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El reemplazo de cancilleres en un gobierno que lleva apenas once meses no es, seguramente, una señal tranquilizadora que el país envía al mundo. Mucho más, cuando se trata de una canciller como Diana Mondino, que en todo momento mostró alineamiento con las ideas libertarias, pero trató de suavizar con empatía las descortesías de Javier Milei para con otros presidentes.
El problema es cómo entiende un gobierno la política exterior. Desde 2003 en adelante, salvo el paréntesis del macrismo, la entendieron como una militancia ideológica y no como el instrumento para construir relaciones y privilegiar los intereses del país, y no solo del gobierno. Ayer, el flamante ministro de Relaciones Exteriores, Gerardo Werthein, afirmó: "En nuestro país hay una sola política exterior, la que define el presidente". Debe ser así, desde siempre. Los vínculos internacionales deben estar regidos por los valores, la prudencia política y la pericia para medir el alcance de cada palabra que se pronuncia y de cada paso que se va dando. La realidad de cada país es lo suficientemente compleja como para confundir la política exterior con la lucha interna. Para eso están los diplomáticos de carrera y los expertos en política internacional: para convertir una idea fuerza en un objetivo accesible, con el menor daño posible a nuestra relación con el mundo.
Es evidente que el voto argentino a favor del levantamiento del mal llamado bloqueo a Cuba, por parte de los Estados Unidos, no pudo haber partido de una orden de Milei. Y si hubiera habido una orden a favor del bloqueo y Diana Mondino la ignoraba habría incurrido en un desacato tan imprudente, que resulta difícil de entender. A veces, entre el presidente y un ministro puede haber un teléfono descompuesto.
Cabe aclarar que el voto en la ONU se refirió solamente al intercambio comercial entre EEUU y Cuba y no a las violaciones de los derechos humanos que se cometen en el país caribeño desde hace 65 años.
Para la salud diplomática del país no es halagüeño el comunicado oficial que informa la renuncia forzada de Mondino. Es correcto que "el cuerpo diplomático debe reflejar en cada decisión los valores de libertad, soberanía y derechos individuales que caracterizan a las democracias occidentales", pero anticipa una auditoría sobre diplomáticos para "identificar las agendas enemigas de la libertad". Justamente, el diplomático debe ser un profesional culto, que goce de la mayor libertad de pensamiento, pero que operativamente haga lo que el presidente manda. Y es esencial la libertad de pensamiento, porque el diplomático de carrera debe aconsejar al gobierno.
Baste recordar el tristísimo espectáculo de obsecuencia que ofrecía habitualmente el embajador en China Sabino Vaca Narvaja durante la presidencia de Fernández y Cristina Kirchner, cuando invertía los roles y parecía representar a Xi Jinping ante la Argentina.
El presidente Milei es un firme defensor de los valores occidentales, hoy cuestionados desde adentro por muchos militantes de deconstruccionismo. En un mundo en pleno realineamiento, Milei está decidido a consolidar un vínculo privilegiado con Israel y Estados Unidos como dirección estratégica. Si se analiza la conducta de los países antioccidentales, como Rusia, Corea del Norte e Irán, y la competencia creciente entre EEUU y China, que seguramente se acelerará en los próximos años, la prudencia diplomática debe tratar de mantener con firmeza los valores, evitar rupturas innecesarias, por ejemplo, con China, y llevar adelante una estrategia para impulsar el comercio exterior, el desarrollo tecnológico y el aprovechamiento de los recursos agroganaderos, mineros y energéticos, que fortalecerán nuestra posición en el mundo.