativas como las soluciones que se proponen: consejos de "buscar precios", controles de precios, líneas directas para denunciar a los comerciantes, amenazas de crear una policía militante de precios. Lo que queda claro es que no le encuentran la vuelta, o no se animan a encontrarla. El jueves por la noche, Alberto Fernández contó que "hablaba del tema con Sergio (Massa); tenemos que ponernos algún objetivo definitivo para parar esto"
El Presidente lleva 41 meses en el cargo; ¿recién ahora habla con el ministro sobre la inflación?
Es imposible resolver nada si quienes gobiernan no entienden que el aumento generalizado y sostenido de precios tiene un solo generador, que es el Estado. O más bien, los sucesivos gobiernos que no saben cómo combinar todas las variables para estabilizar la inversión, el ingreso medio, los términos de intercambio, la emisión monetaria, las tasas de interés, la presión impositiva y el acceso al crédito.
Pero, además de esta ineptitud para gestionar, Fernández evidenció que su alianza con Cristina Kirchner y Sergio Massa no tiene ni tuvo ningún plan.
Es cierto que la inflación existe en forma oscilante en todos los países, pero la economía argentina se viene autodestruyendo desde hace muchas décadas. Desde enero de 1970 hasta 1992, a la unidad monetaria le restaron trece ceros.
Los economistas kirchneristas tienen un diagnóstico de la realidad reñido con el sentido común. Lo demostraron desde que en 2005 renunció Roberto Lavagna como ministro de Economía del gobierno de Néstor Kirchner, hasta la fecha. No son capaces de ofrecer una explicación diferente a la de inventar culpables. Ni otras soluciones que distorsionar los datos del INDEC o amenazar a los comerciantes.
El dólar oficial ayer cerró en $238,5 y el blue en $474, mientras las otras variedades de cotización legal oscilaron cerca del paralelo. La brecha es del 100%. Con un dólar de ficción, es imposible estabilizar la economía.
El problema de fondo es que la política se queda en la lucha por el poder. Todos quieren el timón del barco, pero ninguno se preocupa por ir a ningún puerto, sino en cómo seguir un puesto de comando.