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7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La Independencia, nuevo desafío

Domingo, 09 de julio de 2023 00:25
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El derrotero trazado hacia la independencia desde 1810 hasta 1816, implicó un proceso de descolonización que se evidenció tanto en lo político como en lo social. El mundillo rioplatense fue pasando de su condición periférica en el Imperio español a un papel central. Esta transformación se hizo sentir en todas las regiones del ex Virreinato, a través de la participación de los pueblos en el nuevo contexto. Así también cuando el poder hegemónico de Buenos Aires retaceó esta inserción en los grandes temas, emergió una vocación por asumir un papel protagónico que se hizo visible en la resistencia a los reclamos a dicho poder. Aun así, en Buenos Aires se hizo más visible por su condición de centro revolucionario y cabeza de la nueva dirigencia.

Las Provincias Unidas fueron encontrando su base esencial, y de acuerdo con sus grandes líneas elementales debían crecer y formarse, hallar su propia índole, definir su naturaleza, adquirir su alma. Lo que después de la gesta inicial de Mayo parecía impreciso aún, tenía que aparecer nítido y claro después de las deliberaciones de Julio.

El Congreso de las Provincias Unidas, convocado por Álvarez Thomas inauguró sus sesiones en Tucumán el 24 de marzo de 1816. Se reunieron allí representantes de todas las provincias argentinas con excepción de Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos, y lógicamente la Banda Oriental, integrantes de la Liga de los Pueblos Libres acaudillados por Artigas, que se oponían al Directorio.

Cabe destacar que también estaban representadas las provincias del Alto Perú: Charcas, Cochabamba, Tupiza y Mizque.

Los congresales

Una historiografía sesgada ha restado méritos a los congresales, presentándolos como hombres mediocres, tal vez porque muchos de ellos no tuvieron puestos en primera fila en las violentas luchas de facciones que ocuparon al país en los siguientes treinta años.

Sin embargo, los diputados eran los hombres más representativos de sus respectivas provincias, valiendo este juicio tanto en relación con su capacidad intelectual como en su prudencia política. Clérigos y abogados en su gran mayoría, educados casi todos en las universidades de Córdoba, Charcas, Lima o Santiago de Chile, eran en su formación y modo de pensar decididamente representativos de sus provincias y por ende de la nación en su conjunto.

Es de destacar que todos ellos fueron figuras notables. Los firmantes del acta del día 9 de julio fueron en total veintinueve: los abogados Tomás Manuel de Anchorena, (Buenos Aires), Mariano Boedo (Salta), José Antonio Cabrera (Córdoba), José Darregueira (Buenos Aires), Esteban Agustín Gascón (Buenos Aires), José Severo Feliciano Malabia (Charcas), Juan Agustín de la Maza (Mendoza), Pedro Medrano (Buenos Aires), Juan José Paso (Buenos Aires), Pedro Ignacio de Rivera (Mizque), Gerónimo Salguero de Cabrera (Córdoba), Teodoro Sánchez de Bustamante (Córdoba), José Mariano Serrano (Charcas),y el Bachiller en Leyes, Francisco Narciso de Laprida (San Juan).

El clero estuvo representado por: Manuel Antonio Acevedo (Catamarca), Pedro Miguel Aráoz (Tucumán), Pedro Ignacio Castro Barros (La Rioja), José Eusebio Colombres (Catamarca), Pedro León Gallo (Santiago del Estero), Justo Santa María de Oro (San Juan), Cayetano José Rodríguez (Buenos Aires), Antonio María Sáenz (Buenos Aires), Mariano Sánchez de Loria (Jujuy), José Ignacio Thames (Tucumán), Pedro Francisco de Uriarte (Santiago del Estero). A ellos debemos sumar a Tomás Godoy Cruz (Mendoza), bachiller en Filosofía, José Ignacio de Gorriti (Salta) doctor en Teología, Matías Patrón (Buenos Aires), Eduardo Pérez Bulnes, regidor del Cabildo de Córdoba (Córdoba).

Los diputados congresales duraban en sus cargos un año, algunos fueron reemplazados y así llegaron al Congreso posteriormente los abogados José Serapión de Arteaga (Tucumán), José Miguel Díaz Vélez (Tucumán), Vicente López y Planes (Buenos Aires). Alejo Villegas (Córdoba), Marcos Salomé Zorrilla (Salta) y Jaime de Zudáñez (Charcas) El clero incrementó su representación con nueve miembros: Domingo Victorio Acheaga (Buenos Aires), Miguel Calixto del Corro (Córdoba), Luis José de Chorroarín (Buenos Aires), Gregorio Funes (Tucumán), Felipe Antonio de Iriarte (La Plata), José Benito Lascano (Córdoba), José Agustín Molina (Tucumán), José Andrés Pacheco de Melo (Chichas), Diego Estanislao de Zavaleta (Buenos Aires).

"Los congresales de Tucumán no eran más que patriotas que querían fundar el país".

A estos se sumaron los militares Miguel de Azcuénaga (Buenos Aires), Juan Martín de Pueyrredón (San Luis), Juan José Viamonte (Buenos Aires), el médico Pedro Buenaventura Carrasco (Cochabamba) y Domingo Guzmán (San Luis).

