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29 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Ningún velo de comprensión libra de culpa al femicida

Jueves, 10 de agosto de 2023 02:32
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"Emoción violenta"; esa fue la calificación jurídica que garantizó históricamente la impunidad de muchísimos hombres que asesinaban a sus mujeres. Es decir, a los que hoy denominamos "femicidas". Hoy, el femicidio es una figura que agrava al delito de homicidio. Los tiempos han cambiado y las leyes son distintas. Sin embargo, la cultura que amparaba aquella benevolencia cambia mucho más lentamente.

Cuando una mujer es asesinada, nunca faltan los cuchicheos que culpabilizan a la víctima. Generalmente, los familiares, los amigos o los conocidos tienden a disfrazar la culpa del violento.

Pero esas emociones violentas han costado en los últimos 15 años casi doscientas mujeres asesinadas en Salta, y centenares de niños se quedaron sin madre (y con un padre que nunca podrá lavar su culpa ante ellos).

En la cultura salteña, emoción violenta, femicidio y explicaciones comprensivas frente al horror que estalla en la intimidad forman parte del mismo folclore.

Juana Figueroa, asesinada en 1903 por su marido al pie del cerro San Bernardo, se convirtió en devoción popular. Pero el femicida también recibió el amparo de la impunidad, de la Justicia, pero también de algunos poetas y comentaristas que hablaban de supuestas "conductas impropias" de la joven.

Pero la zamba emblemática, La López Pereyra, fue dedicada por su autor, Artidorio Cresseri, al juez que lo absolvió del asesinato de su mujer, justamente, invocando "emoción violenta".

No es solo en Salta. Las letras de tango abundan en versos lastimeros que ponen de relieve traiciones, infidelidades y desdenes por parte de mujeres, para solidarizarse con el homicida o el golpeador. El rencor, la furia incontenible, la desestabilización generada por "los celos" de un hombre hacia una mujer a la que se la instala como "propiedad del varón".

Es lo que la perspectiva de género hoy define como "sociedad patriarcal". Una lectura de los roles que a lo largo de la historia desempeñaron los varones y las mujeres en la sociedad. Roles impuestos cuando la economía y la política relegaban de hecho a las mujeres al cuidado doméstico y a la crianza de los niños, y al hombre le confiaban el trabajo rústico y la conducción en la paz y en la guerra.

Los tiempos cambian, pero la cultura no se transforma con leyes ni con consignas, sino con una nueva percepción de la realidad humana y con coherencia de los gobernantes y de las dirigencias.

No debería haber color político para el femicidio, ni para la violencia de género que siempre precede al desenlace brutal y lacerante.

La indiferencia del Ministerio de la Mujer, Género y Diversidad de la Nación frente al femicidio de que fue víctima Cecilia Strzyzowski, simplemente porque el crimen afecta al gobernador Jorge Capitanich e involucra a candidatos del oficialismo, es un silencio tan lacerante como la culpabilización de la víctima por parte de los amigos del victimario.

Una cultura no se cambia por decretos ni por narrativa. Cambia cuando se construye y se comparte una visión superadora y, por lo tanto, fundamentada racionalmente sobre la dignidad humana.

 

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