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La crisis estructural del país se manifiesta en los problemas de base, que no se resuelven por arte de magia, ni con mesianismos de quienes se sienten iluminados. La educación en todos sus niveles y el trabajo en blanco son los factores decisivos para construir una sociedad equitativa y un Estado a la altura del mundo desarrollado.
La movilización convocada para mañana por las universidades públicas refleja el dramatismo de toda la crisis educativa. Si los jóvenes egresan de la enseñanza media con déficit en los conocimientos básicos es evidente que la calidad académica de la universidad se resentirá y que los más vulnerables van a quedar afuera rápidamente y otros demorarán el doble de tiempo en recibirse. Todo mal.
Si el secretario de Educación Carlos Torrendell cree que las universidades inventan alumnos para cobrar más, tiene que demostrarlo. Pero no para la tribuna: con datos concretos.
La pregunta que cabe formularse es: tomando los últimos veinte años, ¿alguna expresión política mostró un verdadero programa educativo?
Un programa educativo supone definición de fines, objetivos, métodos y recursos. Nada de esto puede darse por sabido. Es una cuestión técnica tan decisiva que hace imprescindible que quede a cargo de un ministerio específico para que el presidente de turno sepa cuál es la realidad educativa más profunda. Pero ese ministerio, junto con las provincias, deben delinear un proyecto común, serio, que defina cómo garantizar la posibilidad de una educación universal, donde cada alumno pueda canalizar sus aspiraciones dentro de sus posibilidades; una educación acorde a la realidad social del país y de cada región, cada provincia y cada localidad. Y allí determinar cuántos docentes hacen falta, qué formación profesional deben acreditar y cuántas horas puede trabajar cada uno. Un educador que deba cubrir doce horas de clase diarias para poder vivir es un símbolo de la tragedia educativa.
Nadie que conozca la realidad puede decir, irresponsablemente, que la docencia es "un curro". Si hay curros, es necesario determinarlos y proceder de acuerdo con lo que establece el orden legal. Un ajuste como el que proclama el presidente Javier Milei no se puede hacer en ningún nivel de enseñanza. Como tampoco es admisible la oscura administración de recursos educativos desarrollada durante el período kirchnerista, una época que tampoco expuso un proyecto claro, ni acertado. Incluso, el despido del ministro Juan Carlos Tedesco, un educador, en 2008, por no apoyar el aumento de las retenciones a las exportaciones de granos, es un indicio del daño que puede causar el mesianismo autoritario.Otro caso, el plan Conectar Igualdad, la distribución de cientos de miles de computadoras entre los estudiantes secundarios, sin determinar previamente cómo se realizaría la evaluación y como se modificaría toda la enseñanza media para adecuarla a la era digital. Politiquería de punteros.
Sin un esfuerzo muy grande del Estado, no solo con presupuesto, sino también con gestión inspirada en criterios pedagógicos, la degradación de la enseñanza y la escasa retención de los alumnos en el sistema serán imparables.Y la pobreza, el desempleo, el atraso del país y el aislamiento de un mundo en transformación permanente se van a profundizar.
Fue brutal el presidente cuando dijo que la escuela y la universidad con tóxicas para los alumnos. Un absurdo, por donde se lo mire.
Y su gran adversario, el vicerrector de la UBA Emiliano Yacobitti, pareció darle la razón cuando sentenció: "No es compatible educarse en la UBA y votar a Milei". Ni la política ni la dirigencia universitaria pueden darse el lujo de menoscabar un bien esencial a la democracia y a la persona humana: la libertad y la capacidad de pensamiento crítico.
Si esto no se entiende, no vamos a salir del laberinto.