Los congresales de Tucumán que representaban sin duda lo más alto de su época, no eran más que patriotas, sabían lo que querían: fundar el país, trazar el diseño rudimentario de la nacionalidad, en esa construcción concretaron en fórmulas perceptibles y fáciles el sentimiento que los dominaba y que se tradujo en una limpia y poderosa sinceridad, la sinceridad era su genio. He aquí otro de los rasgos fundacionales de nuestra Patria: la sinceridad de un conjunto de ciudadanos en búsqueda del bien común.

Porque los congresales buscaron fundar una Patria sobre un sentido de justicia, de libertad y de holgura humana. Para lograrlo solo era menester volcar sus ideas en un documento, en el Acta de Declaración de la Independencia la visión de lo que llevaban dentro de sí y que representaba el sentimiento de los habitantes del otrora Virreinato del Río de la Plata. La grandeza de ese conjunto de hombres consiste en la forma en que supieron servir a su idea.

Joaquín V. González expresó al respecto: "Es justo decir que el Congreso de Tucumán ha sido la asamblea más nacional, más argentina y más representativa que haya existido jamás en nuestra historia".

El desafío

El Congreso se reunía en uno de los momentos más difíciles para la revolución. Los españoles dominaban el Alto Perú y Chile; el ejército del norte estaba anarquizado, Artigas dominaba una cuarta parte de la nación, los conatos subversivos se habían extendido a Santiago del Estero y La Rioja, Díaz Vélez había sublevado al Ejército de Observación.

El panorama internacional no hacía presumir un futuro seguro para las provincias sudamericanas: España amenazaba con una expedición militar poderosa, comenzaban a llegar los primeros rumores de una posible invasión portuguesa, destronado Napoleón Bonaparte, los monarcas europeos se unían en una afirmación de legitimismo dinástico y restauración absolutista, enemigos declarados de los movimientos republicanos e independentistas, mientras Gran Bretaña, único reino liberal de Europa, se encontraba atada por sus compromisos con España y su lucha contra el predominio del zar de Rusia.

Pensar en independencia y en crear un nuevo Estado era un proyecto teñido de idealismo, pero era esencial y se hacía evidente para los congresales la necesidad de consolidar los cimientos que se habían plantado desde 1810, antes de que todo desapareciera entre la anarquía interna y la represión española.

Empero, y aún frente a tantos escollos el Congreso inició sus sesiones el 24 de marzo de 1816 en la ciudad de Tucumán, y prosiguió sus sesiones hasta el 4 de febrero de 1817. Ante el avance realista, se dispuso su traslado hacia Buenos Aires, en que se reunió en sesión preliminar el 19 de abril de 1817, realizándose su reapertura el 12 de mayo de ese año, hasta concluir sus labores el 11 de febrero de 1820, cuando se interrumpieron sus actividades ante la derrota de José Rondeau en la batalla de Cepeda.

En este sentido el Congreso fue coherente, aunque no haya sido homogéneo. Tres grupos bien definidos supieron convivir: los diputados centralistas (parte de los de Buenos Aires, Cuyo y algunos de provincias interiores), los localistas (encabezados por los cordobeses y otros provincianos) y los diputados altoperuanos, los que tenían propósitos muy definidos y que procuraban un régimen que estuviera libre de la influencia de Buenos Aires. Estas tendencias se expusieron con franqueza pero sin acritud en los debates. Solo la delegación cordobesa exhibió un espíritu de partido, consecuente con la peculiar posición de esa provincia.

Afortunadamente aquellos hombres recobraron la visión nacional para superar sus enfoques localistas, un esclarecido ejemplo para la dirigencia de nuestros días, muchas veces voluble y siempre mezquina, En aquellos remotos días se pensó en primera persona del plural, en el nosotros, no en primera persona del singular, yo y siempre yo.

El acta de declaración de la Independencia devela el carácter inclusivo y americano de la reunión." Nos los representantes de las Provincias Unidas de Sud América, reunidos en Congreso General…"

Aquel 9 de Julio de 1816, alumbrábamos una nueva nación con los desafíos de librar batallas que sostuvieran esa débil independencia. Más, un conjunto de valiosos guerreros supieron empuñar las espadas para concretar la ansiada emancipación. A ese objetivo supieron servir con ardor y coraje San Martín, Belgrano y Güemes al frente de arrojadas tropas que contribuyeron poderosamente a liberar el territorio en escala continental.

El objetivo militar se cumplió con creces dando origen a la épica de la Historia Nacional y Americana. El objetivo de declarar la Independencia de carácter jurídico, también fue concretado. Restaba otorgar institucionalidad a la novel república, pero los acontecimientos posteriores disgregaron la idea de una Nación sólida con objetivos claros y proyectos a largo plazo. Hubo que esperar hasta 1853 para alumbrar nuevamente el objetivo constitucional.

Aquellos hombres de julio de 1816 iniciaron el derrotero de la Independencia. Funestamente, en el presente, a doscientos siete años de aquella gloriosa jornada, la Nación destinada a la grandeza, se encuentra atenazada por múltiples problemáticas que sepultan al ciudadano común a una vida de desesperanza y de miseria.

Hoy se presenta el desafío de sacar de la sima en que ha sido sepultada la república, y recuperar la dignidad para sus sufridos habitantes. Eso no se logrará con líderes mesiánicos y falaces, sino con una ciudadanía consciente de sus responsabilidades y de su rol en la construcción del bien común.

* Es miembro del Instituto de Investigaciones Históricas Gral. Manuel Belgrano- Ucasal

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