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El secuestro del gendarme argentino Nahuel Gallo a manos del Estado venezolano es un síntoma más, no solo de la decadencia bolivariana, sino especialmente, de la erosión institucional que está sufriendo América latina.
En el caso de Gallo, es evidente que la intención de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y sus cómplices no es más que el de provocar, extorsionar y presumir de un poder que se debilita, junto con el derrumbe histórico de la economía y el prestigio de su país.
Suponer que algún país va a enviar en una misión de comandos a un gendarme que se presenta en un paso fronterizo con su documento de identidad para visitar a su pareja venezolana y a su hijo, es una burla al sentido común. Pero una trágica burla. Ni el canciller Yván Gil ni Cabello dieron prueba alguna de la existencia de un complot terrorista. Más bien, demostraron, una vez más, que al régimen decadente no le interesa disimular su vocación totalitaria. Es más, parece dispuesto a jactarse con ella. Por eso proclamaron el triunfo de Nicolás Maduro sin pudor, no presentaron las actas electorales, que mostraban la categórica victoria de Edmundo González Irrutia y, en cambio, iniciaron una persecución brutal contra los opositores triunfantes, ahora presos o exiliados, u obligados a la clandestinidad.
El mesianismo chavista iniciado en 1998 llevó a la ruina a un país que era potencia internacional en petróleo, multiplicó la criminalidad, logró la emigración de casi el 30% de los venezolanos, y sumergió en la pobreza a los que se quedaron, mientras los jerarcas se enriquecieron gracias al poder y al manejo de las tramas más oscuras de la economía en negro y el tráfico ilegal.
El descaro de asediar la embajada argentina en lugar de facilitar los salvoconductos a los seis opositores asilados es coherente con la conducta de inventar infiltraciones de comandos terroristas enviados por Javier Milei y Patricia Bullrich.
El chavismo lleva a Venezuela hacia una evolución autodestructiva. Ese régimen sostenido con espionaje sobre la vida privada de las personas (tal el caso de las escuchas de las comunicaciones entre Nahuel Gallo y su esposa) acumula denuncias que hablan de alrededor de 10 mil asesinatos y desapariciones de opositores, de miles de encarcelamientos arbitrarios.
La toma de rehenes inocentes para negociar con otros países la liberación de delincuentes vinculados al régimen es un método que no repite, pero evoca, los secuestros de turistas practicados por la guerrilla colombiana, cuyos grupos residuales hoy ocupan espacios de poder muy importantes en el control territorial de regiones de la cuenca del Orinoco.
En nombre de la memoria de Simón Bolívar, durante décadas, muchos países sudamericanos se embarcaron en un barco condenado al naufragio. Encandilados con los servicios de inteligencia cubanos, con el nuevo zarismo de Vladimir Putin y con la teocracia iraní, hoy exhiben los residuos del fracaso de las utopías antiimperialistas. La ilusión anacrónica de una "segunda independencia", dejó a nuestros países fuera del mundo contemporáneo.
No solo la Argentina paga hoy los platos rotos de aquella fantasía delirante del socialismo del siglo XXI. Bolivia está desgarrada y al borde de la guerra civil. Perú y Ecuador, atravesados por la inestabilidad institucional y por el crimen organizado, mientras Venezuela y Colombia conviven con tensiones y atravesados aún por la subsistencia de grupos irregulares político – delictivos. Hoy, la organización Tren de Aragua, un grupo criminal nacido en Venezuela, ya tiene presencia activa en los países andinos y empieza a ser detectada, con enorme preocupación, y en EE.UU. el país donde ven a la pandilla venezolana como una reedición de la Mara Salvatrucha, la pesadilla ecuatoriana que operó también en el país que en un mes presidirá Donald Trump.