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¿Reformar la Constitución?

Miércoles, 24 de mayo de 2023 00:00
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Un problema, por definición, no es verdadero o falso; está bien o mal planteado. Y, como decía Henri Bergson, cuando está bien planteado es un problema resuelto. La inversa puede ser una catástrofe o una pérdida de tiempo. En la política argentina la lógica de las imposturas reemplazó la lógica de la cordura y la acción. La causa es que los problemas están mal planteados y, por tanto, invitan a recorrer una senda de la ilusión, que es mucho peor que la del error, porque crea una esperanza efímera que lleva de nuevo al inicio, pero en peores condiciones, por la vergüenza de la víctima del engaño.

Lo más grave es que se ha instalado una rivalidad por el absurdo desde los extremos, que van de la vanidad al lloriqueo, ambos queriendo reemplazar el sistema.

Todos auspician tangentes mágicas que olvidan algo fundamental del sistema: la ley. Desde los que proponen dolarizar y suprimir el banco central hasta los que toman medidas ridículas como importar alimentos por el mercado central o controlar precios con fuerza estalinista. Lo que está en el corazón es la violación constante y descarada de la Constitución Nacional.

A esta altura es fácil sostener que es un formalismo demodé. Que grandes dificultades exigen grandes soluciones, aún a costa de la ley, que no es más que instrumental. Y aquí viene lo mejor del argumento: hay que reformar la Constitución. Para unos porque es un dispositivo de dominio del siglo XIX; para otros porque constituye un obstáculo insalvable. En los dos casos anida la ensoñación de que se debe gobernar con la legitimidad del pueblo, salteando las instituciones, a golpe de consultas populares, referéndums y por qué no, encuestas. Línea inaugurada por el sobrino de Napoleón, llamado "el pequeño", con el decisionismo y la democracia directa como fundamentos, que sabemos cómo y en qué terminó, empezando por Alemania e Italia a mediados del siglo XX.

Y es aquí donde se ve el mal planteo del problema en toda su dimensión. No se trata de cambiar la Constitución sino de cumplirla. Vale la pena recordar a David Hume y el empirismo inglés: reivindica una filosofía de lo cotidiano, a partir de uno de los más bellos conceptos que es el del hábito. Lo que en derecho se conoce como la costumbre, piedra angular de cualquier sistema jurídico, porque es la que le da vigencia. Se entiende porque no es casualidad que la Carta Magna inglesa de 1215 sea la fundante del constitucionalismo occidental: desde entonces hasta acá es límite al poder desde una norma fundamental, adaptándose con la jurisprudencia y la acción legislativa.

Eso es lo que nos falta para salir de la situación de ruptura: construir la creencia de un país posible desde el hábito, desde el respeto a la ley. Es un error gravísimo instalar que la solución a nuestros males endémicos se reduce a reemplazar la Constitución y no a cumplirla. Empecemos por respetarla y, después, pensemos en cambiarla. El estado de derecho es la llave maestra para una Argentina en serio y no una de cotillón.

 

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