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Los violentos episodios vividos ayer en Jujuy permiten vislumbrar que el año electoral se va caracterizando por el pésimo clima social y la evidencia de que el kirchnerismo, hoy en el poder, no cree en la posibilidad de una victoria. Pero está dispuesto a pelear el poder donde pueda conservarlo y anticipa que va a vender muy cara su derrota.
La política se despedaza cada vez más en fuerzas antagónicas, con enfrentamientos ajenos a la ética política y llevados a cabo sin el código más básico: la coincidencia mínima para tratar de defender el interés común. Y el interés común, es decir "el del pueblo" (en el lenguaje piquetero) es, entre otras cosas, que se terminen los cortes de ruta, los paros salvajes y la prepotencia de las "burguesías bolivarianas" que crecen en el país. Porque por este camino no saldremos del laberinto.
La "grieta" es más profunda que nunca y pone en serio riesgo a nuestra democracia representativa y al sistema republicano. Es estéril y contraproducente la antinomia entre las denuncias de "represión policial" y el apoyo a la violencia de barricada, frente a la exaltación de la "mano dura". Entre ambos extremos se confunde el rol del Estado.
Ayer el gobernador jujeño Gerardo Morales responsabilizó a la vicepresidenta Cristina Kirchner y al presidente Alberto Fernández por la presencia en Jujuy de manifestantes muy bien organizados, muchos de ellos vinculados a la organización Tupac Amaru, de Milagro Sala, y otros venidos de provincias vecinas.
"La grieta es más profunda que nunca y pone en serio riesgo a nuestra democracia y el sistema republicano".
No solo hubo pedradas y enfrentamientos. Los activistas quisieron incendiar la Legislatura provincial para impedir que se promulgara la reforma constitucional destinada a endurecer la legislación contra las avanzadas sobre derechos establecidos.
El presidente y la vice, en contraste con el silencio que mantienen sobre un hecho gravísimo, el crimen mafioso de los piqueteros oficialistas de Chaco (y sobre la derrota electoral que sufrió su candidato en esa provincia Jorge Capitanich), le respondieron a Morales que el único responsable de lo que pase en Jujuy es él. Y Fernández, en una de sus particulares lucubraciones jurídicas, "declaró" inconstitucional la reforma constitucional que impulsó Morales. Si así fuera, sería bueno que lo planteara ante la Corte jujeña, sin necesidad de apoyar la batalla campal que ayer sufrió la ciudad, complementada con infinidad de cortes de rutas e incidentes en varias provincias.
La conducta de Fernández y Cristina es la típica de un gobierno desestructurado, donde ambos comparten responsabilidades (aunque no las asuman) y ambos deleguen el último aliento en el ministro de Economía, Sergio Massa, el timonel de una gestión que ha fracasado como pocas frente al mayor problema que siente la ciudadanía: la inflación y el desempleo.
El secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla, quien guardó silencio frente a la desaparición forzada de Cecilia Strzyzowski, en Chaco, y por la que están detenidos Emerenciano Sena, su mujer y su hijo, hace días se instaló en Jujuy para descubrir violaciones a los derechos humanos en una revuelta de perfil incendiario. La ministra de la Mujer, Ayelén Mazzina, quien sostiene que "la gestión menstrual es un hecho político", se desligó de la suerte de Cecilia y su familia "para no politizar el caso".
"La violencia organizada de ayer permite vislumbrar cuál será la conducta del kirchnerismo si le toca ser oposición".
No son solo Alberto y Cristina: es una visión de la realidad. Porque esta misma conducta cómplice es la que todos ellos mostraron frente a los hechos de violencia provocados por supuestos mapuches en la Patagonia.
La descomposición
Emerenciano Sena y Milagro Sala responden a la misma matriz: empoderamiento de punteros que manejan grupos de desocupados y de militantes (todo se confunde allí) financiados con fondos públicos, a los que se delega poder territorial, gestión de escuelas y a los que se les reconocen atribuciones al margen del derecho.
Esta descomposición de la política nace, en primer lugar, de la crisis de un sistema que desde hace 22 años ingresó a un proceso de progresiva fragmentación. Los "espacios" han reemplazado a los partidos políticos, la ideología como cosmovisión se ha transformado en relato, discurso y mitología, y la historia ha sido reemplazada por la "memoria".
Los conceptos arcaicos en materia económica y la incapacidad de lograr una inserción constructiva en el mundo llevan a la fuga de cerebros, la emigración de capitales, la caída del empleo y al crecimiento de la pobreza estructural a cifras que oscilan por encima del 40%.
El surgimiento de caudillos locales va de la mano con un sistema distribucionista de recursos que les garantiza poder a través de las prácticas clientelares (el voto cautivo) en muchas provincias y en los municipios del conurbano bonaerense.
El resultado está a la vista: las elecciones de este año muestran a un país caminando al borde del abismo.
Juntos por el Cambio y el Frente de Todos (camuflado ahora como Unión por la Patria) no llegan a ofrecer certezas para el próximo período, pero la violencia organizada de ayer permite vislumbrar cuál será la conducta del kirchnerismo si le toca ser oposición. De todos modos, un recurso muy pobre como para cumplir el sueño de inmortalidad de Cristina.
Nada va a ser fácil para nadie en un país con dos décadas de fracasos.
Es probable que Gerardo Morales haya sido imprudente al realizar esa reforma constitucional en la actual coyuntura, por más que mucha gente esté saturada del piqueterismo, de los paros irracionales y de los atropellos a los derechos de propiedad y circulación.
Pero nadie puede taparse los ojos para no ver la realidad social; tampoco es posible disfrazar con relatos épicos la utilización de la pobreza para construir el propio poder.
Ni Emerenciano ni Milagro Sala son pobres ni son "el pueblo". En estos días son solo el nombre propio de un desbarajuste social y político cuyo desenlace, por ahora, es sombrío e imprevisible